Un jardín en cada árbol de París
DESDE QUE el Ayuntamiento de París puso en marcha el “permiso para vegetalizar” con el proyecto Du vert près de chez moi (verde junto a mi casa), hay calles que no parecen las mismas. De buenas a primeras uno se tropieza con los pies de los árboles rodeados de flores que alegran la vista, empeñadas en sustentar el deseo de una ciudad más verde y acogedora.
Si el paisajista brasileño Burle Marx caminara hoy por la Rue de Bretagne, estaría encantado no solo de comer verduras biológicas en el Marché des Enfants Rouges, sino también de comprobar que una de sus más famosas sentencias no cayó en saco roto: “Los jardines devuelven a las personas el verde que la ciudad les robó”.
De buenas a primeras uno se tropieza con los pies de los árboles de París rodeados de flores que alegran la vista.
El funcionamiento es sencillo: uno se acerca a la oficina municipal más cercana, rellena un formulario, firma un contrato en el que se compromete a “utilizar plantas locales, no recurrir a pesticidas, cuidar la estética y las flores”, y acto seguido se lleva a casa un kit que incluye varios utensilios, tierra y semillas. Ya solo falta esperar un mes para recibir el permiso. Entonces ya puede bajar a la calle y buscar sitio para plantar su pequeño jardín.
Por lo que parece —y eso sí que es noticia en París—, hay vecinos que, gracias a las flores, ¡se hablan después de años de no saludarse! En cuclillas, ante los pequeños parterres, comparten consejos e intercambian plantas aromáticas. ¡Ah, los jardines, esa manera de dialogar y pensar la naturaleza, ese retrato de uno mismo, ese fragante reflejo de belleza, esa muestra de rebeldía y de dicha! Tanto es así que Pénélope Komitès, adjunta a la Alcaldía de París, sostuvo en una entrevista en Le Figaro: “Es cierto que al principio el objetivo era llenar las calles de flores y permitir a los ciudadanos reapropiarse de lugares públicos, pero rápidamente constatamos que las iniciativas permitían crear vínculos entre los parisienses”, lo que llevó a la Alcaldía a crear una plataforma de reparto e intercambio entre los jardineros amateurs.
Aplaudiendo el proyecto, me acerco al Grand Palais para visitar la exposición Jardins (hasta el 24 de julio), que celebra, desde el Renacimiento hasta nuestros días, seis siglos de creación alrededor del jardín. Paseo embobado viendo lienzos de Fragonard, Monet, Cézanne, Klimt, Picasso y Matisse como si siguiera en la Rue de Bretagne. Con la ayuda de su talento, los más grandes artistas han ensalzado y transformado los jardines en parcelas que parecen universos de libertad e imaginación. Pinturas, esculturas, fotografías, dibujos e instalaciones permiten una inmersión poética que abre las puertas de la tierna primavera.
Salgo a la calle pensando en el jardín de Giverny, esa obra de arte total que Monet cuidó y pintó en su hermosa casa de Normandía. En un semáforo recibo un flyer del colectivo Vergers Urbains (huertos urbanos). Llegando a Madeleine empiezo a leerlo, pero a mitad se me cruza en la memoria Bertolt Brecht, que habitaba una casa ajardinada, y tampoco él se libraba de la implicación que genera: “¡Oh regar el jardín, vivificar lo verde! ¡Regar los árboles sedientos! Sé generoso con el agua y no olvides los arbustos, ni siquiera los que no tienen fruto, los agotados y avaros. Y no olvides las malas hierbas entre las flores, que también ellas tienen sed…”.
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