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El Kilauea y el Volcán de Fuego: cuando la falta de prevención cuesta vidas

Los procesos eruptivos de los dos volcanes son completamente diferentes

Lava del volcán Kilauea (Hawaii) entra en el mar el pasado 26 de junio.Vídeo: HO (AFP) | REUTERS / EFE

Los procesos eruptivos del Kīlauea (Hawái) y el Volcán de Fuego (Guatemala) son completamente diferentes. Eso incluye tanto al origen del magma como a su composición y a los dinamismos eruptivos finales.

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El Kīlauea se engloba en las regiones denominadas Hot Spot, con magma basáltico fluido, de origen en el manto profundo y cuya dinámica eruptiva es sobre todo efusiva. Lo que forma son estructuras de baja pendiente con grandes coladas de lava fluida.

Por el contrario, el Volcán de Fuego está asociado a dinámicas de subducción, magma de tipo andesítico más viscoso con dinámica eruptiva de tipo explosivo moderado o fuerte y bajo nivel de efusividad o generación de coladas de lava.

Estas diferencias influyen en el número de víctimas mortales, pero se suman otros muchos factores. Según los últimos datos, en Guatemala han fallecido más de cien personas y decenas se encuentran desaparecidas, mientras que en Hawái, por el momento, no tenemos noticias de ninguna víctima mortal.

Los diferentes dinamismos eruptivos y los distintos niveles de los sistemas de vigilancia y alerta temprana ante las erupciones marcan la diferencia en cuanto al número de víctimas. También influye la cercanía de núcleos habitados a los volcanes y la diferente concienciación de los organismos públicos y políticos ante el fenómeno eruptivo.

En Hawái la baja explosividad y la vigilancia volcánica han permitido evacuar de manera efectiva la región afectada. Sin embargo, en Guatemala, la alta explosividad y la carencia de planes adecuados de vigilancia y alerta temprana no posibilitaron la opción de evacuación. No obstante, este tipo de explosiones suelen venir precedidas de los denominados precursores, que se pueden observar.

Medidas para minimizar las víctimas

En estos casos, especialmente cuando hay un alto número de fallecidos como en el Volcán de Fuego, es habitual preguntarse si la erupción se podría haber detectado a tiempo para avisar a la población. Todos los procesos eruptivos vienen acompañados de una serie de observables geofísicos —sismológicos o deformación, entre otros— y geoquímicos que se usan para realizar alertas tempranas o pronósticos de una erupción. En el mundo existen muchos ejemplos de estos pronósticos exitosos que avalan su eficiencia.

Si se pone en práctica una adecuada red de instrumentación, junto con un grupo de científicos y técnicos que la interpreten, se realiza una adecuada educación a la población y hay una conciencia de las autoridades ante el fenómeno volcánico, es posible minimizar de manera clara y evidente la mayoría de los daños y víctimas.

No hay que olvidar que los volcanes son una de las muchas evidencias superficiales de la dinámica interior de la Tierra. Los terremotos o la misma orografía superficial de la Tierra son otras de las manifestaciones que recuerdan el dinamismo terrestre.

Para convivir con esta maravilla de la naturaleza se debe actuar a diferentes niveles: científico, educativo y con acciones de planificación y gestión del riesgo. Es necesario disponer de una adecuada red de instrumentos, personal cualificado y centros que realicen la labor de seguimiento de todos los observables que puedan indicar el inicio de cualquier actividad volcánica.

La población debe ser educada, desde el nivel escolar a nivel general sobre cuáles son los niveles de riesgo, participar en simulaciones de evacuación, conocer el entorno y distinguir los diferentes escenarios posibles y acciones que realizar.

Por su parte, las autoridades deben propiciar los fondos para la vigilancia, los medios para la educación y disponer de los adecuados planes de gestión del riesgo, con las acciones y personal adecuado a cada uno de los posibles escenarios, sin tener en cuenta que estas inversiones son a largo plazo.

La prevención y la gestión siempre será más económica que la reconstrucción o las pérdidas de vidas y bienes.

Jesús M. Ibáñez Godoy es catedrático de Física de la Tierra en la Universidad de Granada.

Cláusula de divulgación

Jesús M. Ibáñez Godoy no es asalariado, ni consultor, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

Este artículo fue publicado originalmente en la web The Conversation.

The Conversation

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