Caída libre
Seguramente, la gran mayoría de la gente que había experimentado la caída libre no pudo vivir para contarlo
Todo genio crea sus precedentes, dijo Borges en alguna parte, y Galileo le dio la razón creando a Nicole Oresme, el erudito francés del siglo XIV que descubrió la forma en que caen las cosas por el influjo de la gravedad. No caen a velocidad constante, como un coche que avanza tranquilo por la carretera, sino con una velocidad que aumenta de forma constante, como un coche en el carril de aceleración para entrar en la autovía. Su velocidad crece en proporción al tiempo, y la distancia que recorre crece con el cuadrado del tiempo. Pero Oresme solo es conocido porque, dos siglos después, Galileo no solo redescubrió esa simple ley matemática, sino que demostró que así es exactamente como caen las cosas. Todas las cosas: una piedra de un kilo y otra de una tonelada. También caería así una pluma de no ser por la resistencia del aire, como demostró en la Luna el astronauta David Scott, del Apolo 15, cuatro siglos después.
La cosmología moderna proviene de una idea repentina que asaltó a Einstein en 1906, mientras aún trabajaba en la oficina de patentes de Berna: una persona en caída libre no sentirá su propio peso. “La idea más feliz de mi vida”, la llamó Einstein. Tiene gracia que, tras 100.000 años de existencia de nuestra especie, hubiera que esperar a Einstein para que nos diéramos cuenta de eso. Seguramente, la gran mayoría de la gente que había experimentado la caída libre no pudo vivir para contarlo. Pero hoy cualquier visitante de un parque de atracciones puede descubrir la idea más feliz de Einstein. Los astronautas, de hecho, se entrenan para la ingravidez del espacio en un avión que sube muy alto, apaga los motores y se precipita en caída libre hacia la Tierra. Stephen Hawking no quiso morir sin vivir esa experiencia.
La teoría gravitatoria de Einstein, la relatividad general, se fundamenta por entero en la percepción repentina que le iluminó en la oficina de patentes de Berna: que una persona en caída libre no sentirá su propio peso, y que estar acelerando en un coche o en un ascensor es indistinguible de estar quieto y sometido a un campo gravitatorio, como el de la Tierra. Es una teoría de espíritu galileano, porque Galileo usó un argumento similar para mostrar que los humanos no tenemos por qué sentir que nuestro planeta está girando a toda pastilla alrededor del Sol. En la época, ésa era la principal crítica a la teoría copernicana.
Anne Archibald y sus colegas del instituto holandés de radioastronomía demuestran hoy en Nature que las percepciones de Galileo y Einstein son exactas con un montón de decimales de aval. La moraleja queda para el lector.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.