Qubits
Cuando sepamos crear un cerebro, podremos decir que lo entendemos
Lo dejó dicho Richard Feynman: “Si no lo puedo crear, es que no lo entiendo”. Feynman, uno de los grandes físicos teóricos del siglo XX —tal vez el gran físico teórico después de Einstein—, tenía en mente la construcción de un ordenador cuántico. Nuestros ordenadores se basan en bits (dígitos binarios), que pueden adoptar uno de dos estados (0 o 1). Los ordenadores imaginados por Feynman se basarán en qubits (bits cuánticos), que pueden ser 0 y 1 a la vez, o existir en una superposición simultánea de valores entre 0 y 1. Así, un ordenador cuántico de solo 30 qubits tendría una potencia de cálculo equivalente a nuestros superordenadores de vanguardia.
El truco para entender esto es no pretender entenderlo del todo. Como señaló el propio Feynman, “si crees entender la física cuántica, es que no la entiendes en absoluto”. Pero el mundo de ordenadores, teléfonos inteligentes y transmisiones por satélite que nos rodea depende por entero de esa física que no entendemos, pero que es la ciencia más exitosa de la historia, basada en las matemáticas más creativas que hayamos concebido, y capaz de predecir la realidad con una mareante cantidad de decimales. Y los ordenadores cuánticos imaginados por Feynman ya no son fantasía, ni siquiera ciencia ficción: es muy probable que veamos los primeros este mismo año.
Cuando los físicos quieren presentar al público la computación cuántica, o pedir dinero a los Gobiernos para financiarla, suelen decir que los qubits permitirán un encriptado verdaderamente seguro de las comunicaciones. Pero Feynman veía mucho más allá. Pensaba que el principal objetivo de la computación cuántica era nada menos que crear un universo. Puesto que el mundo es cuántico en último término, solo un ordenador cuántico podrá simularlo. Y recuerden: solo cuando sepamos crear un cosmos, podremos decir que lo entendemos.
Este mismo principio de Feynman tiene otro corolario en un campo enteramente distinto. Los neurocientíficos están aprendiendo a crear minicerebros en una place Petri, a partir de células madre. El procedimiento es laborioso, pero capaz de reproducir en el laboratorio partes del cerebro humano, y tienen características humanas de las que carecen los animales modelo en que se basa gran parte de nuestra neurociencia. Estos organoides ya se están usando para averiguar cómo el virus zika causa microcefalia en los hijos de madres infectadas, y sus defensores los consideran esenciales para investigar el alzhéimer, la esquizofrenia y otras enfermedades cerebrales. Cuando sepamos crear un cerebro, podremos decir que lo entendemos.
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