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Maneras de vivir
Columna
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Lo importante

Rosa Montero

Siempre me ha pasmado la ceguera que tantos gestores parecen mostrar ante la necesidad que los humanos tenemos del arte y la belleza.

TERMINÉ EL AÑO asistiendo a una entrega de premios literarios. Fue toda una experiencia. Se trataba del primer certamen de relato corto para alumnos de los CEPA (o sea, de los centros públicos para la educación de adultos) de la Comunidad de Madrid. Antes la educación de adultos cubría tres frentes: primero, los estudios básicos para obtener un título oficial de primaria, secundaria o formación profesional; segundo, la enseñanza del español como lengua extranjera para los que no saben nuestro idioma y quizá ni siquiera estén alfabetizados en su lengua materna; y por último, herramientas para el desarrollo y la participación, dos horas semanales de clases abiertas en diversas disciplinas, desde informática e inglés hasta historia del arte o literatura. Con la crisis, la Comunidad de Madrid decidió que esta tercera pata era prescindible y quitó esas clases, demostrando así una vez más la poca importancia que el poder en general y este Gobierno en particular le dan a la cultura, al arte y al desarrollo de la creatividad, es decir, a todas esas actividades cuyo beneficio no es mensurable y que por consiguiente ellos consideran poco menos que inútiles.

Una antigua leyenda árabe cuenta que un mercader viajó a la ciudad el día de mercado para hacer sus negocios. Al entrar por la mañana en el recinto amurallado se topó con un mendigo que pedía limosna y, como era hombre piadoso, le dio dos monedas de cobre. Muchas horas después, comprado y vendido todo el género, el mercader abandonó la ciudad y al volver a cruzarse con el mendigo le preguntó: “¿Qué hiciste con las monedas que te di?”. A lo que éste contestó: “Con una moneda compré pan, para tener con qué vivir, y con la otra compré una rosa, para tener por qué vivir”. Siempre me ha pasmado la ceguera que tantos gestores parecen mostrar ante la necesidad que los humanos tenemos de esas cosas tan innecesarias que son el arte y la belleza. Por ejemplo, estoy convencida de que residir en un lugar hermoso, que tu barrio sea bonito, en fin, hace descender la criminalidad y la violencia. De hecho, diversos estudios demuestran que un entorno feo y sucio multiplica el vandalismo callejero, mientras que las zonas cuidadas y bien mantenidas lo rebajan. Lo cual es pura lógica.

La sociedad está compuesta por millones de personas que toman millones de modestas decisiones al día y que pueden producir grandes efectos en la vida de los demás

Por fortuna, la sociedad está compuesta por millones de personas que toman millones de modestas decisiones al día y que, con sus actitudes, pueden producir grandes efectos en la vida de los demás. Muchos CEPA mantuvieron a trancas y barrancas estas actividades a través de las asociaciones de alumnos y profesores, que pagaban una cuota mínima para poder costear a un docente. Y han podido ir recuperando algunas de las enseñanzas, como inglés e informática. Pero como la literatura y el arte siguen sin estar reconocidos oficialmente, a Laura G. Matarín, directora del CEPA de Pozuelo, una profesora vocacional y espléndida, se le ocurrió la idea de organizar este certamen “para que la Administración no se olvide de que la literatura existe”. Los cuentos debían responder a la premisa “Tengo hambre de…”. Recibieron 157 textos de todos los niveles: participaron desde discapacitados hasta presos.

Había cuatro premios y ganaron cuatro mujeres, que salieron y leyeron sus escritos. Eran buenos, y lo digo sin paternalismo. La campeona del CEPA de Pozuelo fue Mariluz Fernández: la nombro porque se lo merece. Pero la primera en subir fue la vencedora de la Comunidad, Ana Magdalena del Prado, una mujer de mediana edad que empezó a llorar nada más poner el pie en el escenario. Llorando leyó su precioso, conmovedor y muy literario texto, que hablaba de cómo la cultura y la belleza de las palabras pueden salvarte. Dio las gracias por el premio, dijo que era el logro de su vida, que por fin lo había conseguido. La felicidad iluminaba sus incesantes lágrimas; no creo que el ganador de un Nobel pueda experimentar una dicha mayor. Y me parece que todos percibimos la hondura del momento, que todos sentimos que era justa su emoción, que era muy merecida, que se trataba de un premio en efecto muy grande. No hay galardón más importante que aquel capaz de cambiar tu destino. Para que luego digan que la literatura no sirve para nada. 

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