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Columna
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Banderas blancas

La pregunta es cómo se puede exigir equidistancia ante una rebelión antidemocrática

Antonio Elorza
Manifestantes a favor del diálogo se han concentrado frente a la Ayuntamiento de Madrid el pasado 7 de octubre.
Manifestantes a favor del diálogo se han concentrado frente a la Ayuntamiento de Madrid el pasado 7 de octubre. Pablo Blazquez Dominguez (Getty Images)

Formalmente el movimiento de Manos Blancas, surgido hace poco como respuesta no violenta a la crisis de Cataluña, recuerda a aquel Manos Blancas que apareció en la Universidad Autónoma de Madrid en reacción al asesinato de Francisco Tomás y Valiente. Los contenidos difieren. Las Manos Blancas de entonces tenían las ideas claras en cuanto a la responsabilidad de las muertes. Su “ETA no” señalaba a los culpables, era militante contra ellos, a diferencia de una orientación muy difundida por entonces que reivindicaba como ahora el “diálogo” convertido en mantra. Incluso fue evocado tras el asesinato de un profesor y político, aduciendo que él hubiese dialogado con sus verdugos en el momento del crimen. La defensora de esa idea olvidaba que a pesar de ello ETA le hubiera matado y hubiese seguido matando. Diálogo entonces, ¿para qué? El efecto inmediato fue hacer girar la veleta de la acusación desde los terroristas al Gobierno.

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Sin esa dimensión trágica, algo así sucede en la crisis actual, cuando se proclama —como entonces— la equidistancia, es exigido el diálogo y las Manos Blancas, y sus banderas blancas, miran en apariencia a ambos lados. Sucede en cambio que en un juego de relaciones asimétricas la equidistancia es engañosa, y debe ser sustituida por la ponderación: el proceso de independencia forzosa que hoy nos lleva a la catástrofe no fue iniciado por el Gobierno, sino por la Generalitat a partir de la Diada de 2012. Fue de principio a fin inconstitucional, con respaldo importante pero minoritario entre los catalanes, con una manipulación que en las tertulias de TV3 no empezó ahora, sino hace cinco años, y que afectó a todos los medios a disposición del Govern. No es posible dejar de lado su culminación en las jornadas del Parlament del 6 y 7 de septiembre, donde se fraguaron la independencia y la ley de desconexión, aplastando toda norma y uso democráticos. Hasta ahora, en términos jurídicos, Rajoy no ha hecho nada definitivo frente al procés, y ahí está la declaración sin obstáculos de Puigdemont hoy para demostrarlo. Las banderas blancas suponen inconscientemente la rendición del Estado de derecho. Pedro Sánchez parece no verlo.

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La pregunta es cómo se puede exigir la equidistancia ante una rebelión anticonstitucional y antidemocrática, con gravísimas consecuencias para todos. Por supuesto, ello le viene bien a Puigdemont, que ya prepara la acción de masas y que en su discurso se llena la boca de “diálogo” (válido solo para aprobar su independencia) y de “mediación” (para ver reconocido un estatus equivalente al Estado). En definitiva, la vía de salida democrática, la reforma constitucional con posible autodeterminación incluida, será hoy cegada.

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