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La obsesión calabresa por los círculos secretos

Lola Beltrán
Íñigo Domínguez

E N 1575 se disputó en El Escorial, con Felipe II de espectador, el que se considera el primer campeonato internacional de ajedrez. Lo ganó Leonardo di Bona, un calabrés de Cutro, un pueblecito remoto de la punta de la bota italiana que hoy tiene 10.000 habitantes. Venció a un cura extremeño que hasta entonces le había ganado siempre, el obispo Ruy López de Segura, afamado ajedrecista. El rey premió al pueblo del campeón con 20 años sin pagar impuestos. Normal que hoy este hombre tenga allí una plaza, con un tablero de ajedrez gigante en el suelo. Es una tierra con talento para la estrategia, con alguna gente que no solo puede pensar en cuadrados, sino también de forma muy rebuscada en círculos concéntricos y diversos planos. La ‘Ndrangheta, la Mafia calabresa, se caracteriza por su obsesión por los rituales, el secretismo y las jerarquías. En una investigación de 1890 los reales Carabinieri di Reggio Calabria, capital de la región, ya descubrieron que esta misteriosa secta de asesinos se organizaba en dos niveles: sociedad mayor y sociedad menor. No es nada comparado con el alambicado tinglado que han llegado a montar.

“hoy los políticos van a casa de los capos a pedir votos a cambio de contratos públicos”, dice el fiscal nicola gratteri.

A finales del siglo XIX los círculos de la ‘Ndrangheta, como los de Sicilia y Campania, eran otro grupo de poder más, con la peculiaridad nada desdeñable de que disputaban al Estado el monopolio de la violencia. En ese sentido eran usados, o se mezclaban, con capas de poder de la burguesía, a su vez fragmentada en logias masónicas. Las elecciones municipales de 1869 en Reggio Calabria ya fueron anuladas por sospechas de manipulación de diverso tipo. Crimen organizado, masonería, un poco de todo. La sociedad italiana siempre ha tenido esta tendencia a organizarse por debajo de la mesa, pero con la sospecha paranoica de todos de que quizá la mesa buena sea otra, situada aún más abajo y con gente todavía más importante.

La ‘Ndrangheta, como Cosa Nostra en Sicilia, no aspiró durante décadas a tanto, las tramas de los despachos escapaban a sus posibilidades. Se conformaba con los intermediarios. A finales de los años sesenta, vivía de la extorsión, los secuestros y el contrabando de tabaco. Pero con las grandes inversiones públicas en infraestructuras que llegaron en los años posteriores entraron en la construcción y la industria. En los setenta los capos más poderosos se codeaban con peces gordos y se hicieron masones. Comenzaron a ponerse capucha y a asistir a reuniones secretas, pero no todos. Era una élite mafiosa sin que el resto de sus colegas lo supiera, aunque se rumoreaba, lo que les hacía aún más temidos. Pero hay otro matiz en el matiz: las logias oficiales, contempladas por la ley, eran para los pardillos, las realmente influyentes eran las ilegales o “desviadas”, como dicen en Italia.

En la ‘Ndrangheta decidieron llamar La Santa a este club vip, un círculo superior mucho más exclusivo. A los santistas se les permitía esta doble afiliación, y así entraron en lo que en Italia se llama “la habitación de los botones”, una cámara secretísima donde controlan todo, pero de verdad, no como los Gobiernos elegidos democráticamente. Es decir, penetraban en la gestión sucia del poder con políticos, banqueros, empresarios, magistrados y profesiones liberales. De este modo, los criminales se quitaron de encima la subordinación respecto a la política y la masonería, hasta entonces la correa de transmisión con las instituciones y, claro está, se llevaban comisión por ello. Estos contubernios eran una cosa muy de los años de plomo, de la Guerra Fría, llenos de servicios secretos y conspiraciones. No solo era por dinero, había cierta ideología. Por eso aparece la Mafia en el intento de golpe de Estado fascista de Junio Valerio Borghese en 1970 y, por ejemplo, la ‘Ndrangheta acoge y ayuda a terroristas de extrema derecha, como Pierluigi Concutelli y Franco Freda. Son los años de Licio Gelli, siniestro gran maestre de la logia ilegal P2, descubierta en 1981 con casi 1.000 inscritos, entre ellos 44 parlamentarios, toda la cúpula de los servicios secretos, 22 generales, magistrados, periodistas… y un tal Berlusconi.

