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El entrenador que fichó a los niños de la guerra

El Gobierno de Colombia y las Farc acaban de firmar un acuerdo para liberar a 3.000 menores soldados. Roberto estuvo a punto de morir por intentarlo

Roberto Camacho, el entrenador, en su casa de Cazucá. Aquí vive como desplazado desde hace 20 años.
Roberto Camacho, el entrenador, en su casa de Cazucá. Aquí vive como desplazado desde hace 20 años.Gabriel Corredor
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El año que Roberto abandonó Playa de Oro también huyeron otros 51 vecinos, pero él fue el único que lo hizo al revés. Cuando los guerrilleros llegaron a su casa para matarle, él ya había echado a andar de espaldas, paso a paso, para confundir su rastro. Lo aprendió de los indígenas cuando era joven y eso fue lo que le salvó la vida. Caminó así durante más de una hora, disfrazando sus huellas, tanteando el terreno con los talones. En su maleta apenas había algo de ropa, un par de zapatos y una foto: la del Playa de Oro Fútbol Club. En ella sonríe todo el equipo, incluido él mismo: Don Roberto Camacho, el entrenador.

“Lo siento, no puedo enseñártela. Justo acabo de mandarla a enmarcar”, lamenta ligeramente avergonzado. El “profe”, como le llamaban entonces sus jugadores, vive hoy en la comuna 4 de Cazucá. Una tierra de frontera entre el sur de Bogotá y la localidad de Soacha que, durante los últimos años, se ha convertido en zona receptora de población desplazada por el conflicto armado colombiano. De hecho, es una de las más importantes del país. Hasta aquí han huido más de 20.000 personas, según cuentas del ACNUR de 2005. Desde entonces han llegado muchas más, pero no existen datos. La mayoría, como Roberto, viene de la región del Chocó —al oeste de Colombia— empujado por una elección: exilio o muerte. Era una u otra, y para siempre. Por eso, aquí la nostalgia se mide a diario y en diferentes medidas. En kilómetros, unos 400. En grados, al menos 12 —la temperatura media en la región del Chocó ronda los 30 grados, en los alrededores de Bogotá apenas supera los 18—.

“Yo antes vivía en una selva de montes y caminos, ahora vivo en una selva de asfalto”, sonríe el entrenador. Roberto tiene la sabia capacidad de hacer pasar por humor lo que en realidad le nace como melancolía. Han pasado 20 años desde que salió de Playa de Oro, una vereda de apenas 10.000 habitantes. En aquella tierra verde y arcillosa, salpicada de palmas y plataneras, entrenaba a diario a sus chavales. El Playa de Oro Fútbol Club era el orgullo de los vecinos. “Eramos muy buenos, ganábamos muchos campeonatos”, presume Roberto con aire de invencible. Sin embargo, una cosa era ganar a su eterno rival, el Bahía Solano, y otra muy distinta ganarle a la guerra. En 1994, cuando aparecieron los primeros guerrilleros, muchos de aquellos jóvenes que soñaban con ser futbolistas abandonaron las botas por las armas. “Mandaban a su gente a reclutar a los niños de mi equipo para ponerlos en el monte a combatir. Yo intentaba convencerles de que no se fueran. Siempre les decía que debían ser libres, que si se marchaban se convertirían en animales”.

ingreso solidario
Cazucá forma parte del mayor cinturón de pobreza que rodea Bogotá. Solo un 20% de la población tiene acceso a los servicios más básicos.Gabriel Corredor

Sus palabras lograron retener a varios de los chavales y eso no gustó nada a la guerrilla. Fue uno de sus antiguos jugadores quien, al enterarse de que iban a matar al “profe”, salió corriendo para avisarle. “Nunca lo olvidaré. Cuando llegó a mi casa, tenía lágrimas en los ojos”. Esa ventaja fue la que le permitió salir antes de que llegaran sus perseguidores, la que le dio tiempo suficiente para iniciar su astuta fuga de cangrejo. Así, de improviso y a plena luz del día. “Cuando uno esta en peligro hace lo que sea. Si ahora lo pienso tranquilo, no sé cómo lo hice. Era como la una o las dos de la tarde, con todo el calor, y yo tenía que andar despacio para que las huellas no levantaran sospechas”. Una vez lejos, subió de polizón a un camión que le llevó hasta Bogotá. Otra ciudad, otra vida.

