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DÍA MUNDIAL DEL RETRETE

En Kibera, ir al baño tiene un precio

Hoy es el Día Mundial del Retrete. O mejor, de su inexistencia: 2.500 millones de personas en todo el mundo no lo tienen en casa En la zona chabolista más grande de África, varias iniciativas sociales intentan dar solución a esta carencia de infraestructura

Un bloque de letrinas de pago en el slum de Kibera, en Nairobi.
Un bloque de letrinas de pago en el slum de Kibera, en Nairobi.Gemma Solés

Hoy, 19 de noviembre, es el Día mundial del retrete, y andar por los estrechos corredores que serpentean Kibera es una pesadilla con hedor a excremento. El slum más grande de África, y uno de los diez mayores barrios de chabolas del mundo, carece de alcantarillado, y por cualquier lado donde se pise hay restos de heces. El suelo está lleno de flying toilets o lavabos voladores, bolsas en las que las personas hacen sus necesidades y tiran por la ventana. Hoy, en plena época de lluvias, los zapatos prensan la mierda junto con el fango, generando un licuado que se escurre hacia las cloacas, descubiertas.

Un niño se ha caído a una poza. Anda empapado y llorando. La gente se aparta y Anne le riñe por haber jugado cerca del agua putrefacta. Anne se encarga de cuidar las instalaciones de uno de los bloques de letrinas construidos por Kounkey Design Initiative, una ONG internacional de arquitectos, ingenieros y planificadores urbanos que han levantado siete puntos de aseo en diferentes partes de Kibera. "La comunidad participa tanto del mantenimiento como del uso de estas instalaciones. Ir al baño cuesta 3 chelines kenianos (0.03 euros), ducharte, 5, y si quieres llevarte el agua o lavar la ropa aquí, 20 litros cuestan 3 chelines", cuenta la trabajadora.

Carteles que anuncian baños públicos se suceden en todo el suburbio. Normalmente, los precios se mueven alrededor de los 5 chelines para ir al baño y entre los 10 y 15 chelines para las duchas, dependiendo de que sea con agua caliente o fría. El salario medio de un residente de Kibera se mueve alrededor de unos 100 chelines, 1 euro diario. Para muchos de sus habitantes, el simple acto de ir al baño o ducharse, significa un sacrificio económico enorme. Para los más pobres, es un sistema inaccesible.

Carteles que anuncian baños públicos de pago se suceden en todo el suburbio, pero para los más pobres son inaccesibles

"Cada lavabo es un negocio", reconoce Charles Newman, director de los proyectos de KDI en Kenia. La falta de sistemas de saneamiento, drenaje y suministro de agua que abarquen a toda la población hace que los baños comunitarios se reproduzcan a centenares. Los bloques más completos gozan de letrinas, duchas y abastecimiento de agua, aunque según el último estudio de ONU Habitat, lo más utilizado son los váteres. "Los bloques se han convertido en una fuente de ingresos individual y para las comunidades, y han generado un impacto positivo tanto en el entorno como en la vida de Kibera", explica Charles desde un parque infantil que KDI ha construido al lado de uno de sus núcleos de aseos.

Cerca de uno de los bloques Fresh Life Toilets, de Sanergy, otra empresa social que trabaja para proveer sanitarios a los slums de Kenia, vive Mumbi. "Creo que los baños se han convertido en algo más que el sitio donde vamos a hacer nuestras necesidades", manifiesta la joven que ha nacido y crecido en Kibera. La función social de estos espacios es innegable y se manifiesta sobre todo a través de los grupos de mujeres y de niños que durante el día pasan más tiempo en los bloques que tienen parques infantiles o fregaderos.

