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Un creador de mundos

La escala de Kardashov nos deja a la altura del betún en la escala cósmica; quizá nuestra única salvación sea la que formuló Asimov: que estemos solos en el universo y acabemos conquistándolo

Javier Sampedro
Telescopios con los que el Instituto SETI busca señales de inteligencia extraterrestre
Telescopios con los que el Instituto SETI busca señales de inteligencia extraterrestreSETI INSTITUTE

Preguntadme por mi novelista favorito. Julio Cortázar, responderé. Preguntadme por mi cuentista y os diré que Jorge Luis Borges, por mi narrador interior y diré Thomas Pynchon, por mi autor policiaco y mencionaré a Conan Doyle, a Agatha Christie, a Donna Leon. Pero si me preguntáis por el escritor más influyente en mi vida, tendré que citar forzosamente a Isaac Asimov. Fue él quien me apartó de mi vocación adolescente, la física, y me condujo a estudiar biología molecular y condicionar así el resto de mi vida. No me entiendas mal, las ideas sobre el ADN y el código genético que leí en Asimov llevaban 20 o 30 años en la literatura científica. Pero jamás me hubiera enterado de ellas de no ser por Asimov. El científico y escritor Carlo Frabetti ha recuperado esta semana en Materia las ideas del escritor de ciencia ficción para profundizar en el debate que mantiene con los lectores sobre los tipos, o los grados, de civilización galáctica que cabe esperar en nuestros cosmos inmenso, oscuro y paradójico.

La cuestión de fondo, siguiendo el enfoque seminal del físico ruso Nicolái Kardashov, son las fuentes de energía. En la escala de Kardashov, una civilización de tipo I es la que utiliza toda la energía que le llega desde su estrella. Nosotros, por tanto, no alcanzamos siquiera ese nivel I, puesto que somos unos verdaderos inútiles aprovechando la energía de nuestro Sol, y desaprovechamos casi toda la que llega a nuestro planeta.

O conquistamos la galaxia, o nos extinguimos como especie

Además de eso, por supuesto, dejamos escaparse al espacio profundo la inmensa mayoría de la energía solar, la que nunca alcanza la Tierra. Físicos como Freeman Dyson han propuesto una red de satélites artificiales –la esfera de Dyson— para capturar la mayor parte de la energía que irradia del Sol. Cuando seamos capaces de construir una esfera de Dyson, podremos aspirar a formar una civilización de grado II en la escala de Kardashov. Una civilización de tipo III no aprovecharía ya toda la energía de su estrella, sino la de su entera galaxia. Y aquí es donde entra Asimov.

En su trilogía de la Fundación, el novelista describe una civilización galáctica, justamente. Es enteramente humana, es decir, procedente de la Tierra, y lo es por una razón interesante. Asimov estaba completamente seguro de que, en caso de un conflicto entre la Tierra y una civilización extraterrestre, los humanos solo podríamos salir perdiendo, dado nuestro nivel tecnológico ínfimo a la escala cósmica. Así que decidió poblar de humanos la Vía Láctea. No porque le encantaran los humanos, sino porque no veía otra opción. O conquistamos la galaxia, o nos extinguimos como especie. Elija el lector.

En nuestros días, por supuesto, Asimov y Kardashov se nos quedan cortos. Ahora podemos concebir también una civilización de tipo IV, que controle el universo entero, y hasta una de tipo V que abarque los universos múltiples (el multiverso) que contemplan los físicos teóricos.

El problema, quizá, sigue siendo el mismo que formuló Enrico Fermi en los años cuarenta: ¿Dónde está todo el mundo?

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