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CLAVES
Columna
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Representaciones paralelas

Hace tiempo que abandonamos el ilusionismo de las apariencias para entrar en la pura suplantación de lo real

Máriam M-Bascuñán
Vecinos de Girona aplauden y alzan los puños ante la manifestación de Puigdemont de que "Cataluña se ha ganado el derecho a ser un Estado independiente".
Vecinos de Girona aplauden y alzan los puños ante la manifestación de Puigdemont de que "Cataluña se ha ganado el derecho a ser un Estado independiente".Toni Ferragut

La distinción entre lo real y lo aparente es tan vieja como el propio Platón, aunque fue Maquiavelo quien fijó su conexión con el poder al hablarnos del ilusionismo político. El florentino consideró el arte de jugar con la apariencia una técnica política más, pues las personas, al cabo, nos dejamos guiar antes por la ilusión que por lo real. Al final, lo importante es la apariencia: no cómo son las cosas, sino cómo las percibimos. La obsesión griega por buscar la verdad cedería paso al afán del político por generar apariencias que terminarían instalándose como verdad.

Las nuevas derivas nos inclinan a pensar que ya no nos movemos en esa distinción, pues hace tiempo que abandonamos el ilusionismo de las apariencias para entrar en la pura suplantación de lo real. Se fabrican mundos ficticios, representaciones políticas meramente teatrales que incluso se contradicen performativamente. ¿Cómo si no explicar la DUI de Puigdemont en su doble versión hard-soft? La interpretación de esa imago producía dos versiones distintas de la misma realidad con serias implicaciones sobre la capacidad cognitiva de los ciudadanos, pues puede terminar haciéndonos insensibles a la contradicción.

Hoy sabemos que esa escenificación se refuerza en las redes, que no asistimos únicamente a la realidad de un actor, Puigdemont, y su solemne discurso: el impacto se magnifica activamente a través de su representación paralela en el ciberespacio. La suplantación no sólo se produce en el mundo real, sino en la cautiva simulación grupal del enjambre virtual. De esta forma, el simulacro sigue; lejos de desvelarse, se profundiza en nuestras comunidades virtuales.

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Parece que gobernar ya no es hablar, sino escenificar una performance cuanto más espectacular mejor, aunque el canto de Els segadors y la mirada solemne suspendida en el horizonte rocen el folklore de sainete. Porque sin comunicación política no hay gobierno, y aquella no consiste en teatralizar sino en explicar, trazar un rumbo, rendir cuentas y, lo más importante, incrementar el dominio de los ciudadanos sobre sus vidas. Justo lo contrario de lo que nos pasa. @MariamMartinezB

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