Del medievo al futuro: 800 años en la Universidad de Salamanca
Ciencias y letras conviven desde la Edad Media en la Universidad de Salamanca, la más antigua de Europa, junto a Bolonia y Oxford. Un microcosmos donde se sentaron las bases del derecho internacional y hoy se avanza en bioquímica. Orgullosa del pasado y asomada al futuro, la casa de estudios celebra su 800º aniversario recordando a Fray Luis y esperando a Bob Dylan.
OCHO SIGLOS SON muchos. Y son más en un lugar pequeño, donde se vuelven más intensas las relaciones entre el tiempo y el espacio. Cuando yo era niño en Salamanca, tenía un atlas histórico en el que aparecían, proyectados sobre una larga línea, los grandes acontecimientos de la humanidad. Una señal apuntaba, en pleno medievo, el surgimiento de las universidades europeas: junto a Bolonia y Oxford aparecía Salamanca. Las otras eran algo más antiguas, pero Salamanca fue la primera de Europa en llamarse universidad, universitas, que quiere decir totalidad de los conocimientos. Y en aquel tiempo, como nos enseñó Umberto Eco, el nombre era tan importante como la rosa, si no más.
La fundación de una universidad requería en la Edad Media la intervención de los dos poderes de la época: el rey y el papa. El fundador de la de Salamanca fue Alfonso IX de León en 1218. Unas décadas más tarde llegó desde Roma el reconocimiento pontificio, que homologaba universalmente sus títulos. Lo mucho que permanece de aquel momento fundacional supone una continuidad casi milagrosa, dado el gusto ibérico por la destrucción. Casi sin que nos demos cuenta, la Universidad de Salamanca es una de las instituciones públicas más antiguas del mundo. En esa estabilidad, comparable a la de un tronco, las generaciones de estudiantes se han sucedido igual que las hojas de los árboles, según auguró Homero. Así 800 veces, en la curva que va del otoño al verano. El pasado septiembre, los reyes Felipe y Letizia inauguraron el curso de los fastos. Si quedáramos atados a la legitimidad medieval, debería venir también el papa Francisco. Pero lo reemplazará otro de los ungidos que administran la sacralidad posmoderna: con la primavera, Bob Dylan festejará el octavo centenario en un polideportivo multiusos. También con soltura posmoderna ha diseñado Miquel Barceló el logo del cumpleaños altísimo: para escribir Usal (el nombre latino se ha abreviado en sigla millennial), los tritones y delfines simétricos de la fachada se han diluido en curvas fugaces, con algo de cabeza de toro. El bestiario simbólico dibuja el acrónimo del dominio de Internet. No hay mejor resumen de ese abrir y cerrar de ojos en el que han pasado ocho siglos.
La de Salamanca fue la primera biblioteca pública de España por decreto de Alfonso X el Sabio y la primera del ámbito universitario en todo el continente europeo
Ese casi milenio se hace visible, tangible incluso, en muchos puntos. Si hay una universidad que equivale a su biblioteca, esa es Salamanca. Su Biblioteca Antigua parece una serie infinitesimal del tiempo, libro a libro. Cuando visitemos cualquiera de las bibliotecas públicas que ahora conforman una espléndida red tenemos que recordar que aquí empezó todo. La salmantina fue la primera biblioteca pública del Estado, por decreto de Alfonso X el Sabio, y la primera biblioteca universitaria de Europa. Sus estanterías dieciochescas recuerdan mucho a la cercana Plaza Mayor, y su rectángulo contiene, como proclama el sello de la universidad, lo mejor de todos los saberes. El derecho, la medicina, la filosofía o la retórica conviven con las matemáticas, la astronomía y la música, que ya en la Antigüedad iban de la mano. Los volúmenes en latín, que fue la lengua total de la cultura, dieron paso gradualmente a los tratados en las lenguas modernas. Códices admirables, incunables únicos y ediciones príncipe suman un estable tesoro, si podemos usar las palabras de Paul Valéry. En él entraron también los llamados libros redondos, que así es como Torres Villarroel tuvo que etiquetar los globos terráqueos.
En la arquitectura se aprecia más bruscamente el paso de la Edad Media a la modernidad. La portada renacentista de la universidad se destaca del edificio gótico igual que el tiempo nuevo surgió del antiguo. El cuerpo presenta rudeza y finura góticas, nervaduras de bóveda y almenas de castillo. La fachada se abre como una primera página de una arquitectura que tiene algo de libro. De hecho exhibe en su claustro algunos enigmas tomados de un best seller del Renacimiento, la Hypnerotomachia Poliphili, el Sueño de Polífilo. En la orientación misma de su sede se hace evidente la consolidación de la universidad civil, desligada ya de la catedral.
En un momento en el que las universidades se empiezan a llamar academia, en recuerdo de la escuela platónica, Salamanca se denomina enkyklopaideia. Una enciclopedia cuyo círculo ideal unifica la pluralidad “de todas las ciencias”. Eso declara su lema, que también fija su objetivo por excelencia: Salamantica docet. Salamanca enseña. De ahí vienen algunos refranes: “El que quiera aprender, que vaya a Salamanca”, “Lo que naturaleza no da, Salamanca no lo presta”.
