Bajo la mirada del mundo
Un dirigente político es, ante todo, alguien que sabe comunicar con los ciudadanos, explicarles lo que está haciendo y hacer comprensibles sus decisiones más difíciles
El mundo nos miraba y no le ha gustado lo que ha visto. El balance no puede ser peor para la imagen del Gobierno y como corolario de España. Rajoy ha evitado el referéndum de autodeterminación, pero el precio que ha pagado ha sido el de una severa erosión del prestigio democrático español.
Los socios europeos esperaban que hiciera lo que tenía que hacer, especialmente para evitar que la crisis catalana se convierta en crisis europea. Pero que lo hiciera bien. Tenía muchas cosas a favor: el principio de legalidad, también una solidaridad europea de principio y obligada entre socios, incluso el interés común en reforzar el camino de unión y la integración.
El Gobierno independentista hizo su propia contribución al desprestigiarse ante los socios internacionales, primero, con su irresponsable gestión de los atentados del 17 de agosto, convertidos en ocasión para erosionar al Gobierno en Madrid, y luego, con la fraudulenta aprobación parlamentaria de las dos leyes iliberales de desconexión, la del referéndum y la de la transición y fundación de la república.
Con estas cartas en la mano, a Rajoy solo le faltaba paralizar el referéndum de forma que fuera aceptable y comprensible para el conjunto de España y especialmente para los preocupados socios europeos. El combate que debía librar, se ha visto ahora, era consigo mismo. Primero contra su laconismo. Un dirigente político es, ante todo, alguien que sabe comunicar con los ciudadanos, explicarles lo que está haciendo y hacer comprensibles sus decisiones más difíciles. No es el caso de Rajoy, que incluso cuando debe dar cuenta de jornadas tan difíciles como la de ayer, se atiene a un guion previsible e inane, sin capacidad alguna de conectar.
El segundo combate consigo mismo afecta al campo político, donde Rajoy se mueve como un presidente ausente, como si atendiera aquel viejo consejo del dictador: "Haga como yo, no se meta en política". Rajoy la subarrienda a los abogados del Estado, a los jueces, a los fiscales, a los policías incluso, al final a los ciudadanos, confluyendo así por pasiva en la inteligente técnica del outsourcing (externalización) de un Procés, que es digital y ha confiado a los ciudadanos la realización práctica del referéndum. El resultado es la catástrofe del 1-O, en la que han sufrido físicamente los ciudadanos en manos de los policías, mientras los responsables de los delitos y los desperfectos, de uno y otro lado, se siguen enfrentando verbalmente a través de sus respectivos medios de comunicación.
Esto tampoco puede gustar fuera de España. No gustaba Puigdemont y ahora no gusta Rajoy. Y no gusta esta realidad de dos gobiernos enfrentados en una situación de doble poder, que evoca momentos prerevolucionarios y alienta el recuerdo de los peores años de nuestra historia, cuando España se hizo triste y mundialmente célebre entre 1936 y 1939.
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