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Columna
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Guerra comercial mundial

A Trump le molestan las reglas y las instituciones multilaterales. Solo le interesan las relaciones comerciales bilaterales

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su reunión con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su reunión con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.Evan Vucci (AP)

Se sabe como empiezan pero no como acaban. Todas son iguales en cuanto a su impredecibilidad. Es fácil lanzar un ataque, en este caso arancelario, pero difícil prever que sucederá más tarde, cuando lleguen las represalias y luego la escalada.

El objetivo es bien claro. No se trata exactamente de proteger a sectores desfavorecidos de la economía estadounidense, sino de destruir el orden multilateral. A Trump le molestan las reglas y las instituciones multilaterales. Solo le interesan las relaciones comerciales bilaterales, de forma que Estados Unidos será el más fuerte en todos los casos y podrá imponer sus pretensiones en todas las negociaciones.

Su idea del libre comercio es unidireccional: desarme de los débiles, máxima libertad del fuerte, para conservar barreras, aranceles y ventajas competitivas, aunque sea en la sombra. Trump no negocia, sino que amenaza, y a continuación golpea. Si recibe otro golpe como respuesta, como ha sido ya el caso, desde China y desde la Unión Europea, responde con la escalada.

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Son las mismas razones por las que Trump ha defendido el Brexit y atacado a Theresa May por su Brexit blando. Va a por la UE, considerada como su “enemigo” existencial. El mayor pecado europeo es el arancel común, pieza esencial del mercado único. O desarme arancelario, tal como le ha planteado a Juncker, o guerra abierta.

Y dentro de la UE, su objetivo es Alemania y más en concreto su superávit comercial. De ahí que golpee a la industria del automóvil, principalmente alemana, para llevar a Merkel a la negociación por separado. A Macron se la ofreció directamente, con todo descaro, sin resultado alguno, por supuesto. Si Francia se descolgaba, como pretendía, Alemania quedaba sola.

Tras la UE viene la Organización Mundial de Comercio, otra institución basada en las reglas multilaterales. Los europeos se verán las caras con Trump en la OMC, pero Trump intentará eludir sus arbitrajes. Para justificar los aranceles sobre el aluminio, el acero y los coches, ha utilizado un inverosímil argumento que la OMC contempla excepcionalmente: pretende que cuele como un caso en el que está en juego la seguridad nacional. La política de Trump perturba el buen funcionamiento de los mercados, incrementa los precios al consumo y devalúa los sistemas de reglas. A todos perjudica, pero también a su país, que ya ha empezado a experimentar una caída de las inversiones, y lo notará más tarde en pérdida de puestos de trabajo.

Trump se dio ayer una tregua, justo antes de lanzarse a la guerra. ¿Por su carácter imprevisible o porque hay alarma entre sus propios partidarios? Lo sabremos en los próximos días. Ben Sasse, senador republicano por Nebraska, lo tiene claro: “Los aranceles y ayudas de esta administración no harán a EE UU otra vez grande, sino que nos devolverán a 1929”. Regresan los años 30 y no tan solo por las ideas populistas sino por el proteccionismo económico que siempre las acompaña, con su corolario de perjudicar al vecino que es preludio de guerra, no comercial, sino de verdad.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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