¿Tenemos 20 años para cambiar el mundo?
Un documental francés exhorta a pasarse a la agroecología para salvar el planeta
¿Es la tierra una especie de cuerno de la abundancia, donde uno planta semillas y recoge frutas y frutos en un ciclo de bonanza sin fin? Por desgracia no. A ese capital global, el suelo cultivable, le hemos estado echando abonos químicos desde el fin de la Segunda Guerra mundial, abonos que han multiplicado las cosechas pero a la vez han ido destruyendo la capacidad reproductiva de la tierra. El 60% del terreno cultivable está muerto o por decirlo con mayor propiedad ha sido literalmente envenenado.
Esta es una de las primeras informaciones que se nos da en el documental On a 20 ans pour changer le monde (Tenemos 20 años para cambiar el mundo). En la hora y media que dura el documental circulan delante de las cámaras personalidades del ámbito ecológico francés como Nicolas Hulot, el hoy ministro de la Transición ecológica y solidaria, y Louis Albert de Broglie, aristócrata propietario de un castillo en el valle del Loira donde experimenta con la agroecología. En su terreno cultiva unas 700 variedades de tomates, lo que le valió que se creara allí mismo el Conservatorio Nacional del Tomate. Se le conoce también como “el príncipe jardinero”. En el documental se dice que si el hombre se dedica a destruir el ecosistema, el castillo la Bourdaisière (su propiedad) existe para preservar la naturaleza.
Pero el verdadero protagonista de la película es la asociación Fermes d’Avenir (Granjas de Futuro) que fue creada en 2013 por Maxime de Rostolan para conseguir entre otras cosas que la agricultura bio no sea una alternativa más de consumo ni una moda pasajera sino que se convierta en la norma. En juego están la salud del planeta pero también la de todos nosotros. Un agricultor joven cuenta ante la cámara cómo su conversión a la agroecología fue cuestión de segundos. Le bastó enterarse de que su padre, agricultor convencional como él, había contraído la enfermedad de Parkinson por el hecho de haber utilizado un pesticida para su campo.
Maxime de Rostolan, ingeniero y alma mater del proyecto, se encarga de la explotación agrícola de la Bourdaisière y tiene un objetivo claro en mente: demostrar que la agroecología es más rentable que la agricultura industrial. Es la falta de esta información científica lo que da pie a los lobbys y a los sindicatos a no modificar para nada el modelo actual de producción agrícola. Antes de fundar Fermes d’Avenir, creó Blue Bees, la primera plataforma de financiación colaborativa dedicada exclusivamente a proyectos relacionados con la agricultura y la alimentación. Rostolan se define a sí mismo con un neologismo de su invención: payculteur (paíscultor), en el sentido de “emprendedor en el ámbito agrícola que tiene por objetivo crear un tejido económico dinámico y resiliente y que busca acompañar proyectos alimentarios locales”.
El documental aboga porque un día al sentarnos a la mesa podamos decir bon appetit (que aproveche) en vez de decir bonne chance (buena suerte)
En resumidas cuentas, el documental aboga porque un día en el futuro, al sentarnos a la mesa, podamos decir bon appetit (que aproveche) en vez de decir, como ahora hacen algunos, bonne chance (buena suerte) porque no sabemos realmente qué nos estamos llevando a las tripas. Esta frase sale de la boca de Pierre Rabhi, posiblemente el decano de todo el movimiento agroecologista en Francia.
Fermes d’Avenir hace lobby político pero también quiere generar un movimiento en masa, y que se haga realidad lo que su nombre indica. Las cifras cantan: de aquí hasta el 2025 cerrarán el 60% de las explotaciones agrarias industriales francesas. Consideran que la agricultura gala tendrá un futuro si se consiguen crear miles de microgranjas que sigan los principios de la agroecología y la permacultura. Con eso se salva la tierra, se da trabajo a los parados y se asegura una buena nutrición y una mejor salud a las futuras generaciones. Por ello en su web anuncian formaciones y talleres no sólo para agricultores que quieran pasarse “al lado luminoso de la fuerza” sino para todo aquel que se vea trabajando la tierra, aunque se trate sólo de una parcelita.
La directora del documental, Hélène Médigue, cuenta que ella nunca se propuso hacer un documental sobre la permacultura o la agroecología sino sobre “personas que actúan”, por eso la cámara sigue el movimiento de los protagonistas, no hay voz en off ni entrevistas, que marcarían una distancia con el espectador. Médigue confiesa que el punto de partida de su película es la búsqueda de sentido al sistema de alimentación. Y en tono agorero sentencia: “Yo no sé si tenemos 20 años para cambiar el mundo pero estoy convencida de que dentro de 20 años será demasiado tarde.”
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