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El Caribe, un paraíso violento

La región tiene la tasa más alta de crímenes con agresiones, según un informe del BID

Pablo Linde
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El Caribe es un lugar de paradojas y contrastes. Mientras miles de turistas están tomándose una caipiriña en su hotel de lujo, los habitantes de los barrios más humildes padecen unas tasas de violencia disparadas. Los visitantes pueden estar tranquilos, la sangre no les salpicará. El crimen en la región está recluido a zonas y personas muy concretas, según un estudio que acaba de publicar el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), titulado Recuperando el paraíso en el Caribe: combatiendo la violencia con datos.

El contraste está también en el tipo de criminalidad de la región: los robos sin violencia a la propiedad son bajos, pero las agresiones y las amenazas registran las tasas más altas del mundo. Y la presencia de armas de fuego es casi el doble que la media global, según las encuestas comparadas en las que se ha basado el documento, para el cual han sido entrevistadas 3.000 personas de cuatro ciudades de Trinidad y Tobago, Bahamas, Barbados, Jamaica y Surinam. Gracias a ellas se ha encontrado otra realidad llamativa: las víctimas solo denuncian a la policía la mitad de los delitos que sufren.

Heather Sutton, coordinadora del estudio, explica que la encuesta ha permitido sacar a la luz rasgos muy particulares de la violencia que sufre el Caribe, que hasta ahora no estaban tan claros. “Hemos comprobado que hay tasas muy altas de agresiones y amenazas, pero que no se producen de una forma aleatoria. No ocurren en todos los lugares ni a todo el mundo. Estamos hablando de jóvenes varones de entre 18 y 24 años, de los estratos sociales más bajos, que viven en barrios abandonados. Estas son las principales víctimas. Y, en su mayoría, fueron atacados por gente de su propio vecindario, incluso de su casa; personas que conocen”, explica.

El estudio es un primer paso crucial para buscar soluciones a estos problemas. “Hasta ahora había muy pocos datos fiables. Sin ellos no se puede hacer un diagnóstico adecuado. Podemos creer que pasa algo y aplicar soluciones que suponemos efectivas, pero si todo esto no se mide, a menudo descubrimos que nos estamos equivocando”, justifica Sutton.

Hay tasas muy altas de agresiones y amenazas, pero que no se producen de una forma aleatoria. No ocurren en todos los lugares ni a todo el mundo

Otra de las realidades que se han de tener en cuenta para atajar el problema es que se ha detectado una alta tolerancia a la violencia entre los ciudadanos. Hay conductas que no son sancionadas socialmente, lo que ayuda a crear el caldo de cultivo para las cifras que pone de manifiesto el estudio. El propio informe propone una batería de actuaciones para poner coto a estas tasas disparadas de agresividad en la región, que van desde programas sociales para las familias a mejorar la legislación o capacitar debidamente a la policía. La principal conclusión es que el problema amerita una respuesta contundente que vaya más allá de la meramente policial. “La clave es buscar equilibrio entre prevención y control. No se trata de elegir entre uno u otro. Está claro que el crimen organizado no se cambia con programas para jóvenes, pero tampoco solamente con policías y cárceles”, reflexiona la coordinadora del informe.

Sutton propone intervenciones enfocadas a quienes padecen mayor riesgo, en función de las condiciones sociales y geográficas. “Con estos datos ahora se deberían aplicar políticas cuyo éxito está probado, como identificar dónde ocurre la violencia, el momento del día y que la policía actúe en consecuencia”, añade. No se trata, pues, de llenar las calles de agentes, sino de que estos actúen de forma más estratégica en un área en la que el personal de las fuerzas de seguridad no es escaso en relación con los habitantes.

Aunque la violencia del Caribe presenta ciertas peculiaridades, se enmarca en un contexto conflictivo. “En Latinoamérica no se han consolidado sociedades pacíficas e inclusivas”, asegura Pablo Ruiz Hiebra, coordinador en la región del área de gobernabilidad y paz del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Coincide en que el sistema punitivo no puede ser la única respuesta a un problema que se cimienta en dos grandes obstáculos: la desigualdad y la ausencia de una buena gobernabilidad. “No hay soluciones a corto plazo, sino a muy largo, que propicien que el Estado permita un ingreso económico más equilibrado entre los ciudadanos, acceso a salud y educación, de forma que la gente, ante la falta de alternativas, no busque su futuro en la violencia, en las maras”, reflexiona.

“El reto es grande”, apunta el informe: “Pero el Caribe puede volver a ser un paraíso combatiendo la violencia de forma inteligente y estratégica”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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