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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

La ayuda hormonada

Los países donantes contabilizan como cooperación para el desarrollo partidas dudosas

Gonzalo Fanjul
Responsable de un donante oficial europeo, momentos antes de saber que las actividades de esparcimiento directivo no pueden computar como AOD. Foto: CC Pxhere.Com
Responsable de un donante oficial europeo, momentos antes de saber que las actividades de esparcimiento directivo no pueden computar como AOD. Foto: CC Pxhere.Com
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Hace un par de semanas la ministra británica de desarrollo, Penny Mordaunt, recibió un chaparrón de críticas por defender que la cooperación de su país debía reflejar “el interés nacional”. “Francamente —le reprochó Kate Osamor, ministra laborista en la sombra— la idea tory de que deberíamos dejar de usar la ayuda para reducir la pobreza y orientarla a los miopes intereses nacionales es un insulto a la generosidad e inteligencia de los millones de británicos que cada año donan su tiempo y dinero para hacer el mundo más justo”.

Difícil discrepar con la Sra. Osamor. La realidad, sin embargo, el algo menos lírica. Casi 50 años después de que la comunidad internacional acordase el objetivo del 0,7% del PIB para la ayuda al desarrollo, los países donantes han hecho suya la idea de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Como señala el informe Concord-Aidwatch 2017, presentado ayer en Madrid por la Coordinadora Española de ONG, “el énfasis creciente en objetivos domésticos (…) diluye la relevancia de los objetivos de desarrollo de la Unión Europea (UE) y debilita los principios de eficacia de la ayuda que tanto costó introducir”.

Dicho de otro modo, Europa ha perdido el pudor y ha comenzado a mezclar groseramente los fondos de la ayuda al desarrollo con gastos locales que cumplen una función diferente. De acuerdo con los cálculos realizados por el equipo de CIECODE —el think tank español responsable de esta investigación— uno de cada cinco euros de la ayuda europea se destinó en 2016 a partidas como la atención de refugiados y estudiantes en los propios países de la UE, la cancelación de deudas o la provisión de ayuda ligada a la venta de bienes y servicios europeos. De continuar a este ritmo, la proporción entre la ayuda genuina y la inflada será de 1,5 a 1 en 2030 y equivalente en 2052 (ver gráfico). Incluso antes, si se acepta la relajación de criterios que proponen algunos donantes.

Ayuda 'genuina' vs. ayuda 'inflada': evolución de proporciones estimadas. Fuente: Aidwatch 2017.
Ayuda 'genuina' vs. ayuda 'inflada': evolución de proporciones estimadas. Fuente: Aidwatch 2017.

Cierto que el debate acerca de la ayuda inflada no es evidente, como demuestra la polvareda generada esta semana por el artículo de Angus Deaton en The New York Times. Pero las organizaciones que critican estos gastos no lo hacen por su naturaleza —¿quién puede cuestionar la atención de los refugiados en destino o el alivio de una deuda asfixiante?—, sino por el modo en que magnifican artificialmente el compromiso de los donantes y por el coste de oportunidad de no invertir en otros programas. Aunque la ayuda juega hoy un papel mucho más complementario y matizado de lo que lo hacía en el pasado, la realidad es que la buena cooperación para el desarrollo nunca ha estado sobrada de recursos y que las necesidades de gasto no han hecho más que multiplicarse con fenómenos como el del cambio climático.

España ofrece un buen ejemplo de este espejismo. Si se fijan en el año 2016 del gráfico adjunto y le retiran la ayuda ligada, el reembolso de intereses, el gasto doméstico en refugiados y (muy especialmente) la condonación extraordinaria de deuda cubana, verán que el suflé de la cooperación nacional se desploma a menos de la mitad. Al tamaño de una magdalena, en concreto.

Para los autores de Aidwatch la solución es simple: diferenciar gastos que son diferentes y sostener ambos de acuerdo a las necesidades existentes. Los países europeos deben invertir más, no menos, en la atención de refugiados en su propio territorio. También deben aliviar la carga injusta e insoportable de la deuda en países como Somalia. Pero este esfuerzo debe ser añadido y no sustitutivo del de la ayuda al desarrollo que paga escuelas, hospitales y graneros. Porque perpetuar este juego perverso de vasos comunicantes es reducir la presión sobre los donantes y firmar la condena a muerte de la ayuda en el largo plazo.

[Descarga aquí el informe completo Aidwatch 2017 en inglés.]

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