Casi la mitad de la población de todo el Chocó está considerada víctima del conflicto armado, cerca de 204.000 personas. 11.000 murieron, bien asesinadas o por culpa de las minas. Otras 2.500 desaparecieron. El resto tuvo que abandonar sus casas a causa de la violencia de las FARC, el ELN, el Ejército Revolucionario Guevarista y los paramilitares. La mayoría escapó con las manos vacías y acabó instalándose en los cinturones más pobres de las ciudades, como la comuna 4 de Cazucá.

asi la mitad de la población de todo el Chocó está considerada víctima del conflicto armado

Durante las dos últimas décadas, el barrio no ha dejado de expandirse y lo ha hecho en sentido vertical. Con la llegada de las familias del Pacífico, las nuevas viviendas —todas ilegales— fueron ganando terreno hasta coronar la cima de esta colina fronteriza. Cazucá vive hoy, tal y como advierte la ONU, en una permanente situación de emergencia humanitaria. Convertido en una suerte de gueto aislado por la falta de accesos y de transporte público, solo el 20% sus habitantes tiene acceso a los servicios básicos. Empezar de nuevo en esta jungla urbana no ha sido fácil para miles de personas que, hasta ahora, nunca habían salido de pequeñas aldeas. A esta dificultad se suma la eterna morriña, siempre a la zaga cada vez que el frio les eriza la piel.

El regreso del “profe”

Roberto tenía 49 años cuando llegó a Cazucá. Hoy se acerca a los 70, pero hay cosas que no han cambiado. En otro lugar, con otro equipo, este viejo entrenador vuelve a ser “el profe”. Desde el exilio, entrena a Los Corintos, un grupo de 90 niños y niñas de la comuna 4. “Jugamos cada domingo. Aquí aprenden a ser tolerantes, a arreglar los problemas de manera pacífica. Pero lo más importante es que si están aquí, no están en ningún otro lugar”. Podría parecer una obviedad, pero no. Durante los últimos años los vecinos de Cazucá han tenido que lamentar la muerte de al menos 20 jóvenes por culpa del narcotráfico y las pandillas. “Es un problema muy duro. Los padres no saben cómo ayudarles, necesitan algo que ocupe su tiempo libre. Si al menos vienen 90 niños a entrenar, son 90 niños que les quitamos a las pandillas”, defiende el entrenador. Según datos policiales, actualmente existen 22 pandillas en toda la localidad de Soacha. Las forman jóvenes de entre 14 y 25 años, muchos están armados. Pero este no es el único problema. Como advirtió en 2014 la Defensoría del Pueblo, también son frecuentes los reclutamientos de niños por parte de grupos armados que se ocultan en los alrededores de esta zona para aprovechar su proximidad con Bogotá. Son los mismos grupos que obligaron a huir a sus padres en el Pacífico, al propio Roberto; pero esta vez, dice, no piensa marcharse.

Unos 90 niños y niñas forman el equipo que Roberto entrena cada domingo. Juegan en una vieja escombrera, no tienen recursos para un campo de fútbol de verdad.
Unos 90 niños y niñas forman el equipo que Roberto entrena cada domingo. Juegan en una vieja escombrera, no tienen recursos para un campo de fútbol de verdad.Gabriel Corredor

Según la Fundación World Coach Colombia, dedicada a la formación de entrenadores de fútbol en regiones en conflicto, la figura del 'profe' es clave para apartar a los niños de la guerra. Recientemente, dentro de las negociaciones de paz entre las Farc y el Gobierno de Colombia, ambas partes han firmado un acuerdo para facilitar la desmovilización de los menores de entre 15 y 18 años. Se calcula que habría entre 3.000 y 3.500 niños en las filas de este grupo guerrillero. Se les suele utilizar para cometer hurtos y para el trafico de drogas, aunque también para sembrar minas o fabricar artefactos explosivos. Alejar a los menores de la guerra y las bandas criminales es hoy uno de los mayores desafíos del país.

“Roberto se pellizca mucho para sacar adelante esto, está pendiente de todo, motiva a los niños para que sean alguien en la vida”, cuenta José Albeiro Forero, uno de los padres de Cazucá. El sueño del entrenador es ahora conseguir fondos suficientes para construir un campo de fútbol de verdad. De momento el único espacio para jugar es una vieja escombrera. Con un buen campo quizá podrían inscribirse en la liga regional y, quién sabe, tal vez algún ojeador podría fijarse en uno de sus chavales. “Yo todos los días le pido al altísimo que ayude a los muchachos, que al menos uno llegue a profesional”, suplica Roberto. Ya ocurrió una vez, el entrenador recuerda con orgullo cómo el futbolista Marcos Pérez, que jugó en el Real Zaragoza en 2010, salió de la calles de la comuna 4 de Cazucá. “Mientras que uno tenga vida hay que seguir soñando. Quién sabe si de pronto un día sale de aquí un James, un Nelson Martinez, un Falcao. A mi no me llega la pelona (la muerte) antes de ver eso”.

Mientras eso ocurre, la verdadera victoria de Los Corintos se decide cada domingo cuando toca el momento del recuento antes de empezar a jugar. Ese momento en el que el profe contiene la respiración y en silencio reza para que no falte nadie.

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