_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Trump, el trágico caso de Bridget Agbahime y la muerte de una nación

Estados Unidos y Nigeria comparten sucesos aterradores en los últimos meses

Hombres en un mercado de Kara durante las compras de fin de año, en Nigeria.
Hombres en un mercado de Kara durante las compras de fin de año, en Nigeria.PIUS UTOMI EKPEI (AFP)

Mientras el mundo contemplaba la aterradora perspectiva que plantea la presidencia de Trump en Estados Unidos, un suceso igualmente trágico ocurría a miles de kilómetros, en Nigeria. Pero en el caso de Nigeria, las personas no eligieron –perdón por el juego de palabras– imponerse el cataclismo que podría acabar consumiendo el país. Ambos sucesos -la irrupción de Trump como presidente electo y el veredicto de “no culpable” pronunciado por los jueces, y por extensión por el Estado nigeriano, para unas alimañas con piel de humano que se presentan como árbitros de Dios– guardan asombrosas similitudes. No sé si se deberá a nuestra propensión a lo cruento y a lo absurdo, o al entusiasmo por las elecciones presidenciales estadounidenses, pero sea cual sea la razón, ese estrafalario incidente que ha tenido lugar en Nigeria pasó desapercibido.

Pocos –ciertamente no los medios convencionales, ni la tribu de provocadores de Internet, nuestra decadente sociedad civil o las organizaciones de mujeres– levantaron la voz o se preocuparon por esa sentencia infernal. Ahora que ya han pasado las elecciones de Estados Unidos, quizá sus ciudadanos puedan volver, en palabras del buen doctor Damages, famoso por SaharaReporters, a esas cosas que más les interesan: la capacidad de Kim Kardashian y su clan para aguantar en Internet. Y el resto de nosotros, mortales inferiores, podemos volver a preocuparnos por cosas importantes para nosotros. Y en el caso de Nigeria, por cómo encontrarle sentido a una nación que ha perdido el alma. Pero antes de volver a Nigeria, una breve digresión acerca de la elección de Donald J. Trump como próximo presidente de Estados Unidos.

Más información
Corrupción y bandidos de uniforme en Nigeria
Cumpla sus promesas, señor presidente

Trump parece haber emprendido una ofensiva de encanto, seduciendo a todos aquellos que, sin importarles la destructiva retórica de su campaña, quieren ver que tiene capacidad para hacer el bien. Hay quienes –incluida nuestra queridísima Oprah– están cambiando de idea respecto a él y pidiéndonos a los pesimistas que le demos una oportunidad; nos dicen que deberíamos confiar en que ese acaudalado acosador confeso pueda resultar mejor presidente que empresario y animador de espectáculos. Algunos han sostenido que el Trump candidato tenía que mantener una imagen pública belicosa y desplegar la demagogia para impulsar su campaña y para tener alguna oportunidad contra la arraigada y bien engrasada maquinaria política que era la campaña electoral de Clinton.

Por supuesto, lo terrible de Trump no es tanto lo que ha dicho o hecho –aun siendo tan peligroso– como el hecho de que la mitad de los votantes estadounidenses creyese de hecho lo suficientemente en él como para darle el voto del Colegio Electoral. Hay otro aspecto de la victoria de Trump que los observadores parecen haber pasado por alto: la ciudadanía. ¿Qué ocurrió en Estados Unidos? ¡En dos palabras: los ciudadanos! El tiempo dirá si se han equivocado o no. Trump podría resultar a la postre un “buen presidente”, pero eso no invalida el hecho de que él y su campaña significaron algo. Sus mensajes xenófobos, misóginos y divisivos hicieron mella en algunos votantes, incluidos los fanáticos religiosos. No es probable que quienes apoyaron los mensajes de su campaña le permitan hacer algo diferente o no aprovechar su victoria. Estados Unidos está intentando sanar tras la victoria de Trump. Solo podemos desearles suerte en este proceso de curación. El primer paso, lo sabemos, en el proceso de curación, es aceptar que hay un problema, ¡y con Trump, Estados Unidos tiene un gran problema!

De vuelta a Nigeria. He aquí los hechos para quienes desconozcan el caso. El 2 de junio de 2016, Bridget Agbahime, una vendedora nigeriana de 74 años, fue salvajemente atacada y asesinada en el mercado de Kofar Wambai, en el estado de Kano, al norte de Nigeria, por un grupo de desalmados sanguinarios, siempre deseosos de ganarse el paraíso. ¿El delito cometido por Agbahime? ¡Blasfemia! Esa vieja coartada que ha permitido a los fanáticos religiosos perpetrar el mal. Alguien la denunció por haber impedido que otro vendedor realizase la ablución –el acto de lavarse como preparación para las oraciones formales en el islam– delante de su tienda. El gobernador del estado de Kano, Abdullahi Ganduje, calificó el asesinato de Agbahime de “injustificable” y prometió justicia acorde con las leyes del país. La policía detuvo a dos sospechosos principales, Dauda Ahmed y Zubairu Abdullahi.

