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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Jóvenes en América Latina: terroristas, mendigos y homicidas

La juventud revolucionaria rebosa las calles de Nicaragua a pesar de las detenciones, torturas y muerte; sale expulsada de Venezuela por el hambre y la desesperación y llena de dignidad las calles de Argentina exigiendo decidir sobre sus cuerpos

Asier Hernando Malax-Echevarria
Protestas contra el Gobierno en Managua.
Protestas contra el Gobierno en Managua.INTI OCON / AFP

Hace 5 años, Nicolás Maduro y Daniel Ortega recorrían juntos el Puerto Salvador Allende, uno de los lugares más turísticos y emblemáticos de Managua. Mirando hacia el lago, hablarían de lo bueno y lo divino, del pasado que siempre fue mejor y entre suspiros nostálgicos recordaron al bueno de Allende. Les vendría a la mente la famosa frase “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.

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Por asociación de ideas, Nicolás recordaría cuando, con solo 15 años, fue expulsado del liceo por organizar una movilización estudiantil. Daniel, brabucón, le respondió que fue mucho más revoltoso él, que con 22 años, siendo integrante del Frente Sandinista fue acusado por el robo de un banco en Managua y encarcelado 6 años.

Poquito antes del encuentro entre los dos presidentes, Jorge Mario Bergoglio fue elegido papa de la Iglesia católica y en esas mismas fechas toda una polémica asaltaba la Argentina sobre el compromiso con los jóvenes perseguidos en la dictadura, a lo cual el Papa Francisco respondió “hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con que contaba, para abogar por personas secuestradas”.

Eran otros tiempos, los años de la mística revolucionaria, de los jóvenes idealistas, la teología de la liberación, la lucha contra el imperialismo yanqui y del Plan Cóndor. Del “patria o muerte venceremos”.

Cinco años después, en la actualidad, la juventud revolucionaria a la que hacía mención Allende, rebosa las calles Nicaragua a pesar de las detenciones, amenazas, torturas y muerte; salen expulsados de Venezuela por el hambre y la desesperación y llenan de dignidad las calles de Argentina exigiendo decidir sobre sus cuerpos.

Esos mismos jóvenes revolucionarios, ahora son para Ortega “terroristas golpistas que pretenden hundir Nicaragua”. Para Maduro son mendigos “que se fueron con el ofrecimiento falso de la derecha de que iban a disfrutar las mieles de otros países y terminaron lavando pocetas, como esclavos y mendigos'. El Papa Francisco –mientras las calles de Argentina clamaban a favor de la despenalización del aborto– ridiculizaba a las jóvenes tachando sus demandas de moda y “homicidio de una vida inocente”.

Uno de los terroristas de Ortega, mendigo de Maduro y homicida de Francisco pasean tristes y frustrados por el devenir de sus países por las calles de un lugar cualquiera recordando una frase de Cicerón que decía: "De todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquellos que, cuando más nos están engañando, tratan de aparentar bondad”.

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