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María Fernanda Di Giacobbe, bombones que saben a revolución

María Fernanda di Giacobbe, retratada en un hotel 
de Madrid.
María Fernanda di Giacobbe, retratada en un hotel de Madrid. Julio osorio y gabriela medina
Borja Hermoso

EL RECIENTE Y BRUTAL azote del cáncer parece haber hecho más fuerte a María Fernanda di Gia­cobbe (Caracas, 1964), si eso era posible. “Me enviaron al infierno, pero yo no quería ir porque me quedaba trabajo por hacer”, reflexiona esta elegante, dulce y a la vez enérgica señora desde la siempre relativa seguridad de haber ganado la batalla. Son las once de la mañana de un martes cualquiera en la cafetería de un hotel de Madrid y la empresaria, cocinera, artista y activista que ha traído la revolución a Venezuela de la mano del cacao alarga la mano y entrega a su interlocutor su bien más preciado: una tableta de chocolate. Hay en las onzas un 70% de pureza de cacao criollo venezolano –“el mejor del mundo, sin duda”– y la historia escondida de mucha sangre, mucho sudor y muchas lágrimas.

“HOY EN VENEZUELA LOS PRODUCTORES no PUEDEN COMPRAR AZÚCAR y ELABORAN UN CHOCOLATE CASI PURO, ¡MAGNÍFICO!”.

La fundadora y motor de proyectos como Cacao de Origen, KaKao Bombones Venezolanos, Proyecto Bombón o Proyecto San Benito es la misma que decidió un día de 2012 irse a la selva y al monte y sacar de la pobreza y la vulnerabilidad a mujeres en situación de exclusión social (más de 8.500 hasta la fecha). Se había marcado una extraña meta: ni más ni menos que cambiar las cosas, o al menos empezar a hacerlo, en un contexto de crisis del petróleo, tensión política y el endurecimiento de un régimen, el chavismo, que iba para socialista y se quedó en feudal, puede que de color rojo, desde luego, pero feudal.

Algunas creaciones de la chocolatera venezolana.

Di Giacobbe es la responsable de que, por vez primera en el mundo, una diplomatura universitaria otorgara a 1.500 personas –un 94% de ellas mujeres– el título en Gerencia de la Industria del Cacao y el Chocolate. Ella habló siempre del “bombón filosofal” y el tiempo le ha dado la razón. Su empeño feroz en negar la fatalidad de las cosas y en poner en marcha insospechados mecanismos de solidaridad a través de la gastronomía la hizo merecedora el verano pasado del primer Basque Culinary World Prize. Un premio dotado con 100.000 euros que conceden, con apoyo del Gobierno Vasco, los responsables de esta escuela de cocina y centro de investigación culinaria situado en San Sebastián y que reconoce el esfuerzo de personas y proyectos transformadores en el mundo de la gastronomía. El jurado, presidido por Joan Roca y en el que figuraban chefs de talla mundial como Ferran Adrià, Massimo Bottura, Dominique Crenn o Heston Blumenthal, investigadores como Harold McGee y escritoras como Laura Esquivel, vio en las hazañas cotidianas de María Fernanda di Giacobbe “el paso que puede dar la cocina de ciencia a la cocina de conciencia”.

De lejos le viene al personaje su relación con el mundo de los fogones, de tan lejos como de la infancia, tal y como ella misma explica: “Nací en una casa cuyo corazón era la cocina, todo pasaba allá; nuestras conversaciones más interesantes y filosóficas eran acerca de los ingredientes, las combinaciones y los tiempos de fuego. Mi abuela, en contra de la opinión de mi abuelo, había fundado un abasto, y de los muchos niños y jóvenes que éramos en la familia, yo era aquella a la que le gustaba jugar en el abasto, mucho más que estudiar. Debo de haber sido fenicia, porque siempre me gustó el comercio”.

María Fernanda di Giacobbe, trabajando en el laboratorio de Cacao de Origen, el espacio que fundó para la preservación de la cultura del cacao.

