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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fealdad del bello deporte

La FIFA no puede reformarse desde dentro mientras quienes tienen la responsabilidad de encabezar las reformas necesiten para mantenerse en sus cargos a quienes deben dirigir

Hope Solo y Joseph Blatter en la entrega del Balón de Oro 2013.
Hope Solo y Joseph Blatter en la entrega del Balón de Oro 2013.Christof Koepsel (Getty)

Quién no se regocijó cuando, después de tanto tiempo de escándalos y corrupción, hace poco más de un año, pareció que, por fin, se estaban limpiando los establos de la FIFA. Con cierta "ayuda" del FBI, y tras una serie de medidas penales contra varios dirigentes, se hizo cargo del organismo una nueva dirección, en medio de promesas generalizadas de reforma, transparencia e integridad.

Nosotros participamos entonces como miembros independientes del nuevo Comité de Gobierno. Nos tomamos en serio la tarea de supervisar el proceso de reforma de la FIFA, aplicar normas sobre la selección de candidatos a los principales cargos, supervisar las elecciones y promover la responsabilidad social y los derechos humanos en el fútbol. Hoy, ninguno de nosotros sigue en su puesto. ¿Nuestro pecado? Por lo visto, nos tomamos nuestro deber demasiado en serio.

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Por supuesto, sabíamos que cambiar una cultura institucional era un proceso largo. Al fin y al cabo, es un deporte cuyas organizaciones son completamente reacias a someterse al escrutinio público, están dominadas por unos cuantos personajes que se niegan a rendir cuentas y tienen una dependencia endémica de enormes intereses económicos y políticos. Sabíamos que la FIFA estaba sumida en un gran conflicto de intereses: sus dirigentes, para sobrevivir, necesitan a las federaciones de fútbol cuya integridad deben garantizar. Ese es el primer problema, además de la falta de democracia, integridad y responsabilidad en muchas de esas federaciones. En la FIFA, el poder está en gran parte en manos de grupos de votación dominados por ciertos "jefes". Por eso los órganos de dirección no cambiaron prácticamente nada durante tantos años pese a todos los escándalos que la rodeaban. Solo gracias a la acción judicial de las autoridades estadounidenses fue posible apartar, por fin, varias manzanas podridas. Pero el fútbol sigue lleno de manzanas así. Sus dirigentes no responden ante la opinión pública, sino ante una base diferente, dispuesta a sustituir a cualquiera que intente transformar las cosas, arrebatarles sus privilegios y acabar con sus abusos.

Todos nosotros, unidos por nuestro amor al deporte pero sin vínculos con el mundo del fútbol y con gran experiencia en el derecho y la administración, aceptamos nuestra designación después de que nos prometieran solemnemente respetar nuestra independencia, un elemento crucial para cualquier órgano judicial, cuasi judicial o regulador encargado de supervisar el respeto a las normas legales y la integridad de quienes gobiernan.

Conscientes de que las reformas no serían inmediatas, mostramos flexibilidad cuando era necesario, pero trazamos ciertos límites. Intentamos hacer respetar el principio de neutralidad política, que hasta entonces la FIFA aplicaba selectivamente. En ese contexto, nuestra decisión de apartar al viceprimer ministro ruso Mutko de las elecciones a la FIFA produjo una reacción de los dirigentes contra nosotros.

También intentamos implantar la igualdad de género y los derechos humanos y regular la limpieza y la libertad de las elecciones a la FIFA, mientras examinábamos acusaciones de injerencias indebidas. En todos los casos nos encontramos con gran resistencia. Al final, nuestros esfuerzos fracasaron. Quedó claro que los directivos, para sobrevivir, nos retiraban su apoyo.

Nuestras conclusiones son las siguientes:

La FIFA no puede reformarse desde dentro mientras quienes tienen la responsabilidad de encabezar esas reformas necesiten para mantenerse en sus cargos a aquellos a quienes deben dirigir y los que necesitan ser supervisados puedan cerrar a discreción los órganos encargados de ello.

Los problemas de la FIFA no son un caso único en el deporte. Los deportes en su conjunto constituyen uno de los sectores más importantes de la vida social y económica y representan aproximadamente el 2% del PIB mundial. Sin embargo, es un sector gobernado mayoritariamente por sistemas privados de instituciones internacionales. Estos órganos regulan el acceso a los mercados deportivos, definen y hacen respetar muchas de las normas que rigen su funcionamiento y controlan o alteran las actividades económicas que los rodean. Pero ni están sujetos a los mismos mecanismos de participación pública y responsabilidad que todas las demás formas de regulación de la vida social y económica, ni se someten a ningún tipo de escrutinio público. Esa situación debe cambiar.

¿Qué se puede hacer? Creemos que hace falta una actuación decisiva desde fuera. Existe una responsabilidad respecto a miles de millones de aficionados que, si los organismos deportivos no quieren o no pueden asumir, tendrán que asumir las autoridades públicas. Un buen punto de partida sería que los principales interesados aparte de la FIFA, en particular los parlamentos de las grandes potencias futbolísticas, el Parlamento Europeo y el Congreso estadounidense, celebraran sesiones de investigación. Sin embargo, ya se han elaborado destacados informes independientes y parlamentarios sin resultados concretos, en parte, porque las verdaderas medidas solo pueden tomarse a nivel supranacional. Ningún Estado (ni siquiera Suiza, que acoge tantas instituciones) tiene el poder suficiente, por sí solo, para regular esos organismos internacionales: cada vez que se ha intentado, se ha amenazado a ese país con excluirlo de las competiciones y se ha "rendido". Las excepciones han sido Estados Unidos, cuando intervino el sistema penal, y la Unión Europea, en el ámbito regulador. La UE reúne a 28 Estados miembros, y los organismos internacionales no pueden despreciar ese dato.

Por eso, la UE tiene una responsabilidad especial.

La Comisión Europea está autorizada a actuar en el marco del mercado interior o de la competencia. El Parlamento Europeo debe volver a ocuparse de este asunto. Pero ha llegado el momento de exigir medidas reales a la Comisión y el Consejo. Dos posibles iniciativas concretas (que podrían coordinarse con otros Estados y organizaciones regionales) serían:

1. Crear un organismo independiente con competencias para revisar y supervisar los aspectos éticos y de gobierno, incluida la limpieza de las elecciones. Dicho organismo no gobernaría el deporte en sí, sino que solo garantizaría el respeto de las organizaciones deportivas internacionales a los principios de transparencia, responsabilidad y controles y equilibrios, así como al principio de legalidad. Esta misma semana, el Comité de Cultura de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa pidió a la UE que emprendiera esta iniciativa, y nosotros nos sumamos.

2. Hacer que la investigación y el enjuiciamiento penal de las actividades delictivas relacionadas con el deporte sean una prioridad para el futuro Fiscal Público Europeo. Lo ideal sería que fuera una competencia automáticamente asignada a su departamento, pero, si no, hay que tener en cuenta que muchos de estos problemas tienen repercusiones directas en los intereses económicos de la Unión (la base legal fundamental para determinar el ámbito de actuación de esta nueva Fiscalía).

Miles de millones de aficionados practican o siguen con pasión diversos deportes, pero no tienen ningún control de las organizaciones que los gobiernan. Alguien debe actuar en su nombre para proteger la integridad de esos deportes. No podemos dejar que el deporte, tan hermoso, siga estando en manos de una cultura y una organización tan desagradables.

Joseph Weiler y Navi Pilay fueron miembros del Comité de Gobierno de la FIFA. Miquel Poiares Maduro presidió los Comités de Gobierno y Supervisión de la FIFA.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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