Tecnología contra el miedo a salir de prisión
Las colapsadas prisiones latinoamericanas apenas cuentan con programas de reinserción. Un seminario aborda soluciones basadas en la innovación
Claudia C. tenía “miedo a la libertad”. Después de nueve años en un penal colombiano, la angustia crecía conforme se acercaba la fecha de salida. “No sabía a qué iba a dedicarme, dónde iba a dormir, qué iba a comer”, relata. “Una sabe de otras que salen, no se pueden ganar la vida y acaban recayendo”.
Si las prisiones son lugares destinados a sacar de las calles a los criminales para que no delincan y rehabilitarlos, en América Latina han fracasado. Aunque la población carcelaria no ha parado de crecer en los últimos años, los homicidios no han caído. Al contrario: existe una correlación entre número de presos y asesinatos. Fallan muchas piezas del engranaje del sistema penitenciario de la región. La ausencia de buenos programas de rehabilitación es, según los expertos, una de ellas.
Los penales de Latinoamérica sufren las tasas de sobrepoblación más altas del mundo. El hacinamiento, los motines y la falta de recursos para atender debidamente a los presos son una constante. En lugar de rehabilitarse, los delincuentes se “profesionalizan”, en palabras de Nathalie Alvarado, especialista en Seguridad Ciudadana del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Y a esto se suma el estigma social. “Cuando ven en tu hoja de vida [currículo] que has estado en la cárcel, te descartan para cualquier trabajo”, asegura Claudia C. Ella descubrió una alternativa: Chiper. Es una nueva aplicación que surgió para distribuir los excedentes de productos almacenados de empresas, sobre todo comestibles. El objetivo, según explica Oscar Sarria, uno de sus creadores, era crear un modelo colaborativo: “La idea es que personas de los estratos bajos [en Colombia las ciudades están divididas por estratos en función de las rentas para que las inferiores paguen menos impuestos; hay del uno, el más bajo, al seis] comprasen productos baratos y los vendieran en sus barrios, en oficinas, como una forma de recibir ingresos extra o de ganarse la vida autónomamente”.
Cuando ven en tu hoja de vida [currículo] que has estado en la cárcel, te descartan para cualquier trabajo
Cuando los empresarios conocieron a la Fundación Hanna Cortés, que trabaja precisamente en la rehabilitación de expresidiarias, pensaron que podrían colaborar juntos. No piden currículos y en los dos meses que lleva en marcha, ya hay una quincena trabajando. “Tengo que decir que ellas son las mejores empresarias, las más juiciosas, las que mejor pagan, y las más atentas a la hora de recibir el producto”, asegura Sarria.
Es una de las soluciones que esta semana se han debatido en la sede del BID en Washington como parte de un seminario que buscaba precisamente encontrar alternativas tecnológicas que permitieran mejorar la reinserción de los presos, algo que para el banco es “el desafío más urgente y comúnmente ignorado” de Latinoamérica. Según Alvarado, especialista en seguridad ciudadana, es un problema “poco visible y sin atractivo para los políticos”. “Nunca lo ves en el centro del debate público”, subraya. Además, es un lastre económico. La institución calculó que a la región le sale por 14.000 millones de dólares al año.
“La solución más fácil que la gente piensa es construir más cárceles. Pero antes debemos pensar por qué están como están, en qué se pueden mejorar. Vivimos la cuarta revolución industrial, la era de digitalización y tecnología. Esto puede contribuir a mejorar la vida de las prisiones y no ha llegado a ellas. Muchas no saben cuántos presos tienen, quiénes son ni de dónde vienen, cuánto tiempo han estado allí, si tienen procesos pendientes…”, enumera Alvarado. En su opinión, las tecnologías también pueden servir como nexo con la vida de fuera, algo que hace más sencilla la reinserción.
En el seminario organizado por el BID, empresas tecnológicas, expertos y gobiernos se han sentado para examinar soluciones y estudiar cuáles pueden ser implementadas en proyectos piloto. Estas son algunas de las candidatas:
- Realidad virtual para simular experiencias en el mundo exterior que puedan facilitar la reinserción, por ejemplo, mostrando cómo funcionan sistemas de transporte.
- Escuelas inteligentes, ambientes de aprendizaje móviles que dan acceso a los internos a nuevas tecnologías y educación en materias como la programación, preparándolos para reincorporarse en un mundo digital.
- La terapia digital, como forma de llevar la psicología a las prisiones y que puedan continuar con ella tras su salida. “Muchos de los servicios que los internos reciben se cortan una vez que salen de la cárcel y su continuidad es fundamental, principalmente en los primeros meses de libertad. La terapia digital ya existe, pero no se ha aprovechado en el contexto de privados de libertad”, aseguran en el BID.
- Aplicaciones como Chiper, plataformas tecnológicas de la economía compartida, que son inclusivas y permiten encontrar un trabajo, generar ingresos, e incluso crear emprendimientos tras la salida de prisión.
- Brazaletes de seguridad para monitorizar el movimiento y las actividades e interacciones de personas en las cárceles. Son útiles para prevenir y anticiparse a las riñas, dar seguimiento a las actividades de los internos, y crear un ambiente más normalizado y con menos mano dura, y más inteligencia. La idea es crear prisiones más inteligentes, pero no más punitivas.
- Aplicaciones de bajo costo que facilitan vínculos con familias y el mundo externo. Los expertos del seminario apuntan a que el enorme tráfico de celulares en las cárceles responde, principalmente, a la necesidad que tienen los presos de conectarse con sus familiares. “Estas aplicaciones, que serían controladas, reducirían la presencia de mercados ilícitos y facilitarían la posterior reinserción de las personas”, según las conclusiones del seminario. Aunque hoy en día ya se usan videoconferencias, queda terreno para expandirlas, mejorar su calidad y reducir su coste.
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