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MIRADOR
Columna
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Anna O. Szust

Ciertas revistas profesionales se han revelado como un pesado lastre para los engranajes de la práctica científica

Javier Sampedro
Alan Sokal en Barcelona en 1999.
Alan Sokal en Barcelona en 1999. Arduino Vannucchi

Los más de 20 años que han pasado desde el caso Sokal no han apagado los ecos del escándalo. Alan Sokal es un profesor de Física de la Universidad de Nueva York que, en 1996, mandó a una revista de estudios culturales un manuscrito titulado Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica. Como deja intuir su título, el artículo era una interminable colección de falacias pomposas, fárragos impenetrables y simples tonterías envueltas en la jerga inconfundible de quien no tiene nada que decir. Pero la revista Social Text se lo publicó sin tocar una coma, haciendo un ridículo de antología.

Lo que acaba de ocurrir ahora es en realidad mucho peor. La científica polaca Anna O. Szust se ha ofrecido como miembro del consejo editorial a 360 revistas científicas, las publicaciones donde los investigadores presentan sus trabajos a la comunidad científica, y que al final constituyen el fundamento de su carrera profesional. Que 48 de esas revistas aceptaran a Szust en sus consejos editoriales, y sin mediar más correspondencia, sería ya curioso por sí mismo. Pero el hecho de que la científica polaca no exista convierte la anécdota en un escándalo que deja el caso Sokal a la altura del betún. Aquí no se trata ya de que esas revistas profesionales hayan hecho el ridículo, sino de que se han revelado como un pesado lastre para los engranajes de la práctica científica.

Anna O. Szust es una creación de la psicóloga Katarzyna Pisanski y sus colegas de la Universidad de Breslavia, en Polonia, que presentan en Nature los resultados de su experimento-trampa. Oszust significa fraude en polaco. Los psicólogos dotaron a su personaje ficticio de un igualmente imaginario currículo en “teoría de la ciencia y el deporte” y le abrieron las preceptivas cuentas en Google+, Twitter y Academia.edu, que son el certificado de realidad en nuestros tiempos ciegos. Las 48 revistas en cuestión cayeron como moscas, pese a que el currículo de la doctora Fraude era descaradamente inadecuado, por no decir inexistente, para figurar en un consejo editorial. La han metido hasta la ingle.

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En círculos académicos se viene hablando de las “revistas predadoras”, varios miles de publicaciones científicas que han proliferado como setas en los últimos tiempos. “Estas revistas no aspiran a la calidad”, dice Pisanski, “sino que existen ante todo para obtener cuotas de los autores”. Los científicos tienen que pagar por publicar sus investigaciones, y si lo hacen en una revista predadora ni siquiera tienen que preocuparse de que la investigación esté bien hecha. Genial.

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