Miren Arzalluz, la vasca que conquistó la moda francesa
Historiadora y experta en política comparada, esta vasca se ha convertido en la primera extranjera en ponerse al frente del Museo de la Moda de París.
Vestida de negro riguroso, con los labios pintados de rojo y la melena platino, Miren Arzalluz (Bilbao, 1978) se mueve por las laberínticas buhardillas del Palais Galliera como una exhalación. Son sus oficinas desde que el pasado enero fuera nombrada directora del Museo de la Moda de París, quizá el más importante del mundo dentro de esta disciplina y, como apostilla la historiadora vasca, “un auténtico orgullo nacional”. Es la primera extranjera que capitanea la institución creada en 1977. Una española al frente de la joya de la corona de la moda francesa: todo un desafío al chovinismo galo.
Su nacionalidad no es lo único que resulta insólito. Tampoco es funcionaria y la mayor parte de los directores de museos públicos de este país pertenecen al cuerpo de conservadores del Estado, al que se accede por oposición. “Pasé un proceso de selección normal, con entrevistas y una evaluación de mi proyecto para el centro. Pero tengo que reconocer que fue una decisión valiente”, explica la ex responsable de colección y exposiciones del Museo Balenciaga de Getaria. Arzalluz, de 40 años, debutó el pasado mes de marzo en el Galliera con una retrospectiva dedicada al diseñador Martin Margiela, que cerrará sus puertas el 15 de julio y que por primera vez ha contado con la participación del enigmático creador, uno de los más influyentes del siglo XXI.
Aunque esta muestra ya estaba diseñada cuando llegó al cargo, para ella tiene un valor casi simbólico. “Resulta muy emocionante empezar mi andadura inaugurando una exposición dedicada a un maestro que en mi fuero interno siempre he tenido muy cerca de Balenciaga. Ambos son dos iconoclastas, personas que no ceden a la presión del sistema de la moda, que mantienen una distancia enorme con los medios, que se refugian en su oficio, que son de un perfeccionismo brutal. Ambos han tenido la suerte de ser testigos en vida de su propio éxito, del reconocimiento de sus colegas y de su influencia en la generación posterior. De repente, todo encaja. Es una bonita transición”.
A Arzalluz le corresponde el poco envidiable privilegio de suceder a Olivier Saillard, el hombre que dio al Galliera relevancia internacional y que convirtió sus exposiciones en eventos imprescindibles tanto para la ciudad de París como para la industria del lujo. “Hay un antes y un después de él en el comisariado de moda. Ha explorado nuevas formas de atraer al público y de difundir la historia de la moda más allá de las fórmulas tradicionales”, sentencia. Una de las que más valora son las performances que realizó durante años con la oscarizada Tilda Swinton. En Cloakroom (El guardarropa), por ejemplo, la actriz británica recibía prendas reales del público, interactuaba con ellas —probándoselas sensualmente o convirtiéndolas en un nido sobre el que depositaba una castaña o un nota manuscrita—, para devolvérselas finalmente a sus propietarios.
“Al mostrar sobre un maniquí ropa que ha sido diseñada para ser admirada en movimiento, se pierde parte de su esencia. Pero la experiencia del que observa es completamente distinta cuando, gracias a estas acciones artísticas, esa creación vuelve a la vida”. En opinión de Arzalluz, la gestión de Saillard en el Galliera durante los últimos siete años es intachable: “El que piensa que algo comienza con él, que lo de antes no sirve, no solo está equivocado, sino que también está apostando por una mala estrategia”. Saillard, con el que colaboró como comisaria asociada e investigadora freelance, le ha dejado en herencia unos cuantos consejos que prefiere no compartir, un importante legado que conservar y un gran reto: dotar al museo de una colección permanente. “Debemos tener la habilidad de hacerla tan rigurosa como atractiva, y que sea capaz de interesar al público tanto la primera vez que la visite como la tercera”. A este desafío se suma otro: los fondos textiles nunca son realmente permanentes. “Por motivos de conservación, las piezas deben rotar cada seis meses sin modificar o modificando lo menos posible el discurso para no vernos obligados cambiar la museografía”.
