Forges y la historia
Los historiadores del futuro cometerán un error si no leen las viñetas de Forges, porque encierran claves decisivas de los últimos 50 años.
AL DÍA siguiente de la muerte de Antonio Fraguas, Forges, este periódico tituló en primera página: ‘Muere Forges, genial intérprete de medio siglo de historia de España’. No fue el único medio que dijo cosas semejantes, así que algunos resabiados creyeron detectar en el elogio al viñetista una hipérbole funeraria, uno de esos típicos ditirambos con que los españoles intentamos compensar a los muertos por lo mal que los tratamos cuando estaban vivos, y una prueba más de que en España enterramos muy bien, como dijo Alfredo Pérez Rubalcaba cuando le enterramos políticamente a él. Por una vez, discrepo. Es posible que, en ese titular, el adjetivo “genial” esté de más (genio es aquel que se lo cree y acierta, y Forges, gracias a Dios, nunca se creyó un genio), pero los historiadores del futuro cometerán un error si no leen las viñetas de Forges, porque ellas encierran con frecuencia claves decisivas de nuestros últimos 50 años de historia.
El humor es la cosa más seria del mundo. Forges lo sabía. Lo saben los viñetistas que, como él, poseen el don de vislumbrar, con un solo golpe de gracia, la realidad entre la polvareda del presente
Pongo un ejemplo que ya puse en otro lugar, porque prefiero repetirme que prescindir del mejor ejemplo que conozco. El 3 de julio de 1976, siete meses y medio después de la muerte de Franco, Juan Carlos I nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez; es un hecho fundamental de la historia reciente española, que podría considerarse como el inicio de la Transición. Pues bien, a raíz de ese acontecimiento Forges publicó una viñeta en la que se ve a dos hombres encerrados en un búnker y comentando la noticia; uno de ellos dice: “Se llama Adolfo, ¿no es maravilloso?”; el otro contesta: “Ciertamente”. Nuestro historiador futuro no tendrá que aclararles a sus lectores que Adolfo era el nombre de pila de Hitler, pero sí que, al final del franquismo y al principio de la democracia, los franquistas recalcitrantes atrincherados en el poder eran conocidos como “el búnker”. Por lo demás, hay quien interpretó la viñeta de Forges como un simple ataque al nuevo presidente del Gobierno. No lo era. Porque la verdad es que, salvo contadísimas excepciones, sólo los ultraderechistas —desde los camisas viejas de Falange hasta los militares y los tecnócratas del Opus, sin olvidar a los Guerrilleros de Cristo Rey— aplaudieron la designación de Suárez, convencidos de que aquel joven listo, enérgico y apuesto, que tan obsequioso había sido siempre con ellos, encarnaba la garantía más solvente de un dilatado y venturoso franquismo sin Franco. Del mismo modo que es verdad que, también con contadísimas excepciones, la oposición al franquismo y los llamados aperturistas del régimen se horrorizaron con la noticia: para no ir más lejos, baste recordar que el editorial de este periódico insinuaba que el nuevo presidente no era sino la punta de lanza de “una máquina que resulta ser el auténtico búnker inmovilista del país” y que “encarna las tradicionales formas de ser español en su leyenda más negra y atrabiliaria: el poder económico y el poder político aliados en una simbiosis perfecta con el integrismo eclesiástico”. Todo esto significa que la viñeta de Forges representa, vista con la perspectiva de los años, una síntesis exacta de la acogida radicalmente dispar que la opinión pública deparó al nombramiento de Suárez y de la turbia atmósfera política que generó, sin las cuales no hay forma humana de entender cómo es posible que aquel inesperado presidente realizara el malabarismo inaudito de desmontar el franquismo y montar una democracia, o los fundamentos de una democracia, en menos de un año y sin mediar una revolución ni una guerra: Suárez pudo desmontar el franquismo porque conocía su búnker mejor que nadie, y pudo montar la democracia porque casi nadie —tal vez ni siquiera él mismo— esperaba que la montara.
El humor es la cosa más seria del mundo. Forges lo sabía. Lo saben los viñetistas que, como él, poseen el don de vislumbrar, con un solo golpe de gracia, la realidad entre la polvareda del presente, en medio del ruido y la furia de la historia (al día siguiente del 23 de febrero de 1981, El Perich escribió: “Los españoles están divididos: unos están por el apaga; los otros, por el vámonos”). Todo eso que les debemos.
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