Las ilusiones del negocio familiar y la aspiración a labrarse un buen futuro en la cocina pronto se toparon con la cruda realidad política y económica del país. “Yo nací”, evoca Di Giacobbe, “en una Venezuela moderna de autopistas y teleféricos… Y eso un día cambió a una Venezuela que quería ser socialista pero que, más que socialista, se volvió comunista. Y todos aquellos restaurantes caseros, humildes, sabrosos y llenos de gente desaparecieron. Nosotros llegamos a regentar 15 de ellos, pero cerraron todos, quebramos. De repente nos convertimos en un país donde no había ingredientes y donde se cortaba la cadena productiva de la nación: el azúcar, el arroz, el maíz, el cacao. Y al final, un país que debía tener una salida socialista se convierte en un país de capataces con una hacienda decimonónica”.

En 2013 fundó Cacao de Origen, un centro para el estudio, la investigación y la preservación del cacao de Venezuela. Su laboratorio en Caracas y sus dos tiendas en la capital venezolana promueven desde entonces la relación entre los nuevos empresarios del chocolate, los productores y los clientes. Una utopía traducida a hechos, un milagro, considera su impulsora: “Fue un efecto multiplicador. Nosotros empezamos dando clases a unos, ellos dieron clases a otros, y a otros, y a otros… Y empieza en un Estado y se multiplica en varios: Miranda, Sucre, Mérida, Lara, Bolívar… Fue un contagio. El cacao estaba dentro de nosotros, y no se trataba ni se trata de María Fernanda di Giacobbe, sino de un mensaje de identidad que nos unía: el cacao puede llegar a ser igual de importante que el petróleo en la economía y la historia de mi país”.

Creaciones y fábrica de Cacao de Origen.

El secreto: una imparable cadena educativo-empresarial administrada con sabiduría en lo profesional y sensibilidad en lo humano. El otro secreto: la fusión del cacao criollo con toda la inacabable gama de frutas y dulces existente en Venezuela: guayaba, guanábana, parchita, mango, durazno, tamarindo… Y con ingredientes como el té, el champán, el pimentón, el ají dulce o la tocineta.

¿Cómo mujeres procedentes de aldeas perdidas aterrizaron en las aulas de la Universidad Simón Bolívar para acabar convertidas en “microempresarias del chocolate”? “Llegaban y hacían cursillos, y se nos ocurrió que estaría bien darles un diploma y que ese diploma debía concederse en el marco de la Universidad Simón Bolívar. Fue increíble, hicimos la primera semana del emprendimiento del chocolate y la titulamos El chocolate llega a la Simón Bolívar. A muchas de aquellas mujeres ese diploma universitario les cambió la vida. Y ellas, claro, cambiaron la universidad. Hoy hay una diplomatura gracias a ellas”.

Bombones de KaKao.

Pese a su empeño militante en ofrecer una visión positiva de su país y de sus posibilidades, María Fernanda di Giacobbe no esconde las partes más oscuras y evidentes de la cuestión. Y la cuestión no es otra cosa que un país desabastecido e inmerso en una profunda crisis política, económica y social donde la mera idea de vender y comprar bombones en una tienda suena irreal, aunque ella se lo toma como “un acto de rebeldía”. “Este movimiento ciudadano de cacao y chocolate es un antiarrodillarse y anti bajar las manos, y necesitaría el apoyo de un Gobierno con visión de futuro, bienestar, tecnología, estudio y progreso”, reclama la empresaria chocolatera, y prosigue: “Venezuela tiene una devaluación del 800% y hoy día en mi país es más caro un kilo de azúcar que un kilo de cacao. Teníamos unos fantásticos ingenios de azúcar, por eso tenemos un fantástico ron, pero solo queda una fábrica trabajando. En España un kilo de azúcar puede costar un euro o menos; en Venezuela, país productor de azúcar, pagamos casi seis, pero resulta que hay productores que, como no pueden comprar azúcar, se están dedicando a producir un chocolate casi puro, ¡magnífico!”.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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