El motor de los pies


Observen el pie izquierdo de Inés Arrimadas. Está desnudo, en efecto, porque el zapato se ha quedado atrás. Los zapatos te la juegan porque tienen algo de vida propia. Poca, pero la suficiente como para tomar algunas decisiones. Muchas noches los dejas al lado de la cama y al día siguiente aparecen debajo de ella, como si hubieran preferido pasar esas horas a cubierto. Hay gente que se los quita en el cine y cuando acaba la película no los encuentra. Póngase usted a la salida de una sala y comprobará que más de una persona, y a veces más de dos, aparecen descalzas o con un par de zapatos disparejos (hay encuestas). En los viajes trasatlánticos por avión, las compañías te invitan a quitártelos para sustituirlos por unos gruesos calcetines. Resulta un espectáculo ver a la gente buscándolos a punto ya de aterrizar.
Tienen sus cosas los zapatos, sus rarezas, la mayor de ellas que son dos, como los guantes o los matrimonios. No se sabe sin embargo de ningún zapato que haya solicitado el divorcio, pero sí de lo mal que envejecen cuando los separas. Un conocido mío perdió una pierna, la izquierda, y solo conservó los zapatos de la derecha. Los otros, por no tirarlos, los guardó en un cajón. Al cabo de un año se deshizo de ellos porque estaban hechos un desastre debido a la tristeza. Observen los zapatos de las personas que acompañan a Arrimadas y reparen en lo bien que se llevan. Parece que representan un ballet y que son ellos el motor de los pies. Fíjense, en cambio, en la sensación de desamparo que transmite el zapato perdido. Queremos creer que no por mucho tiempo.
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