_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La política del cochero

El Gobierno dialoga, pero Torra gestiona “el mientras tanto”, a la espera de manifestaciones orquestadas de rechazo contra el Estado, como la que se avanza para el día 17. Puigdemont y su vicario incendian tanto como pueden

Jordi Ibáñez Fanés
EULOGIA MERLE

La pregunta de estos días es: ¿volverán a avergonzarnos como en la manifestación del 26 de agosto del año pasado? Entonces el Rey no había dado aún su famoso discurso del 3 de octubre, raudamente inscrito en la lista de los imperdonables agravios de los que se alimenta el procés. Pero la cuestión era abuchearlo como fuese, y aquella ocasión no debía dejarse escapar. ¿Qué importaban las víctimas del atentado del 17 de agosto? Lo que contaba de verdad era montar un espectáculo televisivo y poner en circulación un eslogan que desde el primer momento ya se veía que iba con segundas, de modo que el “No tinc por” gritado por tanta gente de buena fe también era de paso, y como quien no quiere la cosa, una forma bastante obscena de calentar motores de cara al 1 de octubre. Todo esto ya lo sabemos, ¿pero se ha aprendido algo de ello?

Otros artículos del autor

Estas preguntas deben hacerse, porque el otoño en Cataluña va a comenzar el 17 de agosto. Y es importante estar preparados para sus consecuencias en la opinión pública y en la producción de imágenes. El president vicario juega a eso, seguramente siguiendo las instrucciones que le llegan desde Waterloo. Mientras el Gobierno dialoga, él gestiona “el mientras tanto”. No parece que sea el Gobierno el que gane tiempo, sino los procesistas, con el Govern de la Generalitat al frente, quienes controlan y marcan el tiempo. Y no hace falta decir a la espera de qué.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Aunque —hagamos un acto de buena fe y aceptémoslo— la posibilidad del doble juego también puede estar ahí: la provocación en público, el tono desafiante y la obstinación en el discurso rupturista, y luego el subterráneo regreso a la vieja política del peix al cove. Pero la lógica pospujolista de este nuevo pájaro en mano podría muy bien ser: “Pillemos lo que podamos, y a la primera ocasión hacemos otra vez como que nos largamos. ¿Para qué ser leales con esos a los que no vemos como nuestros iguales? ¿Para qué ser leales con un Estado que encierra y procesa a los nuestros?”. Sería una ingenuidad no interpretar ese modo de pensar como algo más que verosímil.

La estrategia es mantener la tensión para forzar un hipotético desastre que desacredite al Ejecutivo

Pero incluso si el doble juego funcionase y hasta se crease (milagrosamente) una base de lealtad y de complicidad reales, el Gobierno no debería olvidar que la opinión pública ni se paseó por La Moncloa hasta la fuente de Guiomar, ni se ha percatado todavía de lo irresistiblemente simpático que es el vicario en la corta distancia, ni estuvo en la comisión bilateral Estado-Generalitat. La ciudadanía tuvo que conformarse con los resúmenes totalmente dispares que de ella ofrecieron la ministra Batet y el conseller Maragall. Y se preguntó, como es natural, a quién había que creer.

Y es que el vicario y el hombre de Waterloo, más sus adláteres diversos, incendian tanto como pueden, lo que no está claro que no sea un modo simpático de amenizar con fuegos de artificio el ilusionante “momento catalanista”. Todo es posible. La última (al escribir estas líneas) es que “no aceptaremos ninguna sentencia que no sea absolutoria” para los procesados por los hechos del otoño pasado. Pero incendiar, amenazar o ponerse chulo, ¿es ofender?

El juego de la ofensa, cuya codificación se ha perdido hace ya varias generaciones, da pie a una escena curiosa en El rojo y el negro, la novela de Stendhal. Su protagonista, Julien Sorel, entra en un café parisiense. De inmediato se siente ofendido por la mirada de un tipo y se encara con él. El hombre cubre de insultos al que acertadamente toma por un petimetre. Como es natural, el joven provinciano entra en incandescencia y temblando de rabia le espeta: “¡Su dirección, señor! ¡Yo lo desprecio a usted!”. No lo dice una vez. Tiene que repetirlo varias veces ante el estupor del tipo, hasta que este le lanza a la cara un puñado de tarjetas de visita y pone los pies en polvorosa. Cuando Sorel se presenta en la dirección indicada para formalizar el desafío al duelo, descubre que su hombre no era el dueño de la casa, y que el que tanto le había ofendido era en realidad… su cochero. El provinciano Sorel, recién llegado a la capital, todavía no ha aprendido a distinguir a los cocheros de los señores. Aprenderá pronto. La pregunta aquí es si nosotros aprendemos de todo lo que está sucediendo.

Quienes están claramente divididos son los partidos que aspiran a gobernar España

Es muy posible que al hombre de Waterloo no le quede ya otro camino que el de superarse a sí mismo con la fiel ayuda de su vicario y de sus fans más incondicionales. El final de su carrera a ninguna parte se producirá cuando llegue su final político. Parece una perogrullada, pero no lo es. Cuando deje de ganar elecciones, habrá comenzado su final. Qué importa que se pasee desafiante por Perpiñán o por Banyuls, o que baje hasta el Pertús a comprarse unas chanclas. En algún momento su posición será económicamente insostenible —el hombre no parece conformarse con poco— porque se habrá vuelto políticamente irrelevante. Para evitar eso, que es el futuro que le espera —y él lo sabe—, su estrategia consiste en mantener la tensión, en forzar la máquina, en provocar aquel hipotético desastre que al final desacredite al Estado español ante la opinión pública mundial. Una fantasía cuya realización, es verdad, ha rozado con la yema de los dedos en algún momento. Pero puesto que no tiene ya la honorabilidad para aceptar un duelo político real —porque es un prófugo de la justicia, y porque salió como salió de su cargo y del país, haciendo alarde del mismo coraje con el que fue a votar el 1 de octubre y con el que no se atrevió ni a convocar elecciones el 27 de octubre ni a arriar la bandera española del palau de la Generalitat—, solo puede lanzar al aire tarjetas de visita robadas.

El Gobierno y los partidos que legítimamente aspiran a gobernar España deberían tener en cuenta la condición real de quien quiere provocarlos —sea el ventrílocuo o su muñeco— y deberían estar unidos y serenos ante la desfachatez del desesperado. Mucho se dice de la división en las filas del independentismo. Pero seamos honestos: quienes están claramente divididos son los partidos que aspiran a gobernar España. Que la pugna sea legítima no quiere decir que la desunión en este asunto sea muy inteligente.

Julien Sorel, cuando descubre quién le ha tirado las tarjetas de visita a la cara, se lía a tortazos con él. Ese desenlace del episodio debería servirnos para tener en cuenta una cosa, y es que hay un temor fundado de que la crisis catalana acabe muy mal. Es un viejo temor que no se despeja. En lugar de cronificarse en una suerte de protoemancipación permanente (y eso ya sería un desastre), puede hacernos beber la copa de esta mala historia hasta las heces. Pero si eso llegase a ocurrir, si realmente la política de verdad fracasase y se impusiera la baja política de los tortazos y los cocheros sin honorabilidad, entonces que nadie confunda ese fondo amargo de la copa con ninguna solución, porque tocar fondo y no poder caer más bajo no equivale a ninguna solución.

Jordi Ibáñez Fanés es escritor y profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_