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Tribuna
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El error de Podemos con el nacionalismo

La formación ha sacrificado su importancia en España a favor de la marca en Cataluña pese a declarar que no es independentista

Pablo Iglesias interviene en una sesión del Congreso.
Pablo Iglesias interviene en una sesión del Congreso.Claudio Alvarez (EL PAÍS)

Soy votante de Podemos y fui preso político durante el franquismo. He transitado por la decepción ante la posición de los principales dirigentes que han facilitado al nacionalismo catalán argumentos fundamentales para su expansión publicitaria y victimización, en su peripecia de ruptura antidemocrática. Como dijo Nicolás Sartorius, a quién conocí en la prisión madrileña de Carabanchel, el derecho de autodeterminación es reaccionario y no sirve a los valores de la izquierda. Con esa identificación y trayectoria me dirijo a Pablo Iglesias para que se replantee una política errónea, y deje de ser compañero de viaje del nacionalismo.

Podemos, pese a declarar que no es independentista, ha sacrificado su importancia en España a favor de la marca en Cataluña. Pierde transversalidad en el conjunto del país e incluso dilapida parte del capital heredado del 15M. Quiebra el apoyo generacional de los que vivieron la Transición desde la izquierda. Aparece como un partido de agitación y no de profundización de la democracia y menos de Gobierno. Para colmo divide al conjunto de la izquierda. El resultado puede ser paradójicamente el fortalecimiento de la derecha, que el PP y Ciudadanos hegemonicen políticamente la salida de la crisis catalana.

En el desiderátum de errores de Podemos, empiezo por lo que no hizo, defender la democracia (ante su conculcación en el Parlament de Cataluña) y después, lo que imprimió en su hoja de ruta confluyente con el nacionalismo que debía haber combatido. Así nos encontramos con que Podemos empezó a utilizar ya antes de la fecha del referéndum del 1 de octubre ideas fuerza como la de que no querían “presos políticos”. También avanzarían el argumento de la represión política y el de las dos legalidades. Un escándalo ético y moral utilizar estos términos para muchos de los que luchamos contra el franquismo y sufrimos cárcel.

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El problema de aceptar la autodeterminación-derecho a decidir y no luchar frente a la violencia contra la democracia que supone que se aprueben las leyes de desconexión en el Parlament Catalán y se impida que la sociedad atacada se defienda judicialmente, significa que se desarma a la sociedad. Ni siquiera Podemos es equidistante o ambigua, como dicen algunos críticos, objetivamente ha favorecido al nacionalismo, tal vez sin ser del todo conscientes del calado de sus decisiones.

El derecho a decidir bajo el formato de referéndum pactado, aunque muchos bienintencionados puedan considerarlo una solución de sentido común, no es sino el trasunto del derecho de autodeterminación. Algo que por definición de los organismos internacionales no es aplicable a Cataluña. Se ve claramente como excluye de sus prioridades el nacionalismo la agenda social, la solidaridad interterritorial y no digamos el tan querido por la izquierda como es el argumento del internacionalismo. Una izquierda que propugna abolir las fronteras y defender a los inmigrantes no puede facilitar más fronteras interiores. Porque además el protagonismo de la “revolución nacionalista” es de una élite burocrática instalada en las más altas instancias del estado autonómico, al que quiere destruir desde dentro. Posiblemente sea también una lucha interna entre capas de la burguesía. Protagonismo que se visualiza grotescamente cuando sustenta económicamente las protestas y paros “de país”.

Y ha fagocitado esa derecha nacionalista catalana para sus intereses, logrando que suspenda su lucha contra la corrupción autóctona catalana y los recortes todavía mayores y más tempranos que en el resto de España, a un anarquismo posmoderno que no tiene mala conciencia como la tuvo en otra época a la hora de concurrir a las elecciones. Anarquismo que en este siglo no está perseguido por los pistoleros de la patronal, sino que por el contrario ellos mismos son la fuerza de choque callejera, que “pacíficamente intimidatoria” quiere colapsar el Estado democrático, defendiendo a esas élites burocráticas. Aventura esta de la insurgencia en el estado del bienestar atractiva para sectores que quieren un sistema político de corte xenófobo. Pues bien a ese anarquismo de la CUP parece acercarse Podemos, influenciado por su corriente anticapitalista.

Querido Pablo, en un hipotético Ministerio del Tiempo, yo no compartiría celda con los nacionalistas catalanes, porque ellos se sitúan contra la democracia y yo luché y lo quiero seguir haciendo por las libertades.

Luis Santos Serra es periodista y escritor.

Twitter:@luissantosserra

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