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La asombrosa vida de Lina Caro

Desplazada por un grupo armado ilegal, violada y con una enfermedad terminal, esta colombiana conserva sus esperanzas por granjearse un futuro

Lina Caro, víctima del conflicto en Colombia, muestra una de sus creaciones de moda.
Lina Caro, víctima del conflicto en Colombia, muestra una de sus creaciones de moda. R. C. S.
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Lina Mercedes Caro Banquez es una mujer enorme: alta, con las manos grandes, una sonrisa amplia y un espíritu inquebrantable que le ha permitido sortear con dignidad su condición de víctima del conflicto armado. “Hago de mis debilidades una fortaleza”, afirma con su voz serena, mientras repara con sus ojos negros la máquina de coser Triumph, que es una de sus herramientas favoritas para confeccionar pijamas, negocio que quiere consolidar: “Me veo de aquí a unos años despachando mercancía a todo el país, y por qué no, exportando a Europa”, afirma.

El año pasado, la fundación Trasvida, que trabaja con 40 mujeres cabeza de hogar que son víctimas de desplazamiento forzado y se ha establecido en Soacha (municipio ubicado en los extramuros de Bogotá, Colombia), le otorgó a Lina una unidad productiva de confección de ropa dotada con máquina plana, fileteadora, máquina collarín y mesa de corte; las cuales fueron ubicadas temporalmente en una bodega contigua a su casa, donde se le facilitó asistir a recibir los talleres de confección que les impartieron junto a las otras beneficiarias.

Con este emprendimiento, Lina espera poder ganarse la vida ahora que está muy lejos de su pueblo, María la Baja (departamento de Bolívar, en el caribe colombiano), del que huyó un día aciago de septiembre del 2008, cuando se enteró de su inclusión en una lista negra, que la sentenciaba a muerte, por parte de un grupo paramilitar que dominaba esa zona de los Montes de María.

Según se consigna en Una nación desplazada, informe nacional del desplazamiento forzado en Colombia, elaborado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, María La Baja acumula en los últimos años la exorbitante cifra de 29.394 desplazados; una barbaridad, si se tiene en cuenta que el municipio cuenta con una población de 48.079 habitantes.

Las pequeñas sorpresas de la vida mantienen a Lina con ese optimismo que la caracteriza. La más reciente buena nueva la sorprendió una mañana cuando alguien de la Escuela Arturo Tejada la llamó al celular: “La Unidad de Víctimas me postuló a una convocatoria que buscaba seleccionar prendas de vestir diseñadas por mujeres víctimas de la guerra”, cuenta orgullosa. Dos pijamas de algodón le permitieron continuar en este proceso, donde recibirá capacitación para aprender nuevas técnicas y diseños. “De aquí a unos años, quisiera vender mucha ropa, y ser una reconocida diseñadora de moda. Estoy luchando por salir adelante a pesar de ser una mujer desplazada y con una enfermedad terminal [cáncer papilar]. Eso, por el contrario, me motiva a demostrarles a los demás que soy una guerrera”, asegura.

Los pijamas de Lina, que promoverá Arturo Tejada, fueron seleccionados tras un riguroso proceso donde un equipo de diseñadores fotografió sus prendas, analizó los acabados y calidad de materias primas, y destacó que, al ser confecciones en 100% algodón, pueden ser usadas en cualquier región sin importar el clima, desde la gélida Bogotá hasta la sofocante María La Baja. “Que mi ropa llegara a mi pueblo sería una forma muy bonita de recordarle a mi gente —que hace años no me ve y pensará que estoy muerta—: aquí sigo en pie”, sostiene, y revela que hace poco, mientras solicitaba ayudas en el Servicio Jesuitas Refugiados en Colombia, le anunciaron que un consorcio italiano está interesado en apoyarla si conforma una cooperativa junto a otras mujeres emprendedoras. Ya se encuentra haciendo las gestiones con sus conocidas, y espera ver los resultados más temprano que tarde: el tiempo para ella, en su condición, es apremiante.

