Corrupción y bandidos de uniforme en Nigeria
Por Chido Onumah
Este es un fragmento del libro We are all Biafrans, A Participant-Observer’s Interventions in a Country Sleeping Walking to Disaster.
La semana pasada tuve insomnio unas cuantas noches. No lo achaqué ni al calor abrasador habitual del país ni a los cortes intermitentes de suministro eléctrico de la sempiterna inoperante compañía eléctrica de Nigeria. Mi desconcierto tenía que ver con un informe sobre los casos de corrupción en la Fuerza Aérea nigeriana. Aunque las desatinadas alegaciones de delitos continuados cometidos por los oficiales responsables no me sorprendieron del todo, me quedé sin aliento. Pensé en el juicio de Alex Badeh. Reflexioné sobre las cantidades, hice los cálculos, y me embargó la desesperación.
Y entonces me pregunté a mi mismo la misma pregunta que me hice hace algunos años mientras investigaba acerca de la enorme corrupción en Nigeria y el saqueo en la Fuerza de Policía de Nigeria perpetrado por el ex Inspector General de Policía, Tafa Balogun. Según se cuenta, Balogun era un delincuente patológico que llegó a ser jefe de Asuntos Jurídicos de Nigeria. Cuando en enero de 2015 fue obligado a retirarse, había robado miles de millones de nairas pertenecientes a la Policía de Nigeria, un caso que pasaría a la historia como el mayor robo realizado por un funcionario público en este país. La pregunta que me hice fue: ¿qué clase de país o sistema hace posible que los funcionarios públicos puedan robar a sus instituciones de forma tan fácil, sin cesar y sin avergonzarse? Es una pregunta que todos los nigerianos en su sano juicio deberían hacerse para comprender el síndrome de Badeh y Balogun. Volveré sobre este asunto.
Alex Sabundu Badeh, de 58 años, fue, hasta su retiro el pasado año, un militar de alto rango de la Fuerza aérea nigeriana que sirvió como 18º Jefe de Estado Mayor de la Fuerza aérea (desde el 4 de octubre de 2012 hasta el 16 de enero de 2014), 15º Jefe de Estado Mayor de la Defensa de las Fuerzas Armadas de Nigeria (desde el 16 de enero de 2014 hasta el 13 de julio de 2015), y Comandante de la flota aérea presidencial durante el mandato de Olusegun Obasanjo, de acuerdo con una entrada de Wikipedia. Nació en Vimtim (una ciudad saqueada por Boko Haram en octubre de 2014), en el área de gobierno local de Mubi del estado de Adamawa, noreste de Nigeria, en una familia de agricultores.
Volvamos al miércoles 16 de marzo de 2016. El juicio contra Badeh comenzó en el Tribunal Superior Federal de Abuja donde nos dijeron que Badeh, como Jefe de Estado Mayor de la Fuerza aérea, obtuvo unas ganancias mensuales de 558,2 millones de nairas (2,8 millones de dólares al tipo de cambio oficial de 197 nairas por 1 dólar) de una cuenta nómina de la Fuerza aérea de Nigeria (NAF en inglés), una cuenta que, según nos informaron, era anterior a la fecha de su cargo. 558,2 millones de nairas multiplicadas por los quince meses que duró la diversión (entre septiembre de 2012 y diciembre de 2013), dan un total de 8,3 mil millones de nairas. Sabemos que todo ese dinero no fue a parar a Badeh. ¡Tenía que colocar a los chicos, probablemente en puestos tan altos como el Ministerio de Defensa o la Oficina Presupuestaria del gobierno federal! Pero, cualquiera que sea el balance, Badeh fue un hombre extraordinariamente rico como Jefe de Estado Mayor de la Fuerza aérea. No conozco ningún negocio, ni siquiera uno dirigido por Bill Gates o Warren Buffet, que presuma de una rentabilidad igual en quince meses.
