Contra el mundo
EE UU demuestra en la ONU que está más aislado que nunca
Una de las imágenes con mayor poder simbólico de la cultura estadounidense es la del héroe solitario y reluctante que defiende causas justas ante la cobardía o la pasividad de los demás. Es posible que el presidente de EE UU, Donald Trump, se sienta cómodo con esa idea del llanero solitario, pero con su política internacional errática, cuando no disparatada, y su tono extravagante ha llevado a su país a un aislamiento insólito, como ha quedado claro en la 73 reunión del plenario de la Asamblea de Naciones Unidas, que se celebra en Nueva York.
La ONU puede tener muchos defectos y es un organismo muy limitado ante crisis de calado, sobre todo a causa del derecho de veto en el Consejo de Seguridad, su órgano ejecutivo que se enfrenta a constantes bloqueos, pero sigue siendo uno de los pilares del orden multilateral instaurado tras la II Guerra Mundial. Hoy por hoy, el mundo no cuenta con ningún otro foro similar que reconozca nuestra interdependencia, donde se puedan dirimir cuestiones cruciales que afectan a la humanidad en su conjunto, como el cambio climático, o donde tratar de frenar potenciales conflictos. Tal vez no sea una organización perfecta, pero no hay otra similar.
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No es la primera vez que Estados Unidos se queda solo ante el resto del mundo —ocurrió antes de las dos guerras mundiales, en las que Washington se resistió a intervenir en medio de un intenso debate nacional, y durante el conflicto de Irak de 2003, aunque en ese caso logró al menos el apoyo de Reino Unido y España para su invasión basada en mentiras—, pero el aislamiento nunca había sido profundo, ni sobre todo tan disruptivo para el resto de los Estados. El problema no es solo que Trump se quede de brazos cruzados ante crisis en marcha, lo que sí ha ocurrido varias veces en la historia de un país que siempre se ha dividido entre el aislacionismo y el intervencionismo, sino su capacidad para provocarlas sin tener en cuenta ni la opinión de sus aliados ni, otras veces, la realidad.
Esta 73 Asamblea General no será recordada solo por la profundización de la crisis entre Estados Unidos y China, con las sorprendentes acusaciones contra Pekín de interferir en las próximas elecciones legislativas, ni por los nuevos ataques contra Irán o por la insinuación de que EE UU podría intervenir militarmente en Venezuela. Tampoco porque el secretario general, António Guterres, lanzase una grave advertencia sobre la emergencia mundial por el cambio climático. "Tenemos muchas prioridades, pero esta es la prioridad absoluta", aseguró, antes de añadir que el mundo no está "ni de lejos cerca de cumplir con los objetivos" pactados en París, un acuerdo que Trump rechaza.
Lo que hace que esta Asamblea General sea diferente es que el plenario, con más de 100 jefes de Estado y de Gobierno presentes, además de ministros y diplomáticos de todo el mundo, rompió a reír cuando Trump sostuvo que su Administración había logrado en dos años "más que ninguna otra en la historia". Cuando escuchó las risas, el presidente replicó: "No esperaba esta reacción". Más allá de la anécdota, este episodio demuestra la distancia sideral que separa al Gobierno del país más poderoso del mundo del resto de los Estados de la ONU. Y la inseguridad creciente que este abismo genera.
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