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Columna
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Fuerza de voluntad

Lo único que ha conseguido el 'procés' es alejar la independencia

Ricardo Dudda
La portavoz de la CUP en el Parlament, Anna Gabriel, junto al presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, el pasado 10 de octubre.
La portavoz de la CUP en el Parlament, Anna Gabriel, junto al presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, el pasado 10 de octubre.Albert García

Uno de los pecados del comunismo es el voluntarismo. En Autobiografía de Federico Sánchez, Jorge Semprún, que fue expulsado del Partido Comunista de España (PCE) en 1964, acusa a Santiago Carrillo y Pasionaria de excesivo subjetivismo: en los años cincuenta la caída del franquismo es inminente y la revolución está a punto de llegar. Cansado de esas ensoñaciones, Semprún fue progresivamente pasándose a una socialdemocracia más posibilista (hubo muchos otros factores que motivaron también este paso). No solo no se daban las condiciones objetivas para la revolución, sino que estaba atrapado en una postura frustrante e inútil: al buscar la redención total uno olvida los cambios graduales, que son tangibles y afectan a la vida de la gente.

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Se cumplen 100 años de la Revolución de Octubre y una parte de la izquierda española, especialmente la catalana independentista, peca de un voluntarismo contrario a la postura leninista del “análisis concreto de la realidad concreta”. Aunque el procés ha puesto en duda el modelo territorial español y posiblemente desemboque en una reforma constitucional, el “régimen” del 78 y la llamada CT o Cultura de la Transición a la que aspira derrotar la izquierda populista sobrevive e incluso se refuerza: en la última encuesta del CIS el partido más desfavorecido es Podemos y el más reforzado Ciudadanos. Y en el caso catalán, el procés ha acabado con toda posibilidad de una independencia viable.

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La cuestión nacional divide profundamente a las izquierdas: Izquierda Unida es abiertamente antiindependentista, algo que partidos como la CUP o algunos sectores de Catalunya Sí Que Es Pot, que piensan que el independentismo es la mejor manera de romper el Estado, no comprenden. En un interesante debate entre el líder de IU, Alberto Garzón, y el militante de la CUP Pau Llonch, el primero afirma que “el derecho de autodeterminación no es un fin en sí mismo. Ser independentista, a mi juicio, tampoco. Depende de la realidad concreta”. Llonch, en cambio, hace el clásico discurso de que todo lo que está dentro del procés es democrático, lo que está fuera no lo es.

La realidad concreta es que no hay condiciones para una independencia, y difícilmente las habrá pronto. Lo único que ha conseguido el procés es alejar la independencia. Ante la frustración que provoca una realidad que no se ajusta a los deseos, el independentismo se inventa la realidad, escenifica, teatraliza y no deja de moverse, porque, si se para, está perdido. La fallida huelga general del 8 de noviembre es una muestra de la ilusión de unanimidad del independentismo. El procés habla en nombre de todo un pueblo pero hace huelga contra la otra mitad de la población. No hay tiempo para el análisis de la realidad. La revolución siempre está a la vuelta de la esquina porque si no lo está, ¿de qué han servido todas estas ilusiones?

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