La gente de mi pueblo pensará que estoy muerta, hace años que no me ven. Sería bonito que les llegasen mis prendas

Como no cuenta con una fuente fija de ingresos, para ella es complicado adquirir los insumos para fabricar pijamas, y mucho menos la logística e infraestructura que requiere la apertura de un local comercial para vender la ropa. “Hago prendas por pedidos, o vendo puerta a puerta; aunque no es fácil”, explica. Otro gran problema que se le ha suscitado en el último mes es encontrar un espacio para sus máquinas, ya que el contrato de arrendamiento de la bodega que Trasvida le asignó para depositar los equipos expiró, y no cuenta con los recursos para costearse un espacio adecuado. “Los obstáculos para nosotras las mujeres desplazadas son innumerables, pero no hay de otra: toca continuar”, se lamenta.

Exilio y barbarie

Lina llegó a Bogotá en septiembre del 2008, en una flota que abordó en Cartagena procedente de María La Baja. Como venía huyendo de los paramilitares, apenas pudo llevarse la muda de ropa que traía puesta, y una pequeña maleta con algunas pertenencias de su pequeña nieta, la hija de Over José Polo, su primogénito, que por ese entonces contaba con 18 años y prestaba servicio militar.

Ella atribuye sus amenazas de muerte a una represalia de los paramilitares debido a las reclamaciones que consignó en la oficina del Ministerio del Trabajo, pues fue despedida sin justa causa por la empresa de chances y apuestas donde laboraba. “Por esos días tuve un doble duelo: murió mi mamá, y ocho días después mi padrastro, por lo que me ausenté para encargarme de los trámites funerarios”, argumenta. Hoy agradece a un exparamilitar, que fue asesinado tiempo después, por haberle cantado la zona. “Fue Peyito Vásquez quien me avisó. Gracias a él sigo con vida porque hui antes de que me mataran”, recuerda.

Para Lina, lo más difícil de ser desplazado no es el exilio y el aislamiento, sino la adaptación al nuevo entorno, donde se sufre el rechazo de la gente

Cuando Lina habla con otras mujeres en su misma condición, las conmina a no quedarse esperando la ayuda estatal como única salida, pues se trata de auxilios económicos que apenas si alcanzan para lo básico: “Si uno quiere garantizarse una mejor calidad de vida, esto es: vivienda, salud, educación y empleo, hay que salir a buscar las oportunidades. La ayuda no llegará del cielo”.

Las cifras de desplazamiento forzado en Colombia son alarmantes. Según datos del Registro Único de Víctimas, existen casi ocho millones de víctimas del conflicto armado, más de tres cuartas partes de ellas correspondientes a desplazados, de los cuales 3,3 millones son mujeres, el 87% de regiones rurales y despojadas de 8,3 millones de hectáreas.

Para Lina, lo más difícil de ser desplazado no es el exilio y el aislamiento, sino la adaptación al nuevo entorno, donde se sufre el rechazo de la gente. Tal realidad se consigna en el mencionado informe ‘Una nación desplazada’: “A medida que el desplazado se ve enfrentado a ir de un lugar a otro y a convertirse por fin en un anónimo que llega a las ciudades, es visto por los otros como un peligro”.

Un gris panorama que Luz Núñez —33 años, madre cabeza de hogar y desplazada en 2007 de Puerto Asís, Putumayo—, amiga de Lina Caro, ha vivido en carne propia: “Se nos cierran las puertas en muchos lados. Me pasó en repetidas oportunidades cuando llevé la hoja de vida a empresas donde estaban recibiendo personal, pero cuando se enteraban de mi situación todo cambiaba”.

Por eso algunas intentan el éxodo a sus territorios. Lina lo hizo, pero no a María La Baja, sino a Sincelejo, donde comenzó un pequeño negocio ambulante de café. Al principio arrancó con un solo termo, pero al poco tiempo ya tenía una flota de 56 termos. Lastimosamente tuvo que regresar nuevamente a Soacha, porque las bandas criminales, al parecer Los Rastrojos, le siguieron el rastro y su vida volvió a correr peligro.

Marcada por la violencia sexual

Este flagelo es el otro destino trágico de Lina Caro: desde niña carga una pesada cruz, pues a los escasos nueve años fue violada por el hijo de Pedro Arévalo Pacheco, el esposo de su madre. “Mi hermanastro ya era mayor de edad, pero yo no quise desencadenar un problema mayor para mi mamá, por eso no denuncié. Ahí murió mi niñez, y desde entonces soy nerviosa, insegura, tímida y retraída. De a poco he logrado recuperarme”.