Entendemos que el botín de Badeh procedía del sobrante de los salarios y prestaciones de los trabajadores de la NAF que había costeado con cargo a los cuatro mil millones de nairas que cobraba mensualmente y que convenientemente destinó a “la administración general de la oficina del Jefe de Estado Mayor del Aire”. Y lo administró en aras del clan Badeh. Pensando en su jubilación, Badeh compró una casa de 1,1 mil millones de nairas, un premio meritorio teniendo en cuenta su dificultad para acabar con la guerra contra Boko Haram. Adquirió un terreno comercial por 650 millones de nairas y pagó 878 millones de nairas por la construcción de un centro comercial y otros 304 millones para finalizarlo. Cuando sus hijos quisieron sus propias casas, gastó 260 millones de nairas en una vivienda para el primero de ellos, la renovó con 60 millones y la amuebló con otros 90 millones más. Y cuando su segundo hijo rechazó una casa de 340 millones, ordenó comprar una segunda de 330 millones para compensar la indiscreción de su criado Friday.
“Un oficial del Departamento de Finanzas del Cuartel general de la Fuerza aérea nigeriana en Abuja se ocupaba de convertir la mayoría de las veces el dinero en dólares estadounidenses. Después de eso, se lo entregaba al director de Finanzas que a su vez lo llevaba a Air House, la residencia oficial del Jefe de Estado Mayor de la Fuerza aérea en Niger Barracks”, reveló un testigo de la acusación, Aliyu Yishau, comodoro del Aire retirado, que afirmó que anteriormente había sido director de Finanzas y Cuentas de la Fuerza aérea nigeriana (NAF en inglés). Y todavía nos preguntamos por qué el país padece una crisis de divisas.
Es obvio que Badeh no hacía negocio en la Fuerza aérea de Nigeria ni tampoco labrándose una carrera como piloto entrenado a expensas de los contribuyentes nigerianos. Pero así es Nigeria. Un país en el que todo vale. Donde las acciones perversas se multiplican constantemente y perduran como instrumentos de los gobiernos. Badeh, desde luego, no es el único. La persona que le sucedió como Jefe (¿ladrón?) de Estado Mayor del Aire, Adesola Nunayon Amosu, vicemariscal del aire retirado, ha sido imputado en un escándalo de adquisición de armas durante su mandato. Uno de los hechos delictivos le implicaba en la adquisición de dos helicópteros Mi-24V de segunda mano en lugar de la serie recomendada Mi-35M a un costo de 136,9 millones de dólares. Los helicópteros de segunda mano no disponían presuntamente del certificado de navegabilidad en el momento de la entrega, mientras que una unidad nueva del mismo helicóptero tiene un valor aproximado de 30 millones de dólares. El 13 de noviembre de 2014, dos oficiales fallecieron cuando el Jefe de la Fuerza aérea supuestamente los presionó para que volaran en uno de esos helicópteros inservibles que acabó estrellándose en una región del noreste de Nigeria.
Los informes revelaron que la Comisión de delitos económicos y financieros (EFCC en inglés) ha incautado casas y otras propiedades que pertenecen a Amosu, al vicemariscal del aire J.B. Adigun, anterior responsable de contabilidad y presupuestos de la Fuerza aérea nigeriana, y al comodoro del aire O.O. Gbadebo, que fue Director de Finanzas y Presupuestos de la NAF. Cuando los agentes de la EFCC arrestaron a Omolara Amosu, esposa de Amosu, requisaron presuntamente en sus cuentas bancarias tres mil millones de nairas. Ella ha devuelto voluntariamente 381 millones en tres plazos de 180, 101 y 100 millones de nairas cada uno.
La EFCC está actualmente procesando por 19 delitos relacionados con el blanqueo de capitales y el abuso de confianza por una suma que asciende a 13,5 mil millones de nairas al jefe putativo de Amosu y ex consejero nacional de seguridad, el coronel retirado Sambo Dasuki, a Shuaibu Salisu, antiguo director de Finanzas y Administración de la Oficina del consejero nacional de seguridad y a Aminu Babakusa, antiguo director general de la Corporación nacional nigeriana del petróleo, de Acacia Holdings Limited y de Reliance Referral Hospital Limited. Una comisión creada para investigar a la oficina de Dasuki inculpó a más de trescientas empresas y particulares, entre ellos oficiales en servicio y retirados. En uno de esos casos, la comisión descubrió cantidades pagadas en exceso por valor de 7,9 y 7,09 millones de dólares en la empresa Société D’Equipments Internationaux.
