Maldonado
Durante casi ochenta días se le exigió al gobierno que respondiera dónde estaba


El argentino Santiago Maldonado, de 28 años, artesano, desapareció el 1 de agosto cuando acompañaba a un grupo de mapuches que protestaban cortando una ruta en una provincia patagónica. La Gendarmería Nacional desalojó el corte. Hubo disparos, caos, confusión. Algunos huyeron cruzando el río Chubut, gélido y poco profundo. Desde entonces, nada se supo de Maldonado. En la trama de su búsqueda, que el Gobierno comenzó tarde y mal, hay desde una ministra de seguridad que defendió a ultranza a la Gendarmería (principal sospechosa en el asunto), hasta políticos opositores que fogonearon la idea de que en la Argentina rige una dictadura con un plan sistemático de desaparición de personas. Hubo, también, un gigantesco reclamo ciudadano bajo la forma de una pregunta: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. El 18 de octubre apareció un cuerpo en el río Chubut. Era él. Los primeros resultados de la autopsia afirman que murió ahogado y no hay, por ahora, signos de violencia. Casi de inmediato comenzó a circular la idea de que esto llevaba alivio al Gobierno, puesto que derrumbaba el argumento de la desaparición forzada: el artesano había muerto por accidente, huyendo de la Gendarmería. A mí no me trae ningún alivio. Maldonado no sabía nadar. ¿Por qué alguien que no sabe nadar decide arrojarse a un río vestido con tres capas de ropa que, mojada, debió de pesar como plomo? ¿Cuál era su espanto, su terror? ¿Qué había al otro lado, tan temible, que prefirió saltar a la muerte por agua? Durante casi ochenta días se le exigió al Gobierno que respondiera dónde estaba. Ya lo sabemos. Lo que habría que preguntar ahora es por qué estaba así: cuáles eran (aunque los latinoamericanos llevamos décadas sospechando la respuesta) los motivos del miedo.
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