Sonia Vargas, coordinadora del Punto de Atención a Víctimas de Soacha, le ha brindado a Lina atención sicológica para sobrellevar estas heridas del alma. Eventualmente, se reúnen varias mujeres de este y otros municipios, con la intención de dejar la vergüenza y el miedo de denunciar las agresiones sexuales. “Desafortunadamente este delito poco o nada se denuncia. En el marco de la Ley 1448, que es la ley de víctimas del conflicto armado, se tiene en cuenta la ruta de atención para el desplazamiento forzado, pero no está muy claro lo relacionado con violencia sexual”, analiza.

No hay registro oficial sobre el número de mujeres víctimas de violencias sexual en el marco del conflicto. Algunas cifras, del 2009, señalan un promedio de 54.410

Años después, Lina volvió a ser violada cuando ya era madre cabeza de hogar y respondía por sus tres hijos: Over José (hoy con 29 años), Lina Margarita (28), y Andrea María (26). En María La Baja las mujeres caminaban por las calles con la incertidumbre de ser sorprendidas por una camioneta 4x4, que era el presagio de horribles acontecimientos. Hombres armados obligaban a las muchachas a irse con ellos hasta las zonas boscosas donde se ubicaban sus escondites; lugares donde eran presa fácil de todo tipo de vejámenes tal y como le ocurrió a Lina, quien padeció durante días los abusos y agresiones de estos bárbaros. “Me sentía sucia y con asco de mí misma. Por vergüenza en ese momento no fui capaz de denunciar”, reconoce apesadumbrada.

De acuerdo al informe Colombia: Mujeres, violencia sexual en el conflicto y el proceso de paz, de las organizaciones no gubernamentales ABColombia, Sisma Mujer y US Office on Colombia, no hay registro oficial sobre el número de mujeres víctimas de violencias sexual en el marco del conflicto. Algunas cifras, del 2009, señalan un promedio de 54.410 mujeres abusadas por año,146 por día y seis cada hora. Por su parte, el Instituto Nacional de Medicina Legal reportó que en 2015 se practicaron 22.155 exámenes médicos por presunto delito sexual, de los cuales el 85% correspondieron a mujeres; la presencia en la región Caribe fue así: Atlántico (839 casos), Bolívar (740), Cesar (483), Córdoba (449), Magdalena (438) y Sucre (367).

Lina ha encontrado otro escape a sus problemas en el Servicio Jesuita a Refugiados, sede Soacha, donde se brinda atención sicosocial a los desplazados. Este lugar funciona gracias al servicio voluntario de jóvenes estudiantes de sicología y trabajo social que realizan sus pasantías en universidades como la Javeriana y Uniminuto. El ambiente de camaradería es un bálsamo para las víctimas: cada vez que Lina llega, la tratan con cercanía y confianza, la hacen sentir especial. “Hacemos un acompañamiento individualizado donde la persona recibe orientación para que su salud emocional se estabilice”, anota el teólogo Fabián Jaramillo, coordinador de este centro.

Allí Lina encontró nuevas amigas, como Isabella González, de 22 años, que la ha escuchado, orientado y le ha proporcionado soporte emocional: “No sólo se trata de ayudarla a descifrar la ruta estatal de restablecimiento de sus derechos, sino a escucharla sin ser juzgada para hacerle entender que ella no es culpable de la violación de sus derechos”.

A pesar de su futuro incierto, Lina Caro ya no siente miedo: “Vivir así, al extremo, me hace sentir viva y útil. Cada día mi salud empeora, pero mientras yo respire no hay nada perdido”, concluye. Su silueta poderosa, con el porte de una reina africana, sobresale entre la multitud mientras camina por el puente peatonal de la estación San Mateo, Transmilenio. Desde allí puede observar el hormiguero de ranchos desperdigados en esa loma empinada a la que llaman Altos de Cazucá, donde viven buena parte de los más de 35.000 desplazados que han llegado a Soacha en la última década para comenzar una nueva vida, como a ella le ha tocado.

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