Como era de esperar, el juicio contra Dasuki no pudo continuar la semana pasada porque se negó a presentarse en el juzgado. En realidad no tenía por qué ir. Lo importante es que el juicio sigue y si es declarado culpable, irá a prisión. Fuentes fidedignas me han informado de que los casos de corrupción en el Ejército son mucho peores que los que hemos sufrido con nuestros políticos. Y eso es mucho decir teniendo en cuenta las inclinaciones delictivas de los políticos nigerianos. Solo hemos visto una pequeña parte de la corrupción que existe en la Fuerza aérea. Esperemos a ver lo que hay en el Ejército y la Marina.
Si se quiere entender por qué Nigeria no funciona, por qué somos una nación de cuarto nivel, solamente hay que mirar a los Dasukis, los Badehs y los Amosus de Nigeria, a sus compatriotas vestidos con agbada (la gran boubou) y a sus socios con peluca. A nuestros jueces multimillonarios, como Olisah Metuh, Stella Oduah y Bukola Saraki, el empedernido presidente del Senado nigeriano que actualmente está siendo juzgado por declaración falsa de patrimonio y por pagar sus préstamos personales con fondos públicos. Hay otros como Ikedi Ohakim que, como gobernador del estado de Imo, pagó 2,29 millones de dólares en efectivo por una propiedad en Abuja. O como Ahmed Sani Yerima, Mohammed Danjuma Goje, Abdullahi Adamu, George Akume y Josuah Dariye, unos ejecutivos sinvergüenzas que han encontrado refugio en una de las instituciones más desprestigiadas de Nigeria, el Senado. Ni siquiera los amos coloniales pudieron hacer tanto daño a este país del modo en que lo han hecho estos hombres y mujeres que dicen ser nigerianos. De hecho, estoy seguro de que el insensible y legendario cacique de la época colonial, Lord Lugard, lloraría sin parar si volviera a la casa que construyó en 1914.
Es evidente que estos individuos ladrones como su alter ego, el malvado dictador militar fallecido Sani Abacha, no tienen ni idea de lo que es una nación de personas. Su universo moral se limita a su familia y amigos. Por eso su política se reduce, parafraseando al difunto profesor Eskor Toyo, gran erudito y activista radical, al juego de la apropiación, a un concurso para repartirse el pastel. Así, por ejemplo, cuando Abacha fue presidente del gobierno y hacía parecer que amaba a Nigeria y que trabajaba para mantener su honor y su prestigio, él, su familia y sus cómplices estaban muy ocupados saqueando el país y ocultando el botín en países como Suiza y Liechtenstein, que era donde estaban sus corazones. Solo un ejemplo más. En diciembre de 1999, el gobierno suizo anunció la congelación de 550 millones de dólares depositados en cuentas de distintos bancos pertenecientes a Abacha y su familia, a Ismaila Gwarzo, antiguo consejero nacional de seguridad y a Abubakar Atiku Bagudu (actual gobernador del estado de Kebbi). Es simplemente imposible saber con exactitud la cantidad de dinero que Abacha y sus adláteres robaron a Nigeria durante los cinco años de su mandato dictatorial.
En este país hay muchos Abachas, Dasukis, Badehs, Amosus y Sarakis que declaran “prometo ser fiel, leal y honesto con Nigeria, mi país” y luego, a la mínima oportunidad, le roban. Pero, ¿por qué hay millones de nigerianos que soportan la corrupción de nuestros funcionarios públicos ladrones sin indignarse? No se indignan porque la mayoría de nosotros haríamos lo mismo si estuviéramos en el lugar de los Abachas, Dasukis, Badehs, Amosus y Sarakis.
La razón es simple: “Mucho de lo que ocurre con la corrupción no es solo una cuestión de codicia sino el resultado de unos legisladores y funcionarios públicos que se sienten más obligados con la familia, la tribu, la religión o con un grupo étnico que con la nación y por eso desvían dinero en esa dirección”. Así explicaba Francis Fukuyama en su libro Political Order and Political Decay: From the Industrial Revolution to the Globalization of Democracy la relación entre consolidar una nación y consolidar un estado. Estos bandidos que visten uniforme y agbada “no son necesariamente inmorales sino que su círculo de obligaciones morales es menor que el de la política para la que trabajan”, según Fukuyama.
