Pirómanos
Me parece sospechosa esta ocurrencia de aprovechar el 155 para cargar contra la inmersión lingüística en Cataluña
Soy una privilegiada porque escribo en español. Nunca llamo a mi lengua castellana, porque soy consciente del poderoso lazo que me vincula con todos los hombres, todas las mujeres que podrían estar celebrando la misma suerte, con las mismas palabras, al otro lado del océano, y que comparten conmigo un destino, una literatura. Nadie ama más que yo esta bendita lengua que sólo aquí se llama castellano, y he declarado mi amor tantas veces que no soy sospechosa. El Gobierno de España, sin embargo, lo es. A mí, al menos, me parece sospechosa esta ocurrencia de aprovechar el 155 para cargar contra la inmersión lingüística en Cataluña, una política normalizada y aceptada por la inmensa mayor parte de la población, a juzgar por el pequeño porcentaje de agraviados que nunca hasta ahora había inquietado en La Moncloa. Los Gobiernos del PP y del PSOE que se han sucedido en el poder, han agradecido siempre el apoyo de los nacionalistas catalanes o vascos, con sus respectivas inmersiones lingüísticas en vigor, para aprobar investiduras y presupuestos, en el pintoresco marco de un Estado de las autonomías y una ley electoral que nos han vendido durante décadas como grandes logros y que ahora están demostrando su verdadera y, en mi opinión, errónea naturaleza. Pero ese es un debate complejo que requiere serenidad, capacidad de reflexión y una honestidad intelectual con las que, por desgracia, no se puede contar en este país, donde la política no se hace ya con trazo grueso, sino con un marcador fluorescente. Cuando baje la marea, habrá que afrontar, inevitablemente, esta cuestión. De momento, la última decisión del Gobierno consiste en volcar una cisterna de gasolina sobre una hoguera. Y así, las cosas sólo irán a peor.
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