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Columna
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Elecciones bajo sentencia

Torra sabe que el rechazo a la situación de los presos es el único pegamento que mantiene formalmente unido al independentismo

Josep Ramoneda
Quim Torra junto a Carles Puigdemont durante la rueda de prensa que han ofrecido este miércoles en Bruselas.
Quim Torra junto a Carles Puigdemont durante la rueda de prensa que han ofrecido este miércoles en Bruselas.STEPHANIE LECOCQ (EFE)

El lunes desde la cárcel Josep Rull decía: “No tiene sentido repetir estrategia. Hay que buscar el mismo objetivo por otros caminos”. Y el martes en su conferencia supuestamente programática el presidente Quim Torra confirmaba que no cambia de estrategia porque no tiene otra, o si la tiene no puede o no quiere imponerla a los más creyentes. Sigue, por tanto, el independentismo levitando por encima de la realidad. Una vez más Torra ha pasado las palabras por encima de los hechos pero sin dar un paso sobre la tierra enfangada que es hoy la política catalana. ¿Cuál es su programa? Seguir a la búsqueda del momentum. Una reedición de la estrategia fallida de las citas definitivas 9-N, 27-S, 1-O, que ha servido para demostrar la fuerza pero también los límites del independentismo. Sabiendo a dónde ha llevado este camino sería razonable emprender otro.

Pero Torra se limita a marcar un nuevo hito: la sentencia del juicio contra los presos independentistas. Desde ahora y hasta entonces apela a una movilización permanente para que el independentismo llegue con las pilas cargadas al momentum. Y anuncia que no aceptará una sentencia que no sea absolutoria. ¿Qué quiere decir? Sencillamente, que dimitirá y convocará elecciones, contando con que la sentencia tenga un efecto dopaje sobre el electorado y el independentismo obtenga un refrendo. Torra sabe que si algo es ampliamente compartido en la sociedad catalana, más allá del mundo soberanista, es el rechazo a la situación de los presos. Y sabe que este es el único pegamento que mantiene formalmente unido al independentismo. Su política empieza y acaba aquí: los presos como coartada para disimular su impotencia política. Y, sin embargo, los propios presos han dichos que la agenda política no debería pasar por ellos.

Quienes subrogaron sus responsabilidades a la justicia para afrontar un problema que, como desde Europa se les decía, sólo se puede resolver políticamente, ahora, en la oposición, tienen tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de esta dejación. Pero viven en el 155, auténtico mito del autoritarismo constitucional, peculiar figura surgida de la reacción ante el proceso catalán. El Estado quiso mostrar músculo, ante el entusiasmo de los que siguen soñando con la derrota total del soberanismo, y estamos en un pantano. El estancamiento es una puerta abierta a la frustración permanente. La aportación de Torra ha sido decepcionante para quienes esperaban algo más que política testimonial una vez restituidas las instituciones. Y el Gobierno español, comprometido por su presidente a que el conflicto regrese a la vía política, va con pies de plomo. ¿Un otoño caliente para llegar a unas elecciones bajo el peso de una sentencia judicial? ¿Eso es todo lo que se ofrece? ¿Y gobernar? El discurso de Torra es el del líder de un movimiento, no el de un presidente de Gobierno.

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