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Tribuna
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‘Big deal’ y ‘fake humans’

Es el momento de la ciudadanía digital y del reconocimiento de nuevos derechos fundamentales. Tenemos que asumir colectivamente la responsabilidad de pensar para qué, por qué y cómo queremos abordar la transformación tecnológica

José María Lassalle
NICOLÁS AZNÁREZ

Mientras la vieja política y los cronistas oficiales que la acompañan viven atrapados en debates arqueológicos, el tsunami digital avanza hacia la disrupción inminente. En breve, todo cambiará y la inercia tecnológica nos situará ante retos que desbordarán la capacidad de análisis y decisión con la que hemos venido interpretando y gobernando el mundo desde la antigüedad. El planeta altera su eje de rotación analógica mediante la técnica y nuestra realidad, e incluso nuestra identidad, se hibridan digitalmente bajo la presión de la inteligencia artificial, los algoritmos y los datos. Lo inquietante de esta cibermutación global es que se produce sin control político ni pensamiento crítico, sin transparencia democrática ni debate y opinión pública informada.

Están cambiando nuestros imaginarios culturales, así como los paradigmas sociales y económicos de la humanidad sin que seamos conscientes de ello y en medio del asentimiento de una política y de unos medios de comunicación que ven la transformación digital como una experiencia asombrosa, casi mágica, que abordan desde una especie de resignación ilusionada y sin pensar en sus consecuencias últimas. Inauguramos un tiempo histórico que nos hará radicalmente digitales. Ya casi lo somos al estar nuestras vidas configuradas online. Trabajamos, aprendemos, interactuamos, compramos, nos entretenemos y nos comunicamos tecnológicamente. La humanidad muta sin prever lo que seremos y una nueva forma de identidad surge en contacto con las pantallas. Nos transformamos en homo digitalis. Nos desmaterializamos y dejamos atrás lo que fuimos corpóreamente mientras el despliegue de la tecnología 5G hace inminente la aparición de capacidades disruptivas inimaginables que, combinadas con la robótica y el Internet de las cosas, ampliarán exorbitantemente nuestra prosperidad y las zonas de confort en áreas tan vitales como el transporte, la salud o el trabajo.

Lo preocupante es que la hiperconectividad sin latencia que traerá el 5G hará de nuestras vidas un laboratorio de experiencias digitales que probará las aplicaciones que promueven sin control las grandes corporaciones tecnológicas. Un laboratorio sin más reglas que la neutralidad de un modelo de negocio que nos trata como usuarios y consumidores y que optimiza algorítmicamente su escalabilidad dentro de los patrones sesgados de una economía de los datos gobernada por la inteligencia artificial. Sin hoja de ruta ni debate público, la humanidad se expone a una cibermutación guiada por vectores de consumo masivo basados en incrementar exponencialmente la velocidad y la capacidad de circulación de datos con el fin de monetizarlos.

La humanidad se expone a una cibermutación guiada por vectores de consumo masivo

Bajo el gobierno de los algoritmos y la realidad aumentada que proporcionará la tecnología 5G seremos, sin duda, los destinatarios de la disrupción digital pero como usuarios y consumidores del fenómeno. De este modo, seremos empoderados pasivamente y, a posteriori, convertidos en beneficiarios de una transformación que se producirá en nuestro provecho material, aunque dentro de un ecosistema tecnológico que nos hará superar el dintel de la poshumanidad sin consultarnos.

Revertir esta situación es una necesidad. Escándalos como el protagonizado por Facebook y Cambridge Analytica demuestran que las corporaciones tecnológicas hegemonizan sin control democrático la transformación digital y lo hacen sin considerar las vulnerabilidades a las que nos aboca nuestra indefensión como personas y ciudadanos. El homo digitalis que se presiente en el umbral de la próxima década no puede ser un fake human. Lo será si seguimos avanzado en la cibermutación de la humanidad sin que vaya de la mano de pensamiento crítico, de equidad y pacto social y político que establezca derechos y obligaciones entre los actores que participan en ella. No es un tema de ciberseguridad sino de ciberciudadanía. Tenemos que asumir colectivamente la responsabilidad de pensar para qué, por qué y cómo queremos abordar la transformación digital. Debemos evaluar y pensar las consecuencias morales y políticas que puede tener para el ser humano una interactuación con la técnica tan intensa y sin límites como la que se avecina. Tenemos que desarrollar una ciudadanía digital que incorpore la advertencia teórica que planteaba la Escuela de Fráncfort cuando nos previno de aquella dialéctica ilustrada que desembocó en los totalitarismos de entreguerras porque, entre otras cosas, las sociedades democráticas de entonces no comprendieron que la técnica es siempre voluntad de poder y nunca es neutra.

Europa tiene una misión democrática que cumplir: la gestión humana y cívica del cambio digital

Rota la frontera de lo público y lo privado por el panóptico digital de las redes sociales, y disuelta la noción del límite al perder en las pantallas el sentido de la finitud y la extensión que proporciona nuestra naturaleza corpórea, los seres humanos no podemos caer en los brazos de una nueva dialéctica distópica. Frente al ciberpopulismo que se insinúa bajo el estruendo que produce el desprecio masivo de la alteridad que generan las multitudes digitales anonimizadas bajo el tuit party, hay que oponer una ciudadanía digital que nazca de un neocontractualismo tecnológico que impida que el big data sea un big brother. Tenemos que proponer un big deal digital que desarrolle una nueva generación de derechos fundamentales digitales que nos proteja como personas y nos empodere como ciudadanos dentro del ecosistema digital que nacerá con la eclosión del 5G. Y hay que empezar por abajo, impulsando un marco regulatorio que defina un derecho de propiedad sobre los datos para así poder identificar lo mío y lo tuyo, y desarrollar una economía de datos basada en transacciones equitativas que no monopolicen las grandes corporaciones.

Este es un reto que Europa tendría que ver como una misión democrática. De los grandes actores globales, es el único que, a pesar de las dificultades por las que atraviesa, tiene los vectores y resortes íntimos con los que abordarlo. Estados Unidos y China orientan sus intereses hacia la utilidad y el consumo mientras que Europa debería hacerlo hacia una gestión humanista y cívica de la transformación digital. Podemos hacerlo si activamos nuestra vocación intelectual y política de pensar el mundo desde la persona y la ciudadanía. Lo venimos haciendo desde hace dos milenios y medio, así que nadie va a negarnos experiencia. Pero, sobre todo, debemos hacerlo si queremos sobrevivir como democracias y pertrecharnos frente a la pesadilla de una poshumanidad que, como adelantó Philip K. Dick con sus fake humans, puede ser el soporte definitivo de una multitud digital desmaterializada e incorpórea, que acepte sin rechistar los liderazgos leviatánicos que se insinúan bajo el cetro y la espada de la tecnología. Frente a las multitudes digitales que aclaman a Trump, Putin o Xi Jinping, una ciudadanía digital que apueste por una Europa democrática basada en un nuevo big deal fundacional.

José María Lassalle es secretario de Estado para la Sociedad de la Información y la Agenda Digital de España.

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