Urnas arriba, esto es un atraco
El soberanismo necesita un referéndum amañado y de urgencia porque ni siquiera le conviene uno "verdadero"
El referéndum del 1 de octubre va a celebrarse y no va a celebrarse a la vez. Es la vía alternativa a la colisión ferroviaria y el hallazgo de un espacio ambiguo donde Pablo Iglesias y Ada Colau parecen haber asumido el papel ventajista de guardagujas.
Suya es la idea de apoyar el plebiscito de la ruptura, pero hacerlo despojándolo de dramatismo y hasta de sustancia jurídica. Se trataría de restringirlo a una suerte de fórmula imitativa, un test sin peso vinculante. Inauguran así Iglesias y sus aliados catalanes el concepto de referendum prêt-à-porter. No ya para garantizar a sus votantes el fervor de la cultura plebiscitaria, sino además para sustraerse de manera irresponsable al problema del 2 de octubre. Carecería de sentido plantearse la desconexión porque la cita en las urnas era un mero ejercicio de insinuación. Emulando incluso la pintoresca receta que servía una taberna de Lebrija: "Patatas como con carne". Carne no había propiamente dicha. Se sugería su sabor. Y las patatas ejercían de argamasa, igual que ocurre en el referéndum "como con urnas" de Iglesias.
La iniciativa reúne la misma vacuidad que cinismo. Y prefigura una estrategia salomónica que podría resultarle atractiva al propio y desorientado Gobierno, si no fuera por el escarmiento del 9N. Entonces se cometió el error de subestimar la parodia. Y se convino que un experimento pseudoelectoral terminaría degradando la credibilidad de sus promotores. No ha sucedido así, al contrario, el 9N se antoja un antecedente necesario en el relato victimista que aspira a desembocar el 1 de octubre con un nuevo simulacro revestido de "legalidad". El armazón legislativo perpetrado este miércoles, inconcebible en una democracia aseada y descriptivo de un golpe de salón, acorta el camino de la independencia. Al soberanismo no le interesa si quiera un verdadero referendum. El riesgo de perderlo obliga a precipitar una convocatoria de urgencia, sin garantías, tanto como exige sobreponer a la remota causa de la independencia el fervor que sí proporciona el derecho a decidir. Puigdemont necesita que Madrid le prohiba colocar las urnas, consolidar la aversión que suscita Rajoy y aprovechar el caos legislativo y sentimental para organizar una consulta de emergencia que predisponga el último gesto golpista. Puigdemont y Junqueras han secuestrado el Parlament y han profanado la separación de poderes para convertirlo en el instrumento legislativo de su causa. Han creado una nueva legalidad para sutraerse a la legalidad vigente. Y han abusado del Parlament para ceñirlo, forzarlo, al maximalismo de la desconexión. Inmediata, de cualquier manera. No cabe mayor frivolidad ni temeridad. La independencia es una idea respetable y defendible, pero el delirio del procés no ha hecho otra cosa que trivializarla y ridiculizarla. Peor aún, la ha expuesto a un despropósito tiránico, a un decretazo con tan poca sustancia como la receta imaginativa de la taberna de Lebrija.
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