Campesinos de ciudad
Para el agricultor colombiano, vivir en zona urbana era sinónimo de angustia. Una desplazada lo explica
Medellín, capital de Antioquia, tiene dos millones y medio de habitantes, pero un 20% de ellos no deberían estar allí; la mayoría de estos son campesinos que se vieron obligados a dejar sus cultivos y sus granjas para salvar la vida durante los años más duros del conflicto colombiano. Amenazas, masacres, violaciones, desapariciones forzosas, asesinatos selectivos… el granjero colombiano vivió toda clase de atropellos. Pero la gente se iba a las ciudades a sufrir, para ellos es sinónimo de estrés, de angustia. En numerosas ocasiones pierden sus documentos de identidad, sus propiedades, el derecho a acceder a la salud y hasta seres queridos… Al entrar en Medellín tampoco tienen muchas redes sociales. “Cuando uno es bueno y cree que todo el mundo lo es también y llega a la ciudad se encuentra con cosas muy agresivas”, asegura Claudia Cirley López, desplazada por el conflicto desde Granada a Medellín cuando era niña. Este es su testimonio:
“Encuentras que tienes que pagar arriendo cuando usted en su casa en el campo vive como un rey… Porque vivir en el campo es una gran riqueza. En el campo usted abre la puerta y ve la montaña, el aire fresco, los árboles… Y en la ciudad abres la puerta y ves puro cemento. Y no hay gallinitas, ni hay árboles, ni montañas… No hay nada. Y hay que pagar el agua, el cilantro que cogías siempre ahora lo tienes que pagar, tienes que pagar por vivir en una casa en condiciones bien precarias, en hacinamiento… Porque los campesinos se desplazaban a la casa de un vecino o amigo que ya se había ido mientras conseguían una. Y se juntaban hasta cinco familias en una vivienda esperando un trabajo o un sustento para poder alquilarse una casa. Empieza a chocar esa realidad del campo con la ciudad, donde uno nunca se adapta a pagar un pasaje por ejemplo, para dar una vuelta.
Todo es muy complejo en el sentido de la convivencia y de la economía, que es horrible porque quien cultivaba no puede traer lo cultivado. Muchas personas perdieron grandes plantaciones, grandes inversiones. Había que salir de ya y teníamos que dejar todo tirado, no había forma de recoger el café, el frijol, las gallinitas… Las cosas que teníamos y que podíamos vender allá para al menos vivir unos días. No hubo oportunidad de nada. Se perdieron ganados, las vaquitas se quedaron solas o ellos las mataron o se las comieron: los grupos armados necesitaban una vaca no les importaba de quién fuera o el sacrificio para conseguirla.
En el campo usted abre la puerta y ve la montaña, el aire fresco, los árboles… Y en la ciudad abres la puerta y ves puro cemento
En la ciudad muchas personas optaron por las ventas ambulantes y, de hecho, Medellín tiene un gran número de venteros y si les preguntas de dónde son la mayoría son campesinos y la mayoría son del Oriente. Se fueron a invadir las calles de la ciudad y a llegar se encontraron con que el Gobierno anunció la creación de un espacio público. Quienes lo manejan son personas que contrata la Administración municipal de Medellín para que controlen no haya más que dos o tres vendedores y, si hay más, se los llevan con toda la mercancía. Entonces, si yo había conseguido un plantecito prestado para vender aguacates y me cogían los del espacio público, me quitaban la carretilla y tiraban la mercancía. Todavía se aplica porque hay un conflicto entre el derecho al espacio público y el derecho al trabajo.
El desplazamiento campesino se convirtió en un problema para las ciudades. El ciudadano también se ve afectado por esa invasión. Se hicieron unas adecuaciones para colocar a los venteros ambulantes en unas zonas específicas, pero la gente no los busca para ir a comprar. Los ubicaron en lugares donde no hay tanta afluencia del público. El foco comercial de Medellín es El Hueco y algunas calles, pero a los a los venteros los llevaron más arriba, por donde no pasa casi nadie, y en El Hueco no les dejan estar. Todas esas realidades tuvo que enfrentar el campesino".
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