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Mujeres de la ‘Ndrangheta

Lea Garofalo fue hija y hermana  de capos. Su marido, Carlo Cosco, era otro sicario.
Lea Garofalo fue hija y hermana de capos. Su marido, Carlo Cosco, era otro sicario. andrea merola
Íñigo Domínguez

LA 'NDRANGUETA, la mafia de Calabria, solo existe judicialmente en Italia desde este verano. El Tribunal Supremo por fin concluyó en junio que existe y certificó cómo funciona. Remata una primera sentencia que ya lo hizo el 6 de junio de 2014. Es el final de un tortuoso camino para desenterrar de la leyenda a esta mafia, que hoy es la más poderosa. Aunque el mundo solo descubriera ese vocablo, ‘Ndrangheta –hombres valerosos, en dialecto calabrés de origen griego–, en 2007, con la matanza de Duisburgo, en Alemania: un ajuste de cuentas entre dos clanes que se saldó con seis muertos.

La lucha contra la mafia se mueve con ritmos geológicos. Legalmente, Cosa Nostra, la fracción siciliana, solo existe desde que se demostró en otra fecha histórica, el 30 de enero de 1992, con la sentencia del célebre maxiproceso de Palermo por los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, que lo pagaron con la vida. Luego se ha avanzado mucho, sobre todo en el entorno social donde ha crecido esta organización criminal. Pero en Calabria queda mucho por hacer. La ‘Ndrangheta es una organización sin apenas arrepentidos, porque  está compuesta por familias, y la estructura, las reglas y los genes aprisionan a sus miembros. Incluidas por supuesto las mujeres, a quienes la tradición asigna un papel silencioso y devoto al orden familiar, aunque con un gran peso en la custodia y transmisión de esos valores primitivos. Si es necesario, por arresto o muerte de los hombres, toman las riendas del clan. También la policía las ha subestimado: en 1990 solo una mujer de la ‘Ndrangheta había sido acusada de asociación mafiosa, pero en 1995 ya eran 89. Aunque lo más sorprendente es que algunas han protagonizado en los últimos años los más audaces arrebatos de rebeldía.

En la ‘NDrangheta las reglas y los genes aprisionan a sus miembros. A las mujeres la tradición les asigna un papel silencioso y devoto.

Hay varias historias espantosas, porque muchas acaban mal. Una de las peores es la de Lea Garofalo. Nació en Petilia Policastro, pueblo bizantino de 9.000 habitantes. Hija de un capo asesinado en 1975 cuando ella era un bebé. Sin uso de razón ya estaba en guerra, por su apellido, con el clan enemigo de los Mirabelli. La cadena de venganzas dejó unos 40 muertos a lo largo de los años. Su hermano también fue capo, estaba escrito, y murió asesinado en 2005. Su novio, Carlo Cosco, era otro sicario. Ella se quedó embarazada con 16 años, tras la clásica fuitina, otro ritual arcaico del sur. Es la huida de dos novios para colocar a las familias ante una relación consumada, real o presunta, y hacer inevitable una boda restauradora del honor.

El “matrimonio reparador”, que así se llamaba, no era infrecuente en Italia para resolver violaciones, pues el hombre evadía la pena si se hacía cargo de la mujer y le evitaba el deshonor y la condena cierta de no poder encontrar marido. Figuró en el código penal italiano hasta 1981 y solo empezó a resquebrajarse con el famoso caso de Franca Viola, siciliana, la primera mujer de Italia que se negó a casarse con su violador, en 1966. Él era el sobrino de un capo mafioso, que la secuestró con otros 12 hombres. Condenado a 10 años de cárcel, tras salir fue asesinado a tiros.

Volviendo a Lea Garofalo, se estableció con su pareja en Milán, en los círculos criminales calabreses de la droga, pero cuando Carlo acabó en la cárcel en 1996, decidió dejarle. Estaba harta de esa vida. Quería darle a su hija Denise un futuro distinto. Para su ex, solo este gesto ya suponía una afrenta a su honor. Pero fue peor cuando Lea decidió colaborar con la justicia y contar los secretos de la ‘Ndrangheta. En 2002, cuando su hija tenía 10 años, entró en el programa de protección de arrepentidos, con identidad y residencia secretas. Sin embargo, lo dejó en 2009, se sentía abandonada y estaba cansada de esa vida solitaria. Envió cartas a las autoridades pidiendo ayuda que no tuvieron respuesta. Los arrepentidos arrastran una condena a muerte, pero, por otro lado, el Estado no consigue a veces crearles una vida nueva. Ella probó sola. Quiso creerse la ilusión de que era posible, restableció la comunicación con su expareja y comenzó una nueva vida en Campobasso, en el centro de Italia.

Carlo Cosco, marido de Lea Garofalo y uno de los sospechosos de asesinarla.

En mayo de ese año llamó a Carlo Cosco por un problema en la lavadora y él vio la ocasión. Le mandó un falso fontanero, pero nada más abrir la puerta Lea sospechó de él y se liaron a puñetazos: “¡Si quieres matarme hazlo ya, y, si no, vete!”. El sicario salió por patas. Dejó una caja de herramientas con lo necesario para torturarla, para saber antes de matarla lo que había contado a los magistrados.

Lea, de 35 años, y Denise, de 17, se sentían acosadas y sin salida. Pensaban en mudarse a Australia y que la chica estudiara en la universidad. Al final decidieron vencer el miedo y aceptar un encuentro con Cosco para hablar de ello. “Yo no tengo una lira, y él es rico, está construyendo un hotel en Madrid”, le dijo a una abogada cuatro días antes. Se citaron en el centro de Milán el 24 de noviembre de 2009. Una cámara de seguridad grabó el momento. Las imágenes, desoladoras, muestran dos figuras pequeñitas, una blanca y una negra, vagando por la calle hasta que Lea se mete en una furgoneta. Luego desapareció. Un año después su ex y cinco cómplices, entre ellos dos hermanos de él, fueron detenidos. La torturaron, la estrangularon, metieron el cuerpo en un bidón y le prendieron fuego. En 2012 fueron condenados a cadena perpetua, una pena que en Italia aún existe.

Fue su hija, Denise, la que acusó a su padre. Siguió los pasos de su madre y colaboró con los jueces. En el proceso descubrió que su propio novio estaba entre los asesinos, y que habían iniciado su relación a instancias de su padre, que quería vigilarlas de cerca. Este tipo, que el día del crimen tenía 31 años, acabó escribiendo una carta de arrepentimiento: “Tuve que hacerlo, es la ley que rige en Calabria”. Está fechada en 2012: este siglo.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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