La Escuela de Salamanca,
con Francisco de Vitoria al frente, sentó en el siglo XVI las bases
del derecho internacional
y de la convivencia civilizada
El medallón central simula una ventana circular desde la que un hombre y una mujer se asoman al mundo. Son Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. La inscripción en griego que los enmarca no es solo un alarde humanístico extraordinario. Indica a todos, especialmente a los estudiantes, dónde estamos: en esa Grecia fuera de Grecia que es la cultura occidental. La biblioteca a la que deben ascender se presenta como sucesora de la de Alejandría, que también reunía toda la ciencia de su época. Además de recopilar los mejores libros, la universidad los ha editado desde hace más de 500 años. Su primera publicación data de 1486, cuidada por uno de sus profesores más ilustres, Antonio de Nebrija.
El rector de Salamanca es el primus inter en el ámbito hispánico. Su perfil cambia de presidencial a cardenalicio, según vaya vestido o revestido, moderno o antiguo. En las ceremonias solemnes, lentas como el mecanismo de un antiguo reloj que no se ha detenido, destaca en negro sobre la policromía de los profesores. Merece la pena asistir a alguna para sentir el peso de lo que permanece. Para el rector construyó la universidad una casa que en varios siglos solo ha sido ocupada por uno, Miguel de Unamuno: pequeña Moncloa salmantina que más parece un 10 de Downing Street, en la esquina de las calles de Libreros y Calderón de la Barca. En su balcón se ve todavía la parra que permitía a Unamuno elaborar su propio vino, en esos años —no hace tantos, pero es algo ya imposible— en los que un rector podía ser filósofo, novelista y sobre todo poeta, cantor de las uvas colmadas. En eso vemos que el último siglo ha sido el más acelerado de los ocho. No sé si el mejor.
La Universidad de Salamanca ha acabado siendo un género literario, con sus propios clásicos y sus escritores de última generación. En ese espacio ideal, las odas de Fray Luis coexisten con los microrrelatos digitales. Espronceda dio con el título perfecto: El estudiante de Salamanca. Antes, El licenciado Vidriera, de Cervantes. Después, la joven melancólica que protagoniza Entre visillos, de Carmen Martín Gaite. A mediados del siglo XX un poeta veinteañero se licenció aquí en Derecho. Era Jaime Gil de Biedma. Su itinerario por las universidades europeas (Barcelona, Salamanca, Oxford) entonces estaba solo al alcance de la alta burguesía. Hoy está democratizado, cualquier erasmus un poco inquieto puede recorrerlo. Sea como sea, la ciudad sigue llena de jóvenes. A los de hoy se añaden todos los que han vivido aquí, como Gil de Biedma, el deslumbramiento de los 20 años.
La universidad promueve hoy la ecología a través de una Oficina Verde, pero hace 500 años uno de sus profesores ya apuntó: “Por mi mano plantado tengo un huerto”
La historia de la Universidad de Salamanca ha marcado algunos hitos en nuestra historia civil, por no decir en la ética humana, porque una universidad no es más que una versión del mundo a escala reducida. Uno es el encarcelamiento de Fray Luis de León, que en la prisión anotó: “Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado”. Otro es la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria al frente, que sentó las bases del derecho internacional y de la convivencia civilizada. El más reciente sucedió en 1936, cuando el rector Unamuno defendió ante Millán Astray la universidad como templo de la inteligencia. Las estatuas de estos tres profesores nos recuerdan la singularidad personal de toda aportación extraordinaria.
Más allá de las titulaciones concretas, estas aulas enseñan que lo nuevo y lo viejo no se distinguen mucho si no hay una ruptura entre ellos. Los colegios mayores salmantinos no iban a la zaga de los colleges ingleses. Eran cuatro, cuando en toda España solo había seis. Dos se conservan casi intactos y muestran todavía el esplendor de una vida colegial que incluía hospederías y caballerizas. El del Arzobispo Fonseca acoge ahora actos culturales de vanguardia. El de Anaya es una de las mejores Facultades literarias y lingüísticas del mundo. Salamanca destaca en el siglo XXI en bioquímica y neurociencias. También en electrónica o información digital. Ello no impide que sus doctores, todos, conserven algunos privilegios de los grandes de España, como el de permanecer con birrete delante del rey, algo que ya intrigó a Freud y que se ha renovado ante Felipe VI. La universidad del tercer milenio cuenta con una Oficina Verde que promueve la ecología, pero hace 500 años uno de sus profesores ya apuntó: “Por mi mano plantado tengo un huerto”.
En las puertas del octavo centenario, Salamanca ha concedido cuidadosamente su doctorado honoris causa. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, fue precedido por el poeta Pablo García Baena, quien antes de fallecer el pasado 14 de enero, a los 94 años, definió la universidad como “biblia del mundo y su sabiduría”. Esa es la universalidad a la que aspira desde el primer momento esta universidad que fue erigida hace muchos años en el oeste y en lo alto de una hermosa península irregular. Una placa ofrecida por las universidades iberoamericanas califica a la de Salamanca como “Faro de la Humanidad”. Algún rayo de esa luz fulgurará en el concierto de Bob Dylan.
Juan Antonio González Iglesias es poeta y profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca.
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