Atardece. Y en Kibera, ya de por sí inundada de porquería que surca entre casas de chapa y montañas de basura, el halo de miedo se palpa en el ambiente. Es la hora de que la inmundicia humana empape la calle. Prostitutas de todas las edades. Borrachos de chang'aa (literamente, 'mátame deprisa') o el brebaje alcohólico de los pobres. Ladrones de todos los calibres. Violadores, armas y desesperación, se ponen al servicio del diablo. La mayoría de mujeres y niños procuran no salir a no ser que sea por una urgencia y, a pesar de todo, los índices de violaciones son alarmantes. De nuevo, los flying toilets ahorran a las mujeres el riesgo de toparse con algún indeseable.

Tanto para ahorrar más desechos en las calles, como para evitar que las mujeres y los niños corran peligro, la organización sueca Pee Poople ha desarrollado un retrete móvil de un solo uso, llamado Peepoo, que viene en forma de una delgada bolsa biodegradable. "Pagas 1 chelín para comprar la bolsita, haces tus necesidades y al día siguiente, un trabajador o una trabajadora de Pee Poople recoge la bolsa en tu casa", dice Agnes, una de sus usuarias. Las bolsas, que contienen una capa de cristal de urea, eliminan los patógenos causantes de enfermedades y transforman las heces en abono, que posteriormente se entierra en campos para cultivar vegetales.

Para las mujeres ir al baño es también un problema de seguridad, ya que se exponen al riesgo de abusos

"Eso no es un retrete", afirma Pascal andando alrededor de la línea de tren que atraviesa de punta a punta Kibera. "Esta solución puede que sea efectiva para paliar la violencia hacia las mujeres durante la noche o incluso para los campos de refugiados o zonas de guerra. Pero no es una solución digna tener que hacer caca en una bolsa dentro de casa y guardarla hasta el día siguiente", apunta Charles Newman.

En Kibera, la mayoría de casas consisten en una habitación que como mínimo alberga a cinco personas. "No quiero bolsas con heces en mi casa. Es mejor hacer las necesidades en el río, como se ha hecho toda la vida aquí", dice Joseph, un vendedor de chatarra de unos cincuenta años.

Los diferentes modelos de retrete se adaptan a la demanda local. "Tenemos un sistema de petición a través del cual las comunidades solicitan la construcción de los bloques", cuenta Ibrahim Maina, coordinador del programa de KDI en Kibera. "En cada uno de nuestros bloques tenemos entre treinta y cincuenta personas empleadas. Cada día ganan entre 400 y 800 chelines y trabajan cinco días a la semana, con lo que ganan unos 20.000 chelines el mes (unos 180 euros)", explica, haciendo hincapié en la labor social del proyecto.

Maina no quita ojo a los operarios que están excavando la primera fase de construcción de un nuevo bloque. Se espera que dentro de seis meses este proyecto esté acabado. Se levantará delante del muro que separa las paupérrimas construcciones de Kibera de los pisos altivos y cercados de seguridad del barrio de Langata. "La noche pasada hubo altercados aquí", suspira mientras señala a la decena de jóvenes que con pico y pala escavan los desechos incrustados en la tierra. "Todos quieren trabajo y ayer hubo una fuerte pelea para conseguir los puestos de trabajo que teníamos para ellos. Así que hemos tenido que emplear a más jornaleros de los que necesitábamos en un principio, para que esto no afecte negativamente a la comunidad".

Removiendo sustratos de un antiguo vertedero, las empresas sociales y ONG, junto con las comunidades de base, están trabajando en Kibera para levantar sus proyectos basados en retretes dignos y salubres, y espacios públicos limpios. Los residentes del slum parecen encantados con las propuestas. Sin embargo, para los más pobres, arrojar sus bostas a la calle o ir a hacer de vientre al río, continúa siendo la única opción viable. El Gobierno mira hacia otro lado cuando se trata de afrontar la falta de inversión en servicios públicos en los asentamientos informales como Kibera, Mathare o Kagwangware. Y mientras tanto, el creciente fenómeno de urbanización amenaza a los asentamientos con multiplicar su población, su densidad, su suciedad, sus enfermedades y todos sus problemas.

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