El filtro
La ministra puede pensar que los maricones son maricones y que se trabaja mejor en un entorno masculino que femenino
No sabemos si lo de la ministra de Justicia es de dimisión, pero deprime mucho. Dios mío, te dices, una persona de ese nivel, cuya formación hemos pagado entre todos, manifestándose en ese tono tan soez. La película El reino, de inminente estreno, saca comilonas de políticos donde los “maricones” y los “hijos de puta” sobrevuelan por encima de la fuente de carabineros. Y aunque se trata de un filme realista, nos pareció observar en su preestreno que hasta el marisco, ya muerto y cocido, se estremecía ante el vocabulario y la sintaxis de los comensales. No nos extrañaría que algunos camareros se suicidaran al llegar a casa. A veces se pega el tiro quien no debe, por puro asco.
No estamos de acuerdo en cualquier caso con quienes aseguran que nadie soportaría la exposición pública de una conversación privada. Si habláramos como parece que hablan las fiscales, los jueces y los mandos policiales cuando quedan a comer, tendríamos que pensar que algo falla en nuestro sistema educativo y, sobre todo, en la formación de quienes están llamados a dirigir las altas instancias del Estado. Por si fuera poco, y en combinación con ese discurso tabernario, asistimos a una ausencia de discreción que pone los pelos de punta. La ministra puede pensar que los maricones son maricones y que se trabaja mejor en un entorno masculino que femenino. Allá ella con sus intimidades, pero que las filtre, aunque sea la hora del café y hayan caído cuatro copas de Soberano, ese coñac machista. El filtro es una herramienta que aparece en los tratados de urbanidad elementales. En fin, que, después de todo, quizá sí debería dimitir, aunque lo haga entre expresiones de ira que incluyan “maricones”, “hijos de la gran puta” o “cabrones de mierda”.
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