El asesinato de Agbahime no es el primero y probablemente tampoco será el último perpetrado contra un ciudadano de Nigeria en nombre de la religión

El inspector general de policía, Solomon Arase, desplegó a la sección de homicidios de la policía para garantizar una investigación como es debido, lo que condujo a la detención de otros tres sospechosos: Abdulmumeen Mustafa, Abdullahi Abubakar y Musa Abdullahi. El juzgado de primera instancia de Kano acusó a los sospechosos de cuatro delitos: “incitación al altercado, homicidio doloso, acción conjunta y vandalismo”. El asesinato se produjo en junio.

Avanzamos rápidamente a noviembre, cinco meses más tarde, y los acusados son hombres libres, listos para merodear por las calles de Kano en busca de su próxima víctima, gracias al perverso sistema judicial de Nigeria. El 4 de noviembre de 2016, el magistrado principal, Muhammad Jibrin, actuando bajo recomendación del fiscal general del estado de Kano, archivaba el caso y ordenaba la liberación de los sospechosos con el argumento de que “la investigación policial sobre el asesinato no ha implicado en modo alguno a los acusados, y los fiscales no han logrado demostrar fuera de toda duda razonable que los acusados hayan perpetrado de hecho el delito de matar a Bridget”.

En lo que parecía una aprobación estatal de la ejecución de Bridget Agbahime, el gobierno del estado de Kano fue un paso más allá al afirmar que “no hay causa por la que responder, ya que todos los sospechosos son inocentes”. ¿Quién ha matado entonces a Bridget Agbahime? Ciertamente no ha sido Donald Trump. Para mí, el problema no es tanto el crimen, por espantoso que fuese. La verdadera tragedia aquí es la aparente connivencia del estado de Kano y sus instituciones, y por extensión del Estado nigeriano, con esta sentencia de muerte aplicada a Bridget Agbahime.

El asesinato de Bridget Agbahime representa un desafío para todos nosotros. Es inconcebible que una nigeriana fuese tan salvajemente golpeada hasta la muerte por una acusación de blasfemia. Desde luego no es demasiado tarde para conseguir justicia para Agbahime y otros que han sufrido un destino similar, para restaurar la esperanza de que la nuestra pueda convertirse en una nación de ley y orden, de respeto por la vida humana y la dignidad de las personas. Al no condenar a los asesinos de Agbahime, el Estado nigeriano nos está diciendo inadvertidamente que el nuestro es un Estado sin ley; que Nigeria es Pakistán, Afganistán y Somalia, donde dominan los bandidos y los fanáticos trastornados ejercen la “justicia” basándose en su demencial interpretación de los códigos religiosos.

El asesinato de Agbahime no ha sido el primero y probablemente tampoco será el último perpetrado contra un ciudadano de Nigeria en nombre de la religión, a menos que recuperemos Nigeria de las manos de estas hordas bárbaras y de sus seguidores. Al pasar por alto estas señales reveladoras, estamos destruyendo el finísimo tejido mismo que nos mantiene unidos como pueblo. Y para muchos esta nación murió hace ya tiempo.

Las palabras del pastor Mike Agbahime, testigo del salvaje atentado contra su esposa, son instructivas. El 13 de noviembre de 2016, en una entrevista con el periódico Punch, señalaba: “La expresión ‘Una Nigeria’ es pura patraña. Lo digo porque el error de los dirigentes es un error ‘importante’. Me explico, si nuestros dirigentes no son capaces de cumplir los juramentos de sus cargos y no pueden respetar la santidad de la vida y de nuestra constitución, no hace falta hablar de la unidad de Nigeria. También lo digo porque si la constitución condena el asesinato en una parte del país y declara inocentes a otras personas que han matado en otro estado, me pregunto qué clase de constitución es esa”.

Supongamos por una vez que este asesinato no se cometió en nombre de la religión. No lo hace menos atroz y no merece ningún lugar en una sociedad democrática moderna. Dauda Ahmed, Zubairu Abdullahi y su cohorte deberían ser detenidos nuevamente y obligados a pagar por su crimen.

Twitter @conumah

El blog Africa No es un país no se hace responsable ni comparte siempre las opiniones de los autores.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_