Cosas que odian los ‘chefs’ y nunca habían dicho
Los medios han convertido a los chefs en amables estrellas. ¿Qué fue del cocinero borde? Vive, pero escondido entre fogones
Leonardo Lucarelli es un chef de éxito. Es un tipo que sabe muy bien que ser cocinero, y además reconocido, no está del todo mal. Pero su trabajo, como el de todos los chefs –y por extensión, de todos los humanos–, también esconde sus miserias, esos pequeños detalles odiosos que pueden arruinar un día o una vida. En su libro Carne picada (Reservoir Books), disecciona esa intrahistoria que se oculta tras la cara bonita de dirigir un restaurante de renombre.
“Es un libro donde se habla de novatadas, de salarios ínfimos, contratos fantasma, dinero bajo cuerda, droga y criminalidad difusa”, explica. Lucarelli odia muchas cosas de eso que se llama cocina: “Ya no se habla de comida sino de food, por lo menos en Italia. Vivimos en una sociedad que se dobla hacia la propaganda y que convierte en parodia todo lo que hay de bueno; los que se llaman foodbloggers no son nada más que embusteros que escriben por interés personal o de casta y que en la mayoría de los casos no entienden nada de vino o de comida. Y tienen seguidores que entienden menos aún”.
El italiano no sólo parece detestar a los blogueros, sino que también siente una enorme antipatía por las webs que recogen la opinión de los civiles, ese extraño fenómeno que sustituye la recomedación de un experto por la de un ignorante. “Odio Tripadvisor. Odio el triunfo de la opinión improvisada, dictada por el humor del momento”, sentencia.
En Córdoba, Paco Morales tiene un restaurante llamado Noor. También tiene fobias, aunque son más cotidianas: “Odio cortar con un cuchillo que no esté perfectamente afilado, que no haya orden, no ser metódico, no ir planchado, que mis trabajadores lleven las uñas sucias, que no vayan afeitados… Pero mi odio número uno es la dejadez, que no se recoja un papel que está en el suelo, que no se pele un espárrago perfectamente, eso me pone de muy mala leche”.
El chef malagueño Dani García, abrió hace unos meses en Madrid, Bibo. También ha sido nombrado amigo y embajador de la marca de relojes Blancpain. Precisamente en ese evento quiso compartir sus odios con nosotros: “No soporto que los camareros y demás servicio no sean hospitalarios. Odio que no seamos capaces de mirar a la cara a un comensal, con una sonrisa; y de la cocina para adentro, me molesto cuando veo que se actúa de una manera muy robótica, que se olvida que este es un oficio artesano y humano”.
Moraleja: la próxima vez que te sirvan algo con nitrógeno piense en todo el sufrimiento que conlleva.
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