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De la chabola a un piso por cuatro euros al mes

La idea de llegar a anciana y seguir viviendo en una chabola asustaba a la keniana Emma Ochieng. Gracias a una iniciativa popular, ese temor ya es cosa del pasado para ella y otras 40 familias

Emma Ochieng cuida las verduras del huerto de su nueva casa en la urbanización Kibos Kisumu, de Kisumu, en Kenia, el 23 de enero de 2018.
Emma Ochieng cuida las verduras del huerto de su nueva casa en la urbanización Kibos Kisumu, de Kisumu, en Kenia, el 23 de enero de 2018. FUNDACIÓN THOMSON REUTERS

La idea de llegar a anciana, jubilarse y seguir viviendo en un barrio de chabolas asustaba a Emma Ochieng, una profesora de educación primaria de 55 años que hasta hace apenas dos ocupaba una de las infraviviendas del suburbio de Nyalenda, en la ciudad keniana de Kisumu. Pero esos miedos han quedado en el pasado: ahora, tiene una nueva casa con huerto a 45 minutos en coche del centro de la ciudad.

Ochieng, madre soltera, ha sido durante más de 20 años una más de todas las personas que ocupan las chabolas de Nyalenda. Allí, los vecinos lidian a diario con la contaminación que produce un deficiente alcantarillado, los residuos, el ruido y una alta tasa de criminalidad. "Vivir en un barrio decente estaba por encima de mis posibilidades. ¡Tener una casa en la ciudad era poco más que un sueño!", relata la mujer.

En el año 2015, la maestra vio la luz al final del túnel: esa luz era la Cooperativa de Vivienda de Nylanda, que forma parte del Foro Urbano Local de Kisumu y que tiene como objetivo ayudar a sus miembros, que viven en cinco barrios pobres, a adquirir una vivienda digna. Ochieng comenzó a contribuir con 500 chelines kenianos al mes (cuatro euros) y, a su vez, se unió al Sindicato Nacional de Cooperativas de Viviendas de Kenia (Nachu), una organización que construye casas asequibles para personas con pocos recursos en terrenos no urbanizados.

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"Las viviendas informales se están desarrollando más rápidamente que los planes del Gobierno", declara George Wasonga, el director general de la Plataforma de Desarrollo Urbanístico de la Sociedad Civil. "La gente se está mudando a zonas antes de que el Ejecutivo les pueda ofrecer infraestructuras para servicios básicos como carreteras, agua, alcantarillado, electricidad o seguridad". El movimiento de población que describe Wasonga se debe a que el negocio de las granjas locales está sufriendo por el clima extremo y la subida de la importación de comida. Debido a ello, la gente emigra del campo a zonas urbanas. El rápido ritmo de la urbanización en Kenia ha empujado al 56% de los habitantes de sus ciudades a vivir en suburbios.

Cada año, de los diez millones de personas que emigran a las ciudades en África subsahariana, siete acaban viviendo en barrios de chabolas. De esos siete, solo dos tienen la esperanza de mudarse a un sitio mejor, según las cifras citadas en un informe de la ONU de 2016 sobre suburbios.

La tendencia es similar más allá de las fronteras kenianas: en la actualidad hay casi 1.000 millones de personas en todo el mundo que viven en barrios pobres y en asentamientos en unas 100.000 ciudades distintas. Muchas de estas barriadas están situadas en las orillas de los ríos o cerca de vertederos o zonas industriales, en territorios deteriorados, pantanosos, empinados, propensos a sufrir inundaciones y otros desastres. Las casas que se construyen allí exponen a sus habitantes a temperaturas extremas, falta de ventilación y desechos tóxicos, lo que va en detrimento de su salud.

Grupos de salvamento

Jessica Wekesa, la coordinadora regional de Nyanza de Nachu, explica que la cooperativa ayuda a sus afiliados a ahorrar pequeñas cantidades de dinero para que puedan adquirir sus propias parcelas y viviendas. Sus miembros se organizan en grupos de 20 personas y eligen una parcela de tierra adecuada. Tras eso, Nachu lleva a cabo una verificación de los antecedentes de los miembros del grupo, les ayuda a registrar la parcela y les concede un préstamo para ayudarles a realizar la compra.

La organización construye casas para primeros compradores con dos habitaciones, un baño y una cocina y se las proporciona a sus dueños. El cliente paga la parcela de tierra, la casa y los servicios relacionados con una tasa al 14% del saldo reducido de su préstamo. Tras eso, se les concede el título de propiedad. Ochieng obtuvo las llaves de su nueva casa en abril de 2016 y desde entonces los problemas derivados de habitar una infravivienda han quedado en el recuerdo.

