Marca España
América Latina ha dado un apoyo casi total al Gobierno en la crisis catalana
Desde los tiempos de la conquista, la mejor inversión de la España moderna ha sido, sin duda, la democracia. A finales de los años setenta, gran parte de América Latina anhelaba encontrar su propio camino hacia la libertad, tener un modelo frente a la ruptura sistemática de las instituciones y el recurso a la violencia, es decir, los golpes militares, la represión y la descalificación como normas de conducta en la América de habla hispana.
La Transición y el régimen del 78, unidos a la empatía excepcional, al dominio de las relaciones públicas y al instinto del hoy rey emérito, Juan Carlos I, permitieron que España pasara de ser madrastra a madre patria y aportase, con su ejemplo, un capital de autoridad moral y política para transformar el fracaso de la convivencia en una construcción basada en el diálogo que permitió que los países latinoamericanos accediesen a la democracia.
Ese fenómeno también se extendió a Brasil porque ese país, como el resto de Iberoamérica, buscaba su modelo democrático y, en ese sentido, el ejemplo español logró ser aceptado con todas las singularidades brasileñas. Gracias a la capacidad del Rey, a la moneda de la democracia y a la autoridad moral, España consiguió borrar casi 300 años de una relación difícil, sustentada en una parte de la historia que ha determinado que, en países como México, la relación con los españoles haya sido esquizofrénica.
Durante el franquismo, México fue el gran puerto de acogida y el rescate de la dignidad nacional porque se permitió que la crema y nata de la intelectualidad y la política española viviese, desarrollase y enriqueciese con su exilio el desarrollo mexicano. España obtuvo muchos réditos y ventajas de esa situación. Entre ellas, el desembarco de grandes multinacionales, empezando por los bancos y siguiendo por algunas empresas eléctricas o energéticas que compiten y han tenido privilegios no solo basados en el poderío económico, financiero o tecnológico, sino en esa relación histórica y en las ganas de colaborar con el país que era el modelo a seguir.
Sin embargo, la crisis catalana ha puesto de manifiesto varios aspectos negativos. Uno de ellos, que la diplomacia española ha desaprovechado de la peor manera posible el hecho y la enorme ventaja que supone que la práctica totalidad del continente haya respaldado las medidas tomadas por el Gobierno de Mariano Rajoy. No se sabe qué asombra más, si la incapacidad de los embajadores españoles para hacer lobby y alejarse de los pueblos que han respaldado las políticas de Madrid, o el mal uso que se le ha dado a ese apoyo casi unánime.
La crisis catalana cuestiona el modelo de convivencia instaurado por el régimen del 78 y la construcción de una relación política afectuosa entre el Gobierno de España y los de América Latina. Haber descubierto y consolidado la libertad, siguiendo la pauta española, creó una relación entrañable entre países que no se había visto desde los tiempos en que Bolívar era diputado en las Cortes de Cádiz.
Ahora se ha roto la complicidad manifiesta del encuentro y el abrazo a la libertad hecha por los pueblos latinos y ese papel conquistado por España de dirección espiritual. Los múltiples perjuicios de la crisis catalana tienen dos ejes: por una parte, el desafío loco y aventurero del secesionismo, y, por otra, la incapacidad política del Gobierno de Madrid para manejar la crisis en términos menos dramáticos. Ambos van a tener una traducción en costos a corto plazo que ya hay que ir sumando.
Entre ellos, la pérdida gradual de la importancia de España en el mundo de los negocios y de las multinacionales en América. Distintos países latinoamericanos hicieron lo que hicieron por razones político-sociales. Pero ahora, en una dura competencia con los chinos, los estadounidenses e incluso los rusos y la Unión Europea, no existen muchas razones para que, desaparecida la prima democrática y el bonus de la voluntad de ser todos plenamente democráticos bajo la autoridad moral de la experiencia española, las empresas puedan seguir teniendo las mismas oportunidades.
El Gobierno de España, el que comenzó siendo ejemplo del desarrollo económico europeo, ha perdido la sintonía y el calor político. Sus objetivos son los límites presupuestarios y las disciplinas de la austeridad. Por eso, en esta crisis ese Gobierno tecnocrático se ha convertido en un ente pasivo que no es capaz de recibir ni siquiera el apoyo entusiasta, político y humano de los últimos rescoldos que quedan de la epopeya por la libertad del espíritu del 78 en los regímenes de América Latina.
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