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Soy 'hetero'. ¿Debería ir al Orgullo Gay?

"Defender el derecho a la diferencia nos protege como sociedad. Y celebrar la diversidad nos incluye a todos"

A muchos lo que les atrae es la fiesta. “Acabábamos de llegar a Madrid”, recuerda Eduardo, informático de Granada, casado con una mujer y padre de dos niños. “Aún no teníamos hijos, y simplemente queríamos pasarlo bien en el famoso barrio de Chueca”. Pero otras de las personas heterosexuales que cada año se suman a los actos del Día del Orgullo LGTBI lo hacen por su trasfondo. “Me dan igual los tipos cachas y las carreras de tacones”, explica Jorge, abogado recién divorciado. “Acudo porque pienso que, cuantos más seamos, más peso tienen las reivindicaciones, igual que cuando voy a la manifestación del Día de la Mujer”, dice.

Efectivamente, detrás de las carrozas, las plataformas y la purpurina, esta celebración tiene una finalidad. La primera manifestación en la que se clamaba por el orgullo homosexual, celebrada en Nueva York (EE UU) el 28 de junio de 1970, fue una protesta: conmemoraba los acontecimientos de un año antes, cuando una redada de la policía en un pub del barrio de Greenwich Village (el Stonewall Inn), repelida por los propietarios, se saldó con numerosos detenidos y protestas a la puerta que se prolongaron semanas. La primera manifestación en España se celebró en Barcelona en 1977, y un año después, se autorizó en Madrid. En 2005, ya multitudinaria, sirvió para festejar la aprobación del matrimonio entre homosexuales.

Su objetivo sigue vigente hoy, y según el sociólogo Rubén Díez García, coordinador del comité de investigación de movimientos sociales de la Federación Española de Sociología y profesor de las universidades Carlos III y Complutense (Madrid), tiene sentido que así sea. “El Día del Orgullo Gay nace como afirmación y reivindicación de las identidades sexuales y de género que determinadas personas perciben como no reconocidas o amenazadas”, explica. “Este tipo de situaciones puede generar sentimientos de injusticia entre grupos sociales, que toman la determinación de que es necesario actuar para superar ese estado de cosas. Exigen que el reconocimiento de su orientación y su dignidad personal tengan respaldo también a nivel normativo e institucional”.

Esos metadatos invalidan la celebración de un hipotético orgullo heterosexual. “Podría acontecer si determinados grupos sociales y colectivos sintieran amenazadas su identidades heterosexuales”, indica Díez García. Pero el colectivo LGTBI sigue jugando en inferioridad de condiciones. Según Amnistía Internacional, en Irán y Brunéi la homosexualidad está castigada con pena de muerte. En Sierra Leona, con cadena perpetua. En Gambia, Nigeria, Zambia y Malawi te puede hacer pasar 14 años entre rejas; en Guyana, 10; hasta cinco en Camerún y hasta tres en Marruecos. En Rusia, aunque es legal, se prohíben las concentraciones públicas. En la India ser gay es ilegal, y en países de nuestro entorno como Irlanda, Rumanía o Macedonia solo se consiente desde mediados de los noventa. Los matrimonios entre homosexuales únicamente son legales en 24 países en todo el mundo (entre ellos España). En la avanzada Alemania, si eres gay no te puedes casar con otro; tampoco en Italia.

Orgullos y prejuicios

Los movimientos sociales que reclaman reconocimiento y derechos civiles no son un fenómeno nuevo. “En el pasado, las sufragistas [que defendían el derecho al voto de las mujeres] o los abolicionistas [contra la esclavitud] pusieron el acento en tales cuestiones”, recuerda el sociólogo. En el ámbito laboral, el movimiento obrero del siglo XIX fue esencial para establecer los derechos de los trabajadores. Más frescas en la memoria tenemos las movilizaciones por los derechos civiles de la década de los sesenta (por la liberación de la mujer y la igualdad de oportunidades para los ciudadanos negros) y las manifestaciones pacifistas.

Si la mayoría de esos precedentes cambiaron las cosas fue porque afectados y no afectados se alzaron al unísono. “En los años sesenta, las alianzas entre estudiantes blancos y activistas negros en los estados del sur de Estados Unidos fueron un elemento clave en el movimiento por los derechos civiles. Igualmente, numerosas personas en la actualidad llaman la atención sobre la violación de los Derechos Humanos en países que no son el suyo, o sobre la violencia contra las mujeres, para lo cual, ni se necesita ser mujer, ni afectado directo por la falta de los Derechos Humanos”, afirma el profesor Díez García.

¿Hetero en el Día del Orgullo? Puede ser una excusa festiva para pedir una sociedad mejor. “Si se vulneran los derechos de alguien, se vulneran los de todos”, expresa Jesús Generelo, escritor y presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). “Todos somos diferentes en un aspecto u otro, por lo que defender el derecho a la diferencia nos protege como sociedad. Y celebrar la diversidad nos incluye a todos. Es una cuestión de solidaridad, de comprender las injusticias que todavía se cometen, pero también de interés, porque defendiendo la diversidad sexual, de género y familiar defendemos el derecho a ser y a expresarse de toda la ciudadanía”.

Desde su veteranía, Generelo ha detectado un cambio (para bien) en la actitud de los heterosexuales que se unen al Orgullo. “El componente fiesta ha sido, y es, qué duda cabe, muy importante. Pero ahora los varones heterosexuales vienen mucho más multitudinariamente, sin tantos prejuicios y, por tanto, sin tantos recelos. Se ha ganado en naturalidad y en capacidad de diversión y empatía. Ya no se sienten tan amenazados en su masculinidad y descubren que esto es liberador”, afirma.

“Podríamos decir que es una muestra de que se van logrando los objetivos de reconocimiento, aunque los cambios normativos e institucionales pueden ser más lentos. El apoyo a estas reivindicaciones implica el reconocimiento de estatus de esos grupos sociales y colectivos hacia aquellos con los que comparten relaciones y vida social”, dice el sociólogo Díez García. Y, además, es divertido.

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