Con la ‘Ndrangheta ahora convertida en gran multinacional de la droga, la situación no ha hecho más que evolucionar a peor.

Según los expertos, con la ‘Ndrangheta ahora convertida en gran multinacional de la droga, la situación no ha hecho más que evolucionar a peor, aunque al menos sin ideología. Solo importa la pasta. La ‘Ndrangheta no trata a los que mandan de igual a igual, sino que la política estaría ya subordinada a la Mafia. Tienen montañas de dinero y cocaína para comprar a quien sea, sobre todo a quien está deseando que le compren. Los clanes son buscados por su liquidez ilimitada y su capacidad de abrir puertas. Son interlocutores legítimos en el mundo de los negocios. “Hoy ya son los políticos los que van a casa de los capos a pedir paquetes de votos a cambio de contratos públicos”, ha explicado el fiscal Nicola Gratteri, uno de los principales expertos en la Mafia calabresa.

El pasado verano una nueva investigación descubrió un círculo superior todavía más arriba, los llamados Invisibles. Uno de los interrogados fue el gran maestre que dirigió el Grande Oriente d’Italia entre 1990 y 1993, Giuliano Di Bernardo. Contó una inquietante conversación que mantuvo en 1993, tras la apertura de una investigación en Calabria que desvelaba la infiltración mafiosa en la masonería. Le preguntó a su número dos, que era calabrés, si aquello era cierto. Le contestó que, así a ojo, de las 32 logias de la región, al menos 28 estaban controladas por la ‘Ndrangheta. “¿Y qué piensas hacer ante este desastre?”, le inquirió alarmado. “Nada”, respondió el otro. Temía por su vida y por la de su familia. Di Bernardo dimitió y fundó otra facción, la Gran Logia Regular de Italia, y a seguir haciendo circulitos. Otro pasaje interesante de ese sumario es una conversación grabada a un viejo capo calabrés, Pantaleone Mancuso, Tío Luni, que decía en 2012: “La ‘Ndrangheta ya no existe, ha quedado la masonería. ¡Hay que modernizarse! Hoy la llaman masonería, mañana P4, P6, P9…”. Siempre pendientes del último modelo, y ya no saben ni cómo llamarlo, agotan los nombres. En otra escucha de 2013, otro mafioso confiaba a su interlocutor: “Hay otra cosa que no la saben ni ellos, aquí en Reggio los que cuentan son seis, siete en total, el coso este es de siete”. El coso, ya ven. No es ni cosa nostra, es un coso, una deformación coloquial en italiano de la palabra cosa para hablar de algo aún más inconcreto que una cosa o de lo que no se sabe el nombre.

Hablando de la P2, el último juicio pendiente, hasta la fecha, terminó en nada hace dos meses. Era el segundo proceso sobre el asesinato de Roberto Calvi, el banquero que apareció colgado bajo un puente de Londres en 1982 en el escándalo del IOR, el banco vaticano en el que la Mafia y la masonería ilegal blanqueaban su dinero. El argumento de El Padrino III, para entendernos. La sentencia absolvió a los sospechosos, pero contenía una significativa declaración de impotencia del tribunal: “El esfuerzo del fiscal entrega una hipótesis histórica del asesinato difícilmente superable. Una parte del Vaticano, pero no todo el Vaticano; una parte de Cosa Nostra, pero no toda Cosa Nostra; una parte de la masonería, pero no toda la masonería (...) han malgastado capitales de origen mafioso. Más no ha sido posible hacer”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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