Minería, criatura de mil cabezas
En las minas, el trabajo infantil no se considera una explotación Es una alternativa a que los niños acaben uniéndose a grupos armados
El oro, irónico símbolo absoluto y pluricultural de la riqueza, compromete el futuro de las regiones mineras colombianas: sus niños.
Nunca he trabajado en el sector minero, pero desde hace 10 años veo cómo mi tiempo se dedica cada vez más a la minería informal en Colombia. Asumiendo cargos ambientales en gobierno, multilaterales y ONG’s, he tenido que entender este problema cada vez más de cerca.
Problema, sí. Problema porque la debilidad del Estado y la extracción en medio de un conflicto armado es caldo de cultivo para que la minería informal en el país no siga las prácticas ni tenga la vigilancia que requiere. Problema porque el oro, irónico símbolo absoluto y pluricultural de la riqueza, compromete por completo el futuro de las regiones de donde se extrae el metal: un futuro representado en su patrimonio natural y en sus niños.
Desde hace un año, coordinando los proyectos de política pública en el Fondo Acción, me encontré con una realidad que era invisible para mí: el trabajo infantil ligado a la minería informal de oro y carbón. En el Fondo Acción, como parte del proyecto Somos Tesoro, estamos desarrollando insumos de política pública para que el país tenga un acercamiento particular a esta realidad. La construcción la hacemos en diálogo con los entes centrales en Bogotá pero, por principio, la desarrollamos desde el territorio, con las personas que día a día conviven con el problema y defienden los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Y cuanto más cerca se está de la mina, con más sorpresas uno se encuentra.
La primera sorpresa fue que lo que era invisible para mí, es invisible para casi todo el mundo: compradores de oro, mujeres que lucen sus joyas, gobernantes y los mismos mineros. La mayoría de los pobladores de municipios mineros, estén o no dentro de la actividad, tienen una visión positiva del trabajo infantil: el trabajo es formador, el niño trabajador colabora en su casa, el niño trabajador los ayudará a salir de la pobreza. En fin, el trabajo infantil no es un problema para muchos.
El trabajo infantil, en este escenario de carencia de oportunidades, tiene una connotación protectora
Hay que conocer los contextos locales para comprender esta realidad. En el caso de la minería de oro, el precio del metal aumentó tanto después de la crisis económica de 2008 que la extracción comenzó a competir con el cultivo de coca para fines ilícitos. El precio de la onza tuvo un ascenso sostenido y acelerado por mucho tiempo: pasó de 883 dólares la onza al comenzar 2008 a 1.826 dólares en su pico más alto, en septiembre de 2011. Nunca había alcanzado esos precios. Algunas de las regiones de Antioquia, departamento colombiano donde yo era Secretaria de Medio Ambiente en esa época, vieron la reducción de los cultivos de coca a la par con el aumento de la minería a pequeña escala. Ambas actividades son fuente de financiación de grupos ilegales y las movilizan cadenas que ejercen un fuerte control sobre el territorio. Ni pequeños mineros ni agricultores necesariamente están vinculados con estos grupos, pero en algún momento de la cadena ellos aparecen.
Les propongo a los lectores que imaginen educando a sus hijos en uno de estos municipios. La única tradición productiva que conoce es la minería, sus ingresos apenas dan para mantener un grupo familiar de unas cinco a siete personas, sus hijos lo han seguido a la mina desde pequeños, conocen la minería y la comienzan a practicar al regreso del colegio y en fines de semana. Su hijo menor va a entrar a la escuela, el bolsillo familiar no da más.
Simultáneamente, su hijo mayor está cansado de estudiar: sabe que nunca irá a la universidad y a sus 13 años no encuentra motivación para seguir. En estas regiones de Colombia hay pocas opciones para él; las más atractivas, en su orden, son:
- Unirse a uno de los grupos armados que controlan el territorio y pagan bien
- Hacer parte de la cadena de producción y distribución de drogas, pagan bien.
- Trabajar de lleno en la minería, no paga mal.
Si usted y yo compartimos más o menos los mismos valores, ambos preferiríamos ver niños trabajando en un pozo de lodo para sacar una onza de oro al día, entre aguas contaminadas por mercurio y cianuro, antes de verlo unirse a un grupo ilegal. Eso mismo eligen muchos mineros. Esa fue mi segunda sorpresa: el trabajo infantil, en este escenario de carencia de oportunidades, puede tener una connotación protectora para la población minera. Es una elección por descarte, con el deseo de salir de una trampa de pobreza en la que, contrario a lo que buscaban, hunden cada vez más a sus hijos. Como lo describió Ruth, una joven que creció entre el oro y el mercurio barequeando en el Bajo Cauca Antioqueño, “esa es la realidad que nos tocó. O hay dinero para comer o para pagar el colegio”.
Mi tercera sorpresa fue ver cómo el trabajo infantil altera completamente la formación de los niños. Un padre puede controlar el consumo naturalmente incontrolado de un niño, pero, ¿qué pasa cuando es el niño quien maneja su consumo?, ¿qué pasa cuando el niño se convierte en un proveedor y adopta la misma jerarquía de sus padres? Una Inspectora de Trabajo local se preocupaba por los smartphones, símbolos de poder entre los adolescentes; El trabajo infantil puede llevar a una alteración de la estructura de poder y los valores de los niños y niñas; indirectamente, los hace más susceptibles a pretender conservar su poder adquisitivo a costa de participar en narcotráfico, explotación sexual o delincuencia.
El proyecto Somos Tesoro propone una intervención integral, desde la educación, la formalización de la minería, la generación de alternativas productivas y el fortalecimiento de la política pública. Estamos por conocer sus resultados, pero la realidad nos muestra que este es el camino correcto y que el trabajo infantil no tiene que ver solo con los niños, las niñas y sus familias.
El sistema de información nacional dice que hay 5.000 niños y niñas colombianos trabajando en minería, pero la cifra real no la conocemos. Esta es una cifra de casos reportados, pero las familias mineras son difíciles de rastrear, migran según las opciones de trabajo y el precio del oro, se sienten perseguidas por su actividad y son temerosas del Estado y sus instituciones. En el auge actual de la minería, tal vez sean muchos más niños quienes estén participando en alguna fase de esta cadena. Los niños y las niñas no saldrán de las minas hasta que las regiones les ofrezcan oportunidades diferentes, en entornos protectores, ligadas a rutas formativas y con cambios de valores que verdaderamente contribuyan a la construcción de paz que Colombia ha emprendido.
Luisa Fernanda Lema Vélez es coordinadora de Política Pública en el Fondo Acción (Bogotá - Colombia)
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