La cooperativa ayuda a sus afiliados a ahorrar pequeñas cantidades de dinero para que puedan adquirir sus viviendas

En los últimos siete años, Nachu y sus socios han construido alrededor de 2.000 casas en siete regiones de Kenia para personas con rentas bajas. "Utilizamos tecnología barata y disponible en la zona. Hemos utilizado ladrillos realizados a partir de arena mezclada con agua y expuesta a altas temperaturas", explica George Kopallah, coordinador del Foro Urbano Local de Kisumu.

Ochieng detalla que se esperaba que cada miembro de su grupo ahorrase al menos 140.000 chelines, lo que a ella le llevó alrededor de un año. Las 20 personas que adquirieron una vivienda junto a ella se distribuyeron en grupos de cinco y se prestaron los unos a los otros dinero de sus ahorros colectivos a un interés del 10%, compartiendo sus ingresos adicionales al final del año. "Esto me ayudó a multiplicar mis ahorros para la casa, así como para pagar las tasas de la escuela de mi hija", asegura la profesora.

La casa de Ochieng ha costado 704.000 chelines, lo que incluye el precio de la parcela comunal en la que todas las casas han sido construidas. Ya solo le queda recibir el título de propiedad, algo que la profesora espera que ocurra en abril de 2019, después de terminar de pagar el préstamo. No obstante, también ha pedido prestado dinero del banco para ampliar el salón.

Otra de las mujeres beneficiadas por esta iniciativa es Esther Akinyi, de 41 años, viuda y madre de dos hijos. Ella reconoce que el grupo de microahorro le ha ayudado a lidiar con los gastos inesperados derivados de su empresa de diseño e impresión. "Enfrentarse a la carga familiar sola puede llegar a ser agotador", dice Akinyi. El préstamo del grupo le ha permitido pagar las tasas de la escuela mientras expande su negocio, aunque no ampliará su vivienda hasta que haya pagado lo que debe.

Apuesta por la vivienda social

En una época en la que las ciudades no hacen más que extenderse, los líderes locales y los activistas que se han reunido en el Foro Urbano Local en Kuala Lumpur esta semana están trabajando sobre cómo hacer que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, en línea con los objetivos de desarrollo globales. La Nueva Agenda Urbana, adoptada por los miembros de la ONU en 2016, recomienda a los Gobiernos priorizar las políticas de vivienda en el marco de las políticas de desarrollo nacionales y locales.

El Ejecutivo keniano pretende construir 200.000 viviendas sociales para mejorar las condiciones de vidas de las clases más desfavorecidas que residen en los barrios más pobres, así como 800.000 casas asequibles para las clases medias en los próximos cinco años. El sector privado cubrirá el 60% de lo que se espera que sea un coste de 2.600 millones de chelines, el Fondo de Seguridad Social cubrirá el 30% y el Tesoro cubrirá el último 10%.

El Ejecutivo keniano pretende construir 200.000 viviendas sociales en cinco años

Como parte de este esfuerzo, el Gobierno del condado de Kisumu quiere levantar 10.000 viviendas sociales importando paneles prefabricados de fibrocemento y de acero galvanizado. El Ejecutivo local asegura que los inversores se encargarán de financiar el proyecto y que ha planeado reservar parcelas de tierra gratuita para los promotores para reducir costes.

Por el momento, en Nyalenda, 40 familias se han beneficiado de estas nuevas viviendas sociales y la Cooperativa de Viviendas ha conseguido dos hectáreas de tierra en las que construir cien hogares más. Valentine Ochiambo, presidente de la Cooperativa, ha declarado que su objetivo es que los 325 miembros de la organización —de los cuales, dos tercios son mujeres— tengan "no solo un lugar al que llamar hogar, sino que dicho hogar esté en un ambiente que no sea peligroso y que les proteja de las condiciones climáticas cambiantes y de la contaminación".

Mientras tanto, Ochieng está mucho más contenta que cuando residía en el barrio de chabolas, donde gastaba al menos 600 chelines mensuales en comprar agua para cocinar y para hacer la colada. Ahora, ha reducido su factura de agua casi en una tercera parte y tiene suficiente como para una ducha, el baño e, incluso, regar sus verduras. "Aunque ha sido un viaje largo, ha sido gratificante", declara. "Mi futuro y el de mi hija están asegurados".

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