La barbarie asoma la cabeza cuando nos roban algo que creemos que nos pertenece, cuando alguien entra en nuestro pequeño círculo de obligaciones morales. De ese modo, en algún lugar de Aluu, en el estado de Rivers, unos conciudadanos gravemente ofendidos linchan y queman a cuatro estudiantes universitarios por robar presuntamente sus ordenadores portátiles y teléfonos móviles; en alguna parte de Lagos, una multitud desconfiada y cruel golpea y agrede sexualmente a una mujer por robar pimienta; en el estado de Ondo, “unos jóvenes irritados y enfadados” apalean sin piedad y hasta la muerte a un hombre por ser homosexual; y en algún sitio de Kano, un hombre es puesto en libertad tras permanecer mas de dos décadas en prisión por robar supuestamente un transistor de radio. Sin embargo, cada vez que los Dasukis, los Badehs o los Sarakis aparecen en un juzgado rebosando esplendor, no los acompañan unos nigerianos “normales y corrientes” burlones y sarcásticos sino una corte adinerada de abogados, amigos, socios y familiares. Estos defensores de alto perfil saben que no son solo los Dasukis, los Badehs o los Sarakis lo que está en juego.
Pareciera como si dijeran “así funciona el sistema. Solo un tonto respetaría la ley en un país donde evidentemente no hay ley”. Por eso, los Dasukis, los Badehs, los Sarakis, y compañía, pueden dormir muy tranquilos sabiendo de sobra que hay una oportunidad que al final les permitirá ser libres para disfrutar de su botín. Como pueblo, hemos aceptado el dicho de que cuando el mal es habitual se convierte en costumbre. Ese es el caso de la corrupción en Nigeria. La corrupción es una tradición nacional. Ha estado con nosotros desde la independencia, empeoró durante los regímenes militares y se convirtió en un principio rector de la política estatal en 1999, cuando el Ejército nos impuso de nuevo a uno de los suyos, Olusegun Obasanjo, el ejemplo de todo lo malo de Nigeria, una nación desafortunada.
Por esta razón, estos funcionarios públicos acusados, en vez de acudir al juzgado a demostrar su inocencia, proclaman a cada ocasión ser objeto de una “persecución” y de una “caza de brujas política”. ¡Es difícil echarles la culpa de todo! ¿Por qué deberían ser castigados por mantener la tradición? Por esa misma razón es por lo que no hemos oído decir una palabra ni al alto mando de las Fuerzas Armadas ni a los oficiales militares retirados, incluso ni a los jefes de Estado, sobre las declaraciones de nuestros militares.
Sabiendo lo poderosa que es la clase ladrona en Nigeria, deberíamos elogiar al presidente Buhari –no puedo pensar en ningún político que hubiera hecho esto- por su valor y voluntad política. Desde luego, el problema trasciende al presidente Buhari, a la pregunta planteada al principio de este artículo. Mientras Nigeria siga siendo como es, los cargos públicos no serán más que una sinecura para los interesados en sí mismos.
Necesitamos crear un país en el no haya ningún incentivo para los nigerianos que quieran robar a Nigeria. Ninguna persona en su sano juicio se roba a sí misma. Cuando los ciudadanos sientan que este país les pertenece, no veremos los numerosos casos de saqueo de fondos públicos que se suceden actualmente a todos los niveles y en todos los sectores.
Mientras tanto, permitamos a los nigerianos que sufren los efectos de la corrupción que acepten el reto y actúen. Después de todo, el enfant terrible del estado de Rivers y ahora HONORABLE (el énfasis es mío) ministro de Transporte, Excelentísimo Señor Rotimi Amaechi, declaró una vez públicamente que él y otros políticos ladrones salen impunes porque los nigerianos no se han alzado para defender su patrimonio ni han acabado con aquellos que de manera gratuita se lo roban.
Twitter: @conumah
Traducción de Virginia Solans
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.