“Perdernos en si la moda puede compararse o no con la obra de Picasso es una polémica que no me interesa”
Otro de sus principales desafíos es ampliar el público del Galliera. Pese al éxito que han alcanzado las últimas muestras del centro —dedicadas a los trajes regionales españoles, a Balenciaga y a la diva francesa Dalida— y al creciente número de visitantes que acuden a las exposiciones de moda que se multiplican en los museo de arte —de Givenchy en el Thyssen a Comme des Garçons en el MET—, Arzalluz considera que aún queda mucho por hacer. “Es cierto que la irrupción de la moda en el mundo museístico ha tenido mejor aceptación por parte del público que de la crítica. Pero todavía hay muchos que consideran la moda algo frívolo; otros, algo lejano o elitista”, argumenta.
Si es arte o si tiene suficiente entidad para ocupar las paredes de centros no especializados y pinacotecas, es una controversia que la comisaria considera tan estéril como anacrónica. “La moda tiene muchas cosas que contar sobre nuestra historia, nuestra sociedad y sobre nosotros mismos. Es un fenómeno complejo e interesante, que se puede abordar de cientos de formas. ¿Hay determinadas prendas, creaciones de diseñadores concretos, objetos textiles que pueden ser considerados una expresión artística? Por supuesto que sí. ¿Tiene un componente creativo innegable? También. Perdernos en si puede compararse o no a una obra de Picasso es una polémica que no me interesa”. Aunque Arzalluz está bregada en el combate dialéctico y la gestión de crisis.
Después de estudiar Historia en su Bilbao natal, se trasladó a Londres para trabajar en la London School of Economics (LSE), donde terminó cursando un máster en Política Comparada. “Me apasiona personal e intelectualmente [su padre es el expresidente del Partido Nacionalista Vasco Xabier Arzalluz]. Pero sentía que no era mi camino. Frente a mi escuela estaba el Courtauld Institute of Arts: una institución mítica dedicada exclusivamente al estudio del arte. Una de las especialidades era Historia del Vestido. Empecé a ver los temas y me atrapó, fue amor a primera vista. Solicité una plaza, pero me decía que no me iban a aceptar porque eran clases muy reducidas con una fuerte competencia internacional”. Pero lo hicieron. Pidió un crédito y dejó a Adam Smith y John Locke por Fortuny y Poiret. “La cara de mis profesores de la LSE cuando les dije que iba a hacer Historia de la Moda no tiene precio. Pensaban que estaba tirando mi futuro por la borda”, recuerda entre risas. En su casa, dice, solo recibió apoyo. “No me arrepiento. Viví un periodo fascinante: la época de la Tercera Vía de Tony Blair, el europeísmo británico. Organizamos reuniones con Kofi Annan, Bill Clinton, el lehendakari Ibarretxe hizo la presentación internacional de su plan cuando estaba yo allí…”.
Arzalluz asegura que esta experiencia ha sido fundamental en su carrera como historiadora de la moda. “Me ha ayudado a comprender determinados aspectos sociales, económicos y políticos de la moda y ha enriquecido mi visión como investigadora. Creo que no podría hacer los análisis que realizo si no tuviera esa formación”. Más allá del aspecto teórico y académico, la política comparada ha demostrado tener su utilidad en la práctica. Tras su paso por el Victoria & Albert Museum de Londres, Arzalluz fue nombrada responsable de las colecciones del Museo Balenciaga de Getaria, un ambicioso proyecto financiado por distintas Administraciones vascas, que se inauguró en 2011. Dos años después, la comisaria y otros miembros del centro abandonaban abruptamente el proyecto. El exalcalde de Getaria y uno de los principales promotores del Museo, Mariano Camio (PNV), había sido acusado unos meses antes junto a su pareja, el arquitecto cubano Julián Argilagos, de administración desleal y apropiación indebida de fondos públicos. El juicio contra ambos se reanudará este mes de abril con la probable ausencia de Argilagos, en paradero desconocido. “Aquello fue una escuela, me curtí como comisaria y participé en la puesta en marcha de un nuevo museo con todas las dificultades que ello conlleva. De todo se aprende, de lo malo también. Nos dejamos en ese proyecto la piel e hicimos un museo que ahí está, dedicado al maestro, que se lo merece todo”, sentencia.
Lejos de Getaria se siente libre del peso de aquel episodio y de su apellido. “Estoy en otro lugar y otro país, donde mi padre no es una persona conocida. Quien quiera seguir insistiendo en esas cuestiones es muy libre de hacerlo. En todo caso, estar en el Galliera es también una satisfacción porque significa una libertad definitiva. Ahora que voy a cumplir 40 años me siento ajena a ese tipo de lastres por fin”.
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