_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ver y comprender

Cuando se produce una guerra quedan enormes vacíos, preguntas sin respuesta, turbulencias íntimas difíciles de concretar

José Andrés Rojo
'Españoles sin patria. Café Voltaire' (2018), de Carlos García-Alix, donde aparecen Azorín, Baroja u Ortega, entre otros.
'Españoles sin patria. Café Voltaire' (2018), de Carlos García-Alix, donde aparecen Azorín, Baroja u Ortega, entre otros.

Ahora que ha vuelto el ruido del pasado con la iniciativa del Gobierno socialista de exhumar los restos de Franco, produce tristeza comprobar que no se hayan tejido todavía los acuerdos necesarios entre los partidos democráticos para cerrar definitivamente las cuentas pendientes que queden con el golpe de Estado, la Guerra Civil y la dictadura que vino después. Durante la Transición se procuraron reparar muchos de los destrozos que provocó el franquismo, pero quedaron cosas por hacer. Algunos años más tarde, ya con la democracia consolidada, llegaron los nietos de los que padecieron aquella época aciaga para exigir que se fuera más lejos.

No solo pretendieron empujar para que se resolvieran algunos asuntos pendientes (las fosas, los símbolos de la dictadura, el Valle), sino que muchos se aventuraron en otro desafío, el de explorar en las zonas oscuras del pasado. En Calle Este-Oeste, el libro en el que el jurista Philippe Sands vuelve sobre la II Guerra Mundial tirando del hilo de uno de sus familiares, se incluye una observación muy reveladora del psicoanalista Nicolas Abraham sobre la relación entre un nieto y su abuelo: “Lo que atormenta no son los muertos, sino los vacíos que dejan en nuestro interior los secretos de otros”. Y eso es lo que suele ocurrir cuando se produce una guerra: que quedan enormes vacíos, preguntas sin respuesta, turbulencias íntimas difíciles de concretar.

Una de las lecciones que recibió Claude Monet de su maestro Eugène Boudin, y que ilustra estos días una exposición en el Museo Thyssen, fue que la tarea esencial de un artista es ver y comprender. Pintar es uno de los caminos que se toman para conocer las cosas. Lo ha frecuentado unos de esos nietos de los que padecieron la Guerra Civil, Carlos García-Alix. Hace unos meses, entre abril y junio de este año, mostró en el Instituto Francés de Madrid un puñado de cuadros que pintó para ver y comprender lo que le había sucedido a su abuelo, Miguel Pérez Ferrero, durante los primeros meses de la guerra. Escritor, periodista, hombre de letras que estaba metido de lleno en el mundo intelectual de la época, Ferrero empezó trabajando tras el golpe en Milicia Popular, el órgano del Quinto Regimiento, y un buen día se refugió en la Embajada francesa, huyó a París unos meses más tarde y terminó colaborando con los que hacían allí la propaganda a favor del bando franquista. ¿Qué lo hizo cambiar de posición?

Carlos García-Alix lleva a su abuelo a sus obras para intentar documentar el intrincado laberinto de contradicciones que la guerra produjo en tantos españoles. Lo retrata en la redacción de la publicación de las milicias comunistas, pinta el barco que lo llevó a Francia —el Iméréthie II—, lo imagina con sus amigos —Ortega, Azorín, Baroja, Pérez de Ayala, Marañón— en el café Voltaire de París, se acerca a algunos de ellos. ¿Qué muestra? Una atmósfera fantasmal, unos personajes rotos, un mundo habitado por una tristeza infinita y dolorosa, los rostros desamparados de quienes pululan en una ciudad ajena y suspendida en el tiempo y donde están amarrados a una soledad impotente. ¡Qué horror la guerra, cuánto destrozo personal, qué cantidad de vacíos que han dejado los secretos de los que vivieron aquello! Se necesita ver para comprender el sinsentido al que fueron empujados los españoles por las ambiciones de poder de los golpistas y, ya metidos en tanta ruina ahora que ha vuelto el ruido del pasado, quizá sigan sirviendo aquellas palabras que un día dijo Azaña: “Paz, piedad, perdón”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_