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<b>Urgencia total.</b> Belén Estébanez, médico intensivista del hospital de La Paz (Madrid), comienza la guardia en la UCI. Llega el aviso de la muerte de una paciente por una hemorragia cerebral. Estébanez, de 41 años, es también coordinadora de trasplantes. Habla con la familia. No quieren donar. “¡Qué palo, joder! Me afecta mucho”. En situaciones así, su pulso sube hasta 100. No hay tiempo. Hay que reponerse. El Samur trae a un policía atropellado. Seis costillas y clavícula rotas, neumotórax. “Pasará la noche en la UCI, como nosotros”.
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Los rostros del estrés

Precariedad laboral. Mala organización de las empresas. Sobrecarga de tareas. Y todo lo que el carácter de cada cual aporta al peligroso cóctel. Vivimos estresados. Un tercio de los españoles son víctimas de este mal contemporáneo del mundo occidental. Reconocerlo es todavía un estigma en sociedades que no contemplan la debilidad ni el fracaso. Nos metemos en la piel de personas cuyas profesiones los llevan al límite de sus capacidades. Hemos medido sus pulsaciones durante una jornada. Nadie parece capaz de controlarlas.

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