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MIRADOR
Columna
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El brochetón

Si la gente no es tonta, como solemos decir, la mejor guía ante una crisis alimentaria es la ciencia, y la mejor política es la transparencia

Javier Sampedro
Michel Temer, presidente de Brasil en un encuentro con embajadores.
Michel Temer, presidente de Brasil en un encuentro con embajadores.UESLEI MARCELINO / REUTERS

La policía brasileña cerró hace poco varias plantas de envasado de carne por problemas higiénicos y, como suele ocurrir cuando saltan estas noticias, las cosas se complicaron más de lo debido. China, el mayor consumidor de carne brasileña, suspendió sus importaciones de ese producto, y la Unión Europea y Corea del Sur restringieron también parte de ellas. En un conmovedor intento de contener el efecto dominó, el presidente brasileño, Michel Temer, invitó la semana pasada a comer carne a cuanto diplomático y periodista se le puso a tiro. Se le puede ver en las fotos atacando una brocheta descomunal de solomillos de la tierra o algo parecido con la cara de quien no ha probado bocado en dos días. Esto traerá recuerdos al lector español.

En los primeros años 2000, cuando llegó a España la crisis de las vacas locas, el entonces ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, empezó a salir por todas las cadenas de televisión atizándose unos chuletones que daba miedo verlos. No porque tuvieran priones, sino por su magnitud pantagruélica y cardiovascularmente discutible. Los humoristas le presentaban cada día más gordo y con la boca llena, y es difícil saber si aquel espectáculo alivió la crisis del sector o por el contrario la acabó de rematar. En cualquier caso, Cañete pareció disfrutar de la experiencia, igual que ahora Michel Temer.

La gente no es tonta, solemos decir. Ni siquiera los diplomáticos y los periodistas somos tan ineptos como para pensar que los chuletones de Cañete pudieran provenir de las granjas afectadas por las vacas locas, ni que las brochetas gigantescas de Temer adolezcan de problemas higiénicos. Cuando se bañó en las aguas de Palomares, Manuel Fraga disponía con toda probabilidad de las mejores mediciones de radiactividad que había hecho el Pentágono. Ya sabemos que los ministros y los presidentes comen productos de primera calidad, y que se bañan lo menos posible en las playas donde se ha perdido una bomba nuclear. El problema son los demás, todos esos tipos raros que no son ministros.

Si la gente no es tonta, como solemos decir, la mejor guía ante una crisis alimentaria es la ciencia, y la mejor política es la transparencia. Deponga el mandatario su brocheta y diga a los ciudadanos: hemos revisado las plantas de envasado y hemos hallado que esta tiene un problema y esta otra no; hemos cerrado la que tiene el problema, y aquí les presentamos las pruebas de que el resto de la carne está bien; y estamos tomando estas medidas para evitar que se repita. Hasta los periodistas más tontos lo entenderemos.

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