Nos están asesinando
DISCULPEN LAS molestias, nos están asesinando.
Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, caemos como moscas. Adolescentes, jóvenes, maduras, ancianas, mueren mujeres de todas las edades y clases sociales. Todas conocían a su asesino, casi todas lo habían querido, algunas lo querían todavía. Por eso, no sólo las instituciones, sino también buena parte de la sociedad, lamentan sus muertes como crímenes privados, lamentables excesos sentimentales, catástrofes inevitables. Y no es verdad.
Disculpen las molestias, nos están asesinando, gritaban los manifestantes –porque allí, afortunadamente, también había hombres– que acudieron a la Puerta del Sol para apoyar a ocho feministas, en huelga de hambre para protestar por la insoportable cosecha de cadáveres que provoca el terrorismo machista. Ese grito, que muchas personas de orden habrán considerado exagerado, histriónico y, por supuesto, populista, me parece tan justo y necesario en su primera frase como en la segunda. Porque mientras otras víctimas, de grandes accidentes o atentados no menos terroristas, concitan una instantánea unanimidad política de grandes declaraciones, con promesas de cambios legislativos e incremento de los fondos destinados a prevenir tragedias futuras, parece que las mujeres muertas ensucian los telediarios, amargan los índices del crecimiento económico y, a fuerza de repetirse, ocupan cada vez una posición más marginal en la actualidad.
Parece que las mujeres muertas ensucian los telediarios, amargan los índices del crecimiento económico y, a fuerza de repetirse, ocupan cada vez una posición más marginal en la actualidad.
El austericidio que representó el botín del vencedor en esa guerra que perdimos creyendo que era una crisis económica se cebó de forma extraordinaria en las políticas de prevención de los crímenes machistas y en la red pública de apoyo a las mujeres amenazadas. Las cifras de los recortes bastan para explicar el grado de importancia que el Gobierno de España concede a esta clase de víctimas. Pero eso es sólo un capítulo de una historia muy larga y muy oscura. Tanto como el argumento del cómic que dibujó Lucía, una niña murciana de 13 años que se suicidó el pasado 10 de enero. “Era una niña muy feliz”, así empezaba su historia, hasta que “aparecieron unos monstruos”. ¡Fea, tonta, gorda! Después de escuchar esos gritos, Lucía se dibujo sobre una báscula. 64 kilos, anotó, y después, por encima, una voz que gritaba: ¿ves? ¡gorda!
En el instituto de Lucía consideran que no sufrió acoso, aunque expulsaron a dos de sus compañeros por lo que juzgaron un problema puntual. Pues bien, su suicidio también es un crimen machista. Ella, como el resto de las víctimas, sufrió enormemente mientras las personas que la rodeaban ni siquiera eran capaces de detectar su sufrimiento. Porque, si pesaba 64 kilos, estaba gorda y, si estaba gorda, lo normal era que se lo llamaran. Cosas de niños, como son cosas de pareja, en las que no conviene meterse, las broncas, los gritos y los desprecios que ciertos maridos infligen en público a sus mujeres. Vete a saber, dice la gente, luego, lo que pase en cada casa… Hasta que lo que pasa es un cadáver desangrándose encima de la alfombra. Mientras tanto, en la televisión, que quizá sigue encendida, una tertulia comenta la liposucción de Menganita o lo ideal que se ha quedado Fulanita después de haberse quitado las bolsas, o la fabulosa elegancia de Melania Trump. Esa es la realidad que hemos fabricado, la normalidad en la que nos movemos, la herencia que legaremos a nuestros hijos y, sobre todo, a nuestras hijas.
Cuando se sienten acorralados, los políticos dicen que es un problema de pedagogía, que sólo se solucionará con educación, a largo plazo. Aparte de que la parrilla televisiva de cada día incentiva el machismo hasta un nivel con el que difícilmente podría competir la mejor de las reformas educativas, ese argumento sólo es una máquina de echar balones fuera.
Los crímenes machistas son el síntoma de una enfermedad social, que se irá agravando, haciéndose cada vez más peligrosa, más letal, si seguimos ignorándola. Que cambiar la mentalidad de una sociedad sea muy difícil no puede justificar que no se haga absolutamente nada para intentarlo.
Porque todos los meses mueren mujeres y de vez en cuando se suicidan niñas de 13 años.
Y no lo hacen por molestar.
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