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Columna
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Con amor y una sonrisa

Los catalanes son muchos más que los independentistas. Que no nos den lecciones de democracia

Francesc de Carreras
Manifestación en Madrid el pasado octubre a favor del diálogo para resolver la crisis catalana.
Manifestación en Madrid el pasado octubre a favor del diálogo para resolver la crisis catalana. Santi Burgos

Acabo de leer El orden del día, un breve e interesante libro de Eric Vuillard editado por Tusquets hace dos meses. Cuenta con buen estilo la anexión de Austria por la Alemania de Hitler en 1938. Se describen las tácticas de Hitler y los intentos de evitarla por parte del presidente y el primer ministro austríacos, políticos de extrema derecha pero que se avergüenzan de ser los responsables de franquear, sin más, la frontera a los alemanes.

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Al final, con muy poca resistencia, ceden a los deseos del Führer, alentado en su expansionismo por los grandes industriales de su país. Como se sabe, hacía ya tiempo que frente al dictador nazi la táctica era la del “apaciguamiento”. Había que tenerlo contento, así se olvidaría de ocupar militarmente Europa. La anexión, en realidad, fue muy fácil. Lo relata Vuillard a modo de novela: “¡Todo había empezado tan bien! A las nueve se alza la barrera de la aduana, y ¡y hop, estamos en Austria! No ha hecho falta utilizar la violencia ni golpes sorpresa, no, aquí todo es amor, conquistamos sin esfuerzo, con suavidad, con una sonrisa”.

Me recordó las posiciones de algunos sobre Cataluña. En concreto me refiero al reciente manifiesto denominado Renovar el pacto constitucional que, según informa EL PAÍS, está firmado por 60 personalidades del mundo intelectual y académico, algunos buenos amigos míos. Me he quedado asombrado de su ingenuidad, de su desconocimiento de la historia y del menosprecio por nuestro Estado constitucional.

Pero también me he indignado. En primer lugar, por el lenguaje: según el manifiesto, los catalanes son los nacionalistas catalanes, sus reivindicaciones nacionales han de ser atendidas por todos y entre todos. ¡Caramba! Y qué pasa con los catalanes que no las reivindicamos, que aspiramos a que la Generalitat se dedique a las cuestiones sociales, económicas y culturales, tan desatendidas desde hace tiempo. Somos más de la mitad, según los votos. ¿No existimos para esos firmantes, presos de un grave síndrome de Estocolmo?

Porque atribuir el problema a la ruptura de un desconocido y secreto pacto constituyente por parte del Tribunal Constitucional al admitir los recursos contra el Estatuto catalán de 2006 y no hacer mención, por lo menos, que en septiembre y octubre pasados las autoridades de la Generalitat se saltaron olímpicamente todas las reglas de un Estado de derecho, es hacer trampas, burdas trampas. Los independentistas han cometido “errores”. Es la mayor crítica que se les hace. En lo demás, la culpa es del Estado.

¡Apaciguamiento! ¿Amor y sonrisas? Ni hablar. Busca de soluciones, sí. Dentro de la ley. Y los catalanes son muchos más que los independentistas. Que no nos